lunes, 23 de mayo de 2011

2x06 ULISES

Priviuslí, en El mundo al revés: Ulises era un personaje un tanto huraño y descuidado cuando entró a vivir al piso de Ofelia, Efrén y Pascual el curso pasado, pero al empezar a conocer a este último pegó un cambio radical, yéndose completamente al otro extremo; ahora está musculoso, sale de fiesta a menudo y toma drogas por diversión. Estas drogas se las proporciona su camello y antes amigo, Pascual, el cual anda un poco perjudicado por consumir demasiada droga.

Ulises siempre ha tenido algunos arranques de ira y el vicio de morderse las uñas, pero situaciones como volver a su casa donde su familia le satura, le hace empeorar. Excepto por su hermana Alicia, discapacitada a causa de experimentos genéticos para poder ser hija de dos mujeres, a la cual le tiene mucho aprecio.

Además, Ulises ha tenido un desencuentro con Ada debido a su misoginia y su comportamiento de rechazo hacia los heterosexuales y parece que ha dejado un poco de lado su carrera de Arquitectura.




Era viernes por la tarde, Ulises salía orgulloso del gimnasio y al ver que todavía el sol brillaba molestamente se puso sus gafas de sol de marca. Llevaba sólo una camiseta de manga larga apretada, a pesar del frío que hacía en la calle en enero, la cual marcaba su vigorosa musculatura que había desarrollado en poco más de un año. Se había peinado su pelo rubio, rizado y corto a conciencia al salir de las duchas del gimnasio, como si de allí se fuese de fiesta directamente, pero en realidad se volvía a su pueblo con su familia a una de esas cenas familiares que celebraban de vez en cuando y que él tanto odiaba.

Una vez en su casa, le llamó su madre desde el trabajo para darle la lista de recados que tenía que hacer.

—Hola, cariño. ¿Qué tal los exámenes del primer cuatrimestre?

ULISES: Peor que otros años…

—Perdona, que ahora estoy ocupada, luego me lo cuentas. Te llamaba para decirte que vayas a comprar al Mercamona y de paso te llevas a tu hermana para que se dé un paseo. Ah, y coge el recibo que hay encima de la mesa de la cocina y me recoges unos trajes que llevé a la tintorería hace una semana y es que no he tenido tiempo de ir a recogerlo.

ULISES: Pero, mamá. ¿No puedes ir tú otro día?

—Desde luego, hijo, para un favor que te pido. Sabes que llego de trabajar cansadísima todos los días. Pero bueno ya lo haré yo otro día cuando pueda...

ULISES: Venga, está bien. Ya voy yo. ¿Algo más?

—Pues ahora que lo dices, pásate por casa del abuelo allá para la hora de cenar y te lo traes a casa. El pobre ya está mayor y es mejor que lo lleves del brazo.

ULISES: ¿Pero por qué no lo recoges tú luego con el coche cuando vuelvas de trabajar? —rechistó él.

—Mira, si no quieres no lo hagas. Yo hago estas cenas familiares para que el pobre hombre no esté solo y para que le deis conversación. Se aburre mucho todo el día en casa…

ULISES: Vale, vale, vale. Yo iré —la interrumpió resignado para que no hablase más.

—Si tu madre estuviese aquí, no tendrías que hacerlo tú todo. Pero como nos abandonó… ¿Tú sabes la faena que es cuidar de dos hijos una persona sola y encima una con el Síndrome?

ULISES: Ya lo sé, mamá. No hace falta que me lo recuerdes siempre —empezó a cabrearse por todo lo que le estaba diciendo, unido al rencor que le guardaba por ese tipo de comentarios.

—Bueno te dejo, que sigo aquí liada. Hasta luego.

Ulises colgó el teléfono y se empezó a morder las uñas, como de costumbre cuando se empezaba a poner nervioso. Cogió a su hermana mayor y se fue a hacer todos los recados que le había mandado su querida madre.

Cuando ya era casi de noche, Ulises salía de la tintorería con Alicia de la mano, cargado con cuatro trajes de su madre y las bolsas de la compra y dirigiéndose ya hacia su último destino: la casa de su abuelo.

