lunes, 26 de marzo de 2012

4x04 IS


Priviuslí, en El mundo al revés: Is sigue siendo virgen a sus veintisiete años porque según ella está esperando al hombre ideal.

Osi e Is se enteraron de que son hermanos mellizos, siendo Soledad, una de las madres de Osi, la madre biológica de Is. No quiso soltar prenda cuando le preguntó al respecto, aunque luego le contaron a Osi una historia de que tuvieron que separarlos de pequeños porque los Discípulos de Asir opinaron que al ser drogadictas, según ellas, no podían tener dos hijos.

Ada está en África dando ayuda humanitaria, pensando que de esa manera le devolverían su trabajo como médico en La Caridad, donde no atendió a un paciente que acabó falleciendo. Is sermoneó a Ada por incumplir su juramento hipocrático, pero ella no parecía muy arrepentida de dejar morir al heterófobo que los acosó en el cortijo de David.




Is, Ulises y otro chico salían de un centro comercial e iban caminando por la calle.

IS: Bueno, entonces luego empezamos la serie esa nueva que quieres ver, ¿no?

ULISES: ¡Sí! Verás cómo te gusta.

IS: Me han hablado bien de ella. ¿Tú la conocías, Gustavo? —le preguntó al chico con un tono muy dulce de voz.

—¿Eh? —levantó el chico la cabeza porque estaba trasteando con el móvil.

IS: Nada, déjalo —dijo decepcionada.

ULISES: Al menos te habrá gustado la peli que acabamos de ver en el cine, ¿no?

—Bueeeno. Las pelis de superhéroes y de ciencia ficción no me gustan mucho.

ULISES: Ah, vaya —puso cara de asco.

—Yo cojo el bus aquí —le dio un rápido pico a Is—. Ya hablamos.

IS: Hasta luego —se tocó ella el pelo coquetona, que se lo había dejado suelto para la ocasión con su flequillo ladeado, y lo vio subir al autobús.

Cuando se giró ella, vio como Ulises la miraba con incredulidad.

IS: ¿Qué? ¿No te ha gustado, no? Como si lo viera venir…

ULISES: Yo no te digo nada —miró al suelo, metiéndose las manos en los bolsillos.

IS: En esta estación de Valenbishit no hay bicis —interrumpió un momento la conversación—. Vamos andando a la siguiente.

ULISES: Vamos —siguieron caminando.

IS: Bastante me ha costado soltarme la melena —prosiguió con el tema de antes— y empezar a quedar con chicos y chicas como para que ahora vengas tú y no te guste ninguna de mis citas.

ULISES: No es eso. Es que… No sé. Este chico pasa de ti. ¿O es que no lo ves? Además, que no lo veo de fiar. No me da buena espina…

IS: ¿No tendrás todavía problemas con que yo sea bi y esté quedando con chicos también?

ULISES: No, no, no. Te lo prometo. Pero, ¿tan en serio va lo vuestro? Os conocéis de hace un par de semanas.

IS: Sí, pero de momento va bien.

ULISES: ¿Te ha desvirgado ya el tipo este?

IS: ¡Animal! ¡No! Tengo que encontrar a la persona adecuada y el momento adecuado.

ULISES: ¡Oh! ¡Milagro de Asir! Hay tres bicis en esta estación —divisaron otro punto de anclajes del sistema de alquiler de bicicletas de Valencia.

IS: Uf, espera. Esta no tiene sillín.

ULISES: ¿Por qué no la pruebas? A lo mejor te gusta…

IS: ¿Por qué no te la metes tú por el blas? —le dio un empujón.

ULISES: Estas dos parece que están bien. Voy a pasar mi tarjeta.

IS: Esta tiene la cadena suelta.

Ulises volvió de identificarse en la máquina y al intentar desanclar la última bici que parecía estar en buenas condiciones, no pudo quitarla. Al tercer intento se rindió.

IS: No cojo el coche para ahorrar gasolina, pero creo que esto del Valenbishit no vale mucho la pena…
Siguieron andando hacia casa y se hizo un incómodo silencio.

ULISES: ¿Te pasa algo, pedorra?

IS: No —contestó fríamente.

ULISES: Vamos, que cuando las mujeres decís que no os pasa algo, es que sí.

IS: Pues nada, Uli, que no te gustan mis citas y ya está. Me gustaría que me apoyases. Yo siempre te apoyo, a pesar de que tus cosas nunca van a ningún lado —se le abrió la boca a él—. Solo haces que marearlos a todos y cada vez te los buscas más imposibles.