—Tete.

ULISES: Qué —respondió secamente después de haber estado toda la tarde acumulando ira.

—Tengo pis.

ULISES: Ya me lo has dicho antes. Espérate a que lleguemos a casa del abuelo y haces pipí allí. Que ya eres mayorcita.

—¡Es que tengo mucho pis!

ULISES: ¡Cállate, Alicia! ¡Llevas toda la tarde así!

Ella se quedó cortada por la inesperada contestación de su adorado hermano, que lo tenía en un pedestal. Ulises recapacitó y se dio cuenta de que ella no tenía la culpa de nada, así que la miró para disculparse y se dio cuenta de que se había orinado encima.

ULISES: Pero Alicia, cariño —se paró y la abrazó—. Lo siento mucho.

—Vamos a casa, por favor —dijo haciendo pucheros y empezando a llorar.

ULISES: Tenemos que ir primero a por el abuelo —se puso en marcha otra vez cogiéndola de la mano—. Ahora en su casa te seco con el secador o algo. A ver si él tiene algo de ropa tuya.

Después de limpiar un poco a Alicia en casa de su abuelo, se fueron los tres caminando lentamente por la calle, cogiendo a su abuelo con su brazo izquierdo y con Alicia cogida de su mano derecha, y en ese mismo brazo llevaba los trajes de su madre. Las bolsas de la compra que no pesaban las llevaban Alicia y el abuelo y las demás las llevaba él como podía. Cuando llegaron a casa, la madre estaba ya preparando la cena y le cogió las bolsas para sacar lo que necesitaba. Alicia fue a ducharse y a cambiarse y él se sentó un momento en el sofá con el abuelo mientras la madre acababa de cocinar.

—Vaya, vaya. Pues se te han hecho unos buenos brazos, eh. Lo he notado por el camino.

ULISES: Sí, es que ahora voy bastante al gimnasio.

—Madre mía, lo que has cambiado en un año. Ahora seguro que tienes un novio. Con lo guapo que estás. Ven, cuéntaselo a tu abuelo.

ULISES: Que no, abuelo. Conozco a muchos chicos, pero no tengo novio.

—Pues, Ulises, deberías de probar ya. No querrás quedarte solo, ¿verdad?

ULISES: ¡Que me dejes en paz! ¡Que no tengo por qué tenerlo si no me da la gana! —gritó descargando parte de esa ira interior—. ¡Eres un pesado!

El abuelo se quedó mirándolo como si ya no conociese a esa persona y se calló, mientras que Ulises se quedó respirando hondo para calmarse un poco y se empezó a comer los padrastros porque uñas le quedaban bien pocas.

—¡Venga, Ulises! —le llamó su madre desde la cocina—. Pon la mesa que la cena ya está.

Ulises seguía en el sofá concentrado en sus pensamientos para no estallar. Se decía cosas para sí mismo que nadie podía escuchar y su abuelo lo miraba atónito desde el otro sofá.

—¡Ulises! ¡¿Estás sordo o qué?! —seguía chillándole y salió de la cocina para llamarlo—. ¡Que vengas a poner la mesa te he dicho!

Él no pudo aguantar más y se puso a temblar moviendo la cabeza hacia los lados.

ULISES: ¡¡Cállate de una puta vez!! ¡Cállate! ¡No te quiero oír! —se levantó del sofá y se cogió la cabeza histérico intentando controlarse y mirando hacia todos los lados.

—¡¿Pero esta falta de respeto de dónde sale?! ¡Yo no he educado a mis hijos para que me contesten así! ¡Ven a poner la mesa inmediatamente!

ULISES: ¡¡Que me dejes!! ¡No soy tu puto esclavo! —y le dio una patada a un jarrón, tirándolo al suelo y rompiéndolo en pedazos— ¡Estoy harto de que me mandes hacer mil cosas y luego ni siquiera me des las gracias!

La madre, el abuelo y Alicia, que bajaba por las escaleras ya duchada pero confusa por los gritos que se escuchaban, se quedaron mirándolo cada uno desde una punta de la habitación y todos un poco asustados por lo que pudiera hacer.