ULISES: ¿Disculpa? ¡¿Disculpa?! A mí lo que me pasa es que no encuentro lo que quiero. Que es algo bien diferente.

IS: No. Jugueteas con todos y a veces eres hasta cruel —Ulises seguía con la boca abierta—. Por lo menos ese tal Saúl te pone los puntos sobre las íes.

ULISES: Siempre me rechaza. Pero no sé por qué sigue quedando conmigo.

IS: Pues porque no tiene más amigos…

ULISES: Ya hemos llegado a casa —la interrumpió—. Y mira, tiene cojones que esta estación de Valenbishit está llena de bicis.

IS: Para matarlos.

Cuando subieron a casa se encontraron con Ada, que acababa de llegar de África. Y se notaba. En vez de su glamurosa ropa habitual, vestía un colorido atuendo africano. Y el pelo… rubio, como siempre, pero de un color más blanquecino. Traía solo una maleta y se estaba instalando en la habitación de Osi, ya que era la única de la casa de matrimonio.

IS: Éramos pocos y parió la abuela —soltó de mala gana cuando se enteró de que se quedaba. Nunca se había llevado especialmente bien con ella. Y menos desde que dejó morir a aquel hombre.

Ada se giró y evidentemente la broma no le había sentado muy bien, así que ella lo intentó arreglar.

IS: Que no, mujer. Donde comen cuatro, comen cinco.

ADA: Gracias, cuñá —bromeó—. No es que tenga muchas alternativas. Como David se fue de nuestro piso y se vino aquí, yo me quedé sin piso también.

ULISES: ¿Qué tal por África?

ADA: Súper bien. Ha sido una experiencia enriquecedora. Me ha cambiado por completo.

IS: A ver si es verdad —dijo para el cuello de su camisa y Ada siguió hablando.

ADA: Mañana mismo voy al hospital a ver si me devuelven mi empleo. Después de cinco meses de altruismo, de algo me tendrá que beneficiar.

IS: Si te beneficiaras de ello no sería altruismo.

ADA: Ya claro, es verdad —le sonrió, arisca—. Con vuestro permiso, voy a ducharme y ponerme ropa normal. No sé si voy a saber andar con tacones después de tanto tiempo —rio ella sola e Is le sonrió falsamente.




Osi estaba encerrado en una sala del hospital La Caridad y puso un rotulador encima de una mesa. Trató de moverlo como había movido incluso al ladrón de órganos el día de la Renovación, pero todo intento fue inútil. Se cabreó y tiró todo abajo de la mesa. Y viéndose con ira lo intentó otra vez, pero ni con aquellas. Is abrió la puerta y se encontró todo por el suelo. Iba con su uniforme de enfermera y su trenza bien casta, que le llegaba a mitad de espalda. Como andaba casi como si volara, Osi no la oyó ni llegar, pero cuando abrió la puerta solo lo vio a él un poco colorado del esfuerzo.

IS: ¿Se puede saber qué haces? Anda, te invito a comer en la cafetería del hospi.

Bajando a la cafetería iban charlando alegremente cuando por el camino se encontraron a la enfermera asirista.

—Vaya, el desviado que se follaba a la que despidieron y la otra. ¿Qué? ¿A follar a un cuartito?

Osi siempre se callaba y agachaba la cabeza, pero a Is no la amedrentaba nadie.

IS: Es mi hermano, degenerada. Igual tú sí que haces esas cosas con tus hermanas.

—Ya os cogerá Suty y os hará pagar por vuestros pecados…

La mujer siguió caminando hacia su lado y se distanciaron.

IS: No la aguanto. ¿Se cansará algún día de meterse con nosotros?

OSI: Y no creo que la cosa vaya a mejor si vuelven a coger a Ada.

IS: ¿Cómo? —preguntó indignada.

OSI: No lo sé, eh. Ella va a hablar con su adjunto y con la junta.

IS: No la van a coger después de lo que hizo. Pero menos todavía por saber que es hetero. Tanta mano blanca por ahí es bastante indicativo de que estamos en un hospital religioso.

Una vez estaban ya sentados y comiendo, Is le sacó el tema de sus madres a su hermano.

IS: Pues yo no sé nada de Soledad desde aquello. Contigo sí que habla, ¿no?