ULISES: ¡Estoy harto de esta casa y de que me cuelgues todas las responsabilidades cuando vengo! ¡Me voy! No puedo quedarme aquí más tiempo. ¡Joder!

Diciendo esto le dio otro venazo y tiró otras dos figuras al suelo violentamente antes de dirigirse hacia la puerta. Alicia lo miró con cara de decepción cuando salía y él la vio cómo lo miraba, cosa que le hizo sentir extraño en ese momento pero que no supo relacionar con su ataque de ira. Así que finalmente salió pegando un fuerte portazo.

Ulises se fue corriendo a coger el último metro de la noche para volver a la ciudad y estaba visiblemente alterado. Estuvo todo el camino agitándose y comiéndose las uñas y cuando llegó a Valencia pensó que debería de comprarse un bono para la próxima vez, ya que a veces iba con prisa para cogerlo y no le daba tiempo de sacar el billete. Al comprobar que la máquina no daba cambio se empezó a ofuscar otra vez y le pegó un golpe de impotencia con la mano abierta. Decidido a conseguir lo que quería, se dirigió malhumorado a la ventanilla, pero su trabajadora del metro “favorita” estaba hablando por teléfono como de costumbre y le dijo que esperara con la mano.

ULISES: ¡¡No me voy a esperar, hija de puta!! ¡¿Puedes hacer tu puto trabajo por una puta vez en la vida?! ¡Vaga de mierda! Todo el puto día hablando por teléfono. ¡Todo el puto día hablando por teléfono! —le gritaba dando manotazos en el cristal.

La honrada trabajadora se asustó y llamó a seguridad. Cuando llegaron los seguratas se empezó a pelear con ellos sin motivo aparente, pero ellos, que eran dos, lo redujeron en un momento, cebándose en exceso y dándole algún que otro puñetazo de más, al estilo de este tipo de personas que tienen un trabajo para descargar otras tensiones de su vida personal.

Ulises escapó de la pelea y acudió rápidamente al hospital más cercano para curarse las heridas abiertas que le habían hecho y por el camino fue recobrando un poco la cordura. Empezó a sentir que bajaba toda esa ira y el sentimiento de culpabilidad afloró, sobre todo cuando le contó cómo había pasado todo a la enfermera que lo estaba curando. Ulises no solía abrirse a los desconocidos, pero a esta chica se le veía muy dulce. Era una mujer joven, y a pesar de que él les tuviera un poco de manía a las hembras humanas, la vio bella. Llevaba una melena larga castaña y tenía los ojos claros y le hablaba con una quietud y un saber estar que casi lo hipnotizaba. Todo este trato amable por parte de la enfermera le hizo reflexionar más incluso de todo lo que había hecho a lo largo de ese día.

ULISES: ¿Usted cree que este comportamiento se puede achacar al consumo de drogas?

—Bueno, yo no soy quién para decirlo o darle un diagnóstico, pero definitivamente puede haber sido el detonante. Yo de usted tendría cuidado de ahora en adelante. No va a necesitar puntos por lo que veo… Así que ya hemos terminado —dijo acabando de curarle—. Ya se puede ir a casa.

Él, agradecido por el cariñoso trato le dio un abrazo, a lo cual la afable enfermera correspondió afectuosamente.




A la semana siguiente, Ulises se vistió para salir de fiesta con algunos remordimientos sobre lo que pasó hacía unos días, pero finalmente se fue a ver a Pascual para pillar lo que solía pillar todos los fines de semana. Una vez cerca del Inframundo se reunió con el Tito Pascu, que tenía en la mano su pipa de crack.

ULISES: ¿En serio sigues haciendo eso? —le dijo con cara de desaprobación.

PASCUAL: ¿Quieres lo de siempre o no?

ULISES: Eh —dudó durante unos segundos—. Sí. Venga sí, dámelo —dijo ansioso.

PASCUAL: A ver que lo encuentre…

Dijo él mientras se rebuscaba entre los bolsillos y sacó algo que vio Ulises.