OSI: Sí, pero ese tema es tabú. Hacen como si nunca hubiera pasado. Como si no supiese que tengo una hermana. Es muy típico de ellas hacer como que algo no ha ocurrido y así que parezca que no es real. Como cuando les dije que era hetero. ¿Crees que se puede hablar de ello o de Ada cuando estoy con ellas?

IS: Ya veo. Bueno, mi madre verdadera fue mi madre adoptiva. Ella fue la que me crió. Y murió.

OSI: Pues ya está, entonces. Ahora te quedo yo, que soy tu hermano —le cogió de la mano y le dedicó una cariñosa sonrisa.

IS: Gracias. Siento como que tengo una familia otra vez… Tú eres mi hermano, y ella es mi madre, pero no la pienso volver a llamar. Creo que ya está bien de tonterías.




Ada salía con los ojos llorosos del despacho del que fue su médico adjunto y el hombre intentaba deshacerse de ella.

ADA: ¡Pero he estado muchos meses ayudando con los misioneros! ¡He aprendido mucho! Y usted mismo decía lo buena que era. Que era una promesa de la Medicina.

—Lo siento, querida —le cerró la puerta finalmente.

—Si es que cada uno tiene lo que se merece. Y a Asir no lo has engañado con tus jugarretas —una voz vino de detrás de ella y cuando se dio la vuelta vio a la enfermera asirista.

ADA: Déjame en paz. ¿No tenías suficiente con que me despidieran?

—No. Quería que no volvieras. Y me alegro que no te hayan dejado. Eres una falsa. Solo te has ido con los pobres para ir de buena y hacer que te volvieran a coger. Pero te ha salido mal la jugada.

ADA: Mira, será cierto que a lo mejor me fui con esa mentalidad, pero la experiencia me ha cambiado. Y he disfrutado ayudando a los que más lo necesitan.

—Y yo he disfrutando viendo como tu plan te salía mal —sentenció antes de irse de allí dejando a Ada con las lágrimas ya cayéndole por las mejillas.

Ella no sabía ni dónde meterse porque no le gustaba montar números. Se había puesto sus tacones y un bonito vestido para impresionar al jefe, pero ni eso. Se volvió corriendo a casa y se encontró allí con David, que ya lo había visto esa misma tarde. Estaba sentado en el sofá y ella se sentó a su lado. Después de contarle todo lo que había pasado, él trató de consolarla.

DAVID: Entiendo que estés fatal, pero te digo una cosa. No es el fin del mundo si coges y te apuntas a una Empresa de Trabajo Temporal para currar de lo que te salga. De alguna manera tendrás que pagar el piso si no quieres volver al pueblo con tus padres.

ADA: No me puedo creer que tú entre todas las personas me estés diciendo eso. ¿Una ETT?

DAVID: Sí, sí —asintió con la cabeza—. Yo mismo me apunté a una. Pero me han llamado un par de veces para trabajar de no sé qué y he dicho que no. Con lo del alquiler de Noé tengo bastante. Pero si quieres te puedo decir el nombre de la ETT… Eso sí, nunca pierdas de vista tu meta final: ser médico.

ADA: Aiss, David —se apoyó ella sobre su pecho—. Echo tanto de menos a Luis. Seguro que ahora él me estaría animando como tú.

DAVID: Yo también, cari —se rieron ambos, recordando sus expresiones.

ADA: Después de vivir tantos años nosotros tres, aquí me siento rara.

DAVID: ¡Calla! Ya te acostumbrarás. Yo me he adaptado muy bien.

ADA: ¿Esta noche vendrá a la cena tu novio?

DAVID: Bueno, mi novio… No sé lo que somos, amor. Él es un poco raro en ese aspecto. Nunca había tenido una relación. Pero yo creo que sí estamos saliendo.

ADA: Me dijo Osi que dejaste de fumar por estar con él.

David asintió contento.

DAVID: Y por mi salud también. Es lo mejor que he podido hacer. Fue duro al principio y no te voy a negar que a veces me encendería uno y me moriría de gusto, pero no. Estoy mucho mejor así.

ADA: ¿Sabes qué entretiene de todas esas tentaciones?

DAVID: ¿El qué?

ADA: ¡Una tarde de compras! Perdieron mis maletas en el viaje de ida y me he quedado con casi nada de ropa. Lo poco que me dejé aquí.

DAVID: Ahá… Y yo que pensaba que venías cambiada.

ADA: ¡Y he cambiado mucho! Pero algunas cosas no cambiarán nunca —sonrió muy pilla ella.




Is llegaba a casa montada en una bici de Valenbishit. Llevaba solo una funda de un mango, el cambio de marchas roto, por lo que iba pedaleando en el aire para avanzar un poco, y encima el manillar torcido. Así que llevaba mucho cuidado de mantenerlo recto. Era la única bici que quedaba libre cuando la cogió, así que no tuvo alternativa. Lo que peor le supo fue llegar a la estación más cercana al piso y que no hubiera sitio. Situación habitual, pero a la que nunca se acostumbraba. Se tuvo que ir tres estaciones más allá para encontrar un hueco libre y dejarla.

IS: Para eso me vengo andando, joder —pensó.

Teniendo tanto tiempo hasta volver a llegar a casa decidió llamar por teléfono a Gustavo por el camino. Quería invitarlo a la cena de esa noche en su casa. No es que le entusiasmara la idea, pero juntándolo con más amigos quería ver si terminaba de cuajar lo que fuera que estaban teniendo.

—¿Sí? Quita un momento —le decía a alguien mientras se oía una risita de mujer.

IS: Hola, Gus. ¿Qué haces esta noche? —preguntó, aunque extrañada.

—¿Puedes parar un momento? —seguía hablándole a su acompañante femenina, que reía juguetona.

IS: ¿Se puede saber con quién estás?

—Mira, Isa.

IS: Es Is.

—Pues eso. Que… he quedado con una amiga y nada… Ya sabes. Oye, siento que no funcionara lo nuestro. Adiós.

Le colgó tan pronto que ni tuvo oportunidad de reaccionar. Pasó de la ilusión de querer proponerle conocer a sus amigos a la decepción de ser traicionada de esa manera tan despreocupada. En cuanto llegó a casa fue al cuarto de Ulises, que estaba con la luz apagada viendo series y se lo contó todo.

IS: Tenías razón —le dijo sentándose a su lado en la cama.

ULISES: No es eso, Is. Yo no es que quisiera tenerla. Pero al chico ese se le veía. No estaba interesado en ti. Yo solo quiero lo mejor para ti. ¿Lo sabes, no?

IS: Lo sé —se apoyó en su hombro y él la cogió por detrás para consolarla—. Odio a los hombres.

ULISES: Yo a veces también los odio.

IS: Es que tengo mala suerte con ellos… Creo que voy a intentarlo con una mujer para la próxima.

ULISES: ¡Pero qué pedorra eres! ¿Tienes una lista de espera o qué?

IS: No una lista —sonrió, traviesa—, pero me presentaron a mucha gente el año pasado en mi cumpleaños.

ULISES: Así me gusta. Que pruebes. Se aprende mucho con unos y otros…

IS: Sí que es verdad. Pero de momento a lo mejor prefiero estar sola un tiempo.

ADA: ¡Chicoooos! —se oyó desde el otro lado de la puerta—. La cena ya está lista. ¡Salid todos!

IS: ¿Ha preparado la cena ella?

ULISES: Eso parece. Dice que ha preparado recetas típicas de allí. Es para celebrar que ha vuelto.

IS: Menuda celebración…

ULISES: Anda, no seas mala que ahora tenemos que convivir todos aquí. Vamos a cenar.

En el comedor ya estaban Osi, David y Helios, que por primera vez lo presentaba oficialmente a sus amigos. Ada iba saliendo de la cocina con platos en la mano y David fue a ayudarla. Cuando estuvo todo preparado, rodearon la mesa y levantaron todos sus copas.

ADA: Brindo por una sana convivencia y por los retornos. A ver si pronto celebramos otra cuando vuelvan Zac y Efrén —David ladeó la mirada—. No ha sido un retorno como yo esperaba, pero me alegro de estar rodeada de amigos de nuevo. Chinchín.

—Chinchín —dijeron todos al unísono.


Próximo episodio: lunes, 2 de abril de 2012 a las 21:00.

lunes, 19 de marzo de 2012

4x03 EFRÉN


Priviuslí, en El mundo al revés: Efrén y Zac  se fueron de crucero de luna de miel y sus amigos no han sabido nada de ellos desde finales del mes de junio. Efrén quiso emprender este viaje al no estar seguro si fue reconocido por Noé, pero una nota que le hizo llegar un camarero en el barco le confirmó que saben que los vio y lo amenazaba con que no fuera a la policía.