ULISES: ¿También le das a la heroína ahora, Pascual? Esto es muy fuerte ya.

PASCUAL: Eso sólo lo vendo a algunos clientes. De todas maneras, mira quién habla. El que viene a por drogas para salir de fiestuqui porque si no, no se lo pasa bien… Ya está, toma.

Pascual encontró entre sus bolsillos lo que le quería dar y se lo ofreció, pero Ulises tenía las manos en los bolsillos y no hacía nada por cogerlo.

PASCUAL: ¡Venga! ¡Cógelo y dame la pasta, capullo!

Ulises le dio el dinero dubitativo y lo cogió, pero se le quedó mirando a Pascual con rostro compasivo.

ULISES: No deberías de tomar tantas drogas, Pascual. No creo que sea bueno para ti —le aconsejó sin poder evitar preocuparse por su deplorable estado de salud y por la amistad que algún día tuvieron.

PASCUAL: Mira, tete. Tú y yo ya dejamos claro que cada uno por su lado, así que menos movidas y esfúmate, que tengo que seguir currando.

Ulises se fue hacia el pub y no paraban de pasársele imágenes por la cabeza de la última semana y del número que montó en su casa con su familia, de lo cual ni siquiera se había disculpado. Recordaba perfectamente la cara de su hermana mirándolo salir de casa como si ocurriese a cámara lenta, expresando esa decepción que le caló hondo y que ahora supo ver con más claridad que en aquel momento. También se puso a pensar en lo mal que había acabado Pascual y en la charla que tuvo con aquella agradable enfermera. Así que se paró en seco y decidió no seguir la senda que llevaba su vida. Tiró las pastillas que acababa de comprar, pero entró de todas maneras en el Inframundo a pasárselo bien.

Una vez dentro se acercó a la barra en la que estaba su compañero de piso Osi para pedirle un cubata, ya que a menudo conseguía agenciarse un pequeño descuento. Allí se percató de la escena, ya que esta vez iba bien sereno para verlo: había un chico que se portaba muy cariñoso con Osi e incluso le dio un beso.

ULISES: Vaya, vaya. ¿Quién es tu amiguito? Yo pensaba que estabas en el bando de los desviados…

OSI: Se llama Nacho. ¿Qué te parece?

ULISES: Mucho mejor que la puta esa de Ada. Vaya bronca tuve con ella hace unas semanas… ¡Los hombres estamos hechos para estar con hombres! La heterosexualidad es antinatural.

OSI: Bueno, supongo que tienes razón. Así lo dice Asir… Bueno, ¿y qué tal vas con tu proyecto fin de carrera?

ULISES: Buf, fatal. El otro día me puse y no me concentraba de ninguna manera.

OSI: Bueno, pues mucho ánimo. Voy a seguir trabajando.




Al cabo de unos diez días de intentos fallidos de ponerse a trabajar en su proyecto y de hacer mucho el vago, una mañana Ulises se puso sin ton ni son a escribir muy motivado. Le venían las ideas como si una musa se le hubiera aparecido en su habitación. No paraba de escribir y sentía una euforia que ni con las drogas. Lo que le llevó a recapacitar lo que la enfermera le dijo y que a lo mejor eran ellas las causantes de su comportamiento errante. Así que se propuso a sí mismo no tomarlas nunca más, si a cambio podía obtener esos momentos de gloria como el que estaba teniendo. Además seguía acordándose de su hermana, que no la había visto desde ese día, así que la llamó por teléfono para hablar con ella y disculparse, lo que ella aceptó con tal de llevarse bien de nuevo con su querido hermano.

Después de eso, no paraban de ocurrírsele cosas que hacer y los pensamientos le seguían brotando como las flores en primavera y se sentía en la cima del mundo. De repente empezó a notar que la ropa le agobiaba. Quería sentirse libre y se quedó desnudo en su cuarto andando de un lado a otro enérgicamente y sentándose a escribir cuando paraba un poco su mente de manar iniciativas. Y así siguió un par de horas…



Próximo episodio: lunes, 30 de mayo de 2011 a las 21:00.



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