Efrén reconoció la voz de Jaime de haberla oído el día que se coló en casa de Noé, pero cuando fue a avisarle ya se habían ido.

Los padres de Efrén no asistieron a la boda argumentando que tenían que trabajar y a cambio se quedaron con su hijo Bruno.

Efrén tiene un pub que se llama Inframundo, pero desde hace tiempo delega toda su gestión a un chico que se llama Nacho.

Antes de pedirle matrimonio, Efrén discutió con Zac sobre Bruno, dejando claro de malas maneras que era hijo suyo y no de los dos, por lo cual Zac lo perdonó por las malas maneras, pero se quedó algo molesto.




En una habitación de hotel, Efrén y Zac se preparaban para marcharse.

EFRÉN: ¿Ya tienes las maletas listas, amor?

ZAC: Sí. Cada vez más maletas y cada vez pesan más —dijo con reproche.

EFRÉN: Normal. Cada vez nos compramos más ropa —le habló como si no le hubiera contestado de esa manera—. Y ahora que ya va haciendo frío, la ropa pesa más.

Zac abrió un cajón y sacó una pequeña cartulina que se guardó ávidamente en el bolsillo. Pero Efrén lo vio y le insistió en que se la enseñara. Zacarías trató de desviar la conversación y Efrén, que no podía dejarlo pasar, le metió la mano en el bolsillo y la cogió.

EFRÉN: ¿Una postal del Partenón? —le dio la vuelta y vio el remite—. ¿Y se la quieres enviar a estos? ¡Por Asir, te dije que no les podíamos decir nada! —temió que con aquella postal se delatara su paradero.

ZAC: Y yo nunca te dije que estuviera de acuerdo con eso.

EFRÉN: Venga, tío. Ya te lo he dicho mil veces. ¿Tú sabes lo que va a molar que les enseñemos todas las fotos de todos los sitios en los que hemos estado cuando volvamos por sorpresa?

ZAC: ¡Se van a morir del aburrimiento de ver cinco meses ya de fotos! ¿No crees que estarán preocupados de no saber nada de nosotros?

EFRÉN: No pasa nada. Seguro que Luis y Jaime tampoco les están llamando todos los días.

ZAC: Seguro que están genial —relajó el tono de discusión.

EFRÉN: No sé yo si Luis estará bien…

ZAC: ¿Por qué dices eso?

EFRÉN: Por nada, por nada… Anda, vámonos —dijo tirando la postal a la papelera de la habitación.

ZAC: Espera un momento, que quiero ir al baño.

EFRÉN: Te espero en la recepción y voy haciendo el check-out.

ZAC: Vale, cariño —dijo más amigable y le dio un beso.

Al poco tiempo de dejar todo pagado en la recepción del hotel, Zac bajó ilusionado y miraba a Efrén sin parar.

ZAC: Y ahora, y como cada vez que dejamos un hotel, es cuando me dices nuestro próximo destino.

EFRÉN: ¡Estambul! ¿Qué te parece, guapo?

Zac perdió esa expresión de felicidad para tornarse en una gran desilusión.

EFRÉN: ¿No te gustaría ver Turquía? Ya hemos visto casi toda Europa.

ZAC: No es eso, amor, es que estoy cansado de viajar. Echo de menos a Bruno y quiero volver a casa ya. ¿No te estarás quedando sin dinero ya o qué?

EFRÉN: ¡Qué va! El pub va estupendamente. O eso parece según mis ingresos. Nacho hace un muy buen trabajo. Y además, aún me queda mucho dinero del trato que me ofrecieron por debajo de la mesa para subir a primera división. Lo invertí, pero lo recuperé rápido.

ZAC: Cuánto me alegro —su rostro demostraba lo contrario.

EFRÉN: Cuando lleguemos a Estambul nos iremos al spa del hotel para que nos den unos masajes. ¿No te apetece?

ZAC: No, Efrén —se puso ya más serio—. Lo que me apetece es volver a casa.

EFRÉN: ¡Pero hombre! ¡Tenemos que ver mundo antes de asentarnos! —intentó animarlo— Porque si luego tenemos más críos, ya sabes que con niños pequeños luego no puedes ir a ningún lado.

ZAC: Está bien —alegró la cara—. Podemos seguir viajando si quieres. Pero tenemos que ir a Londres a ver a Bruno primero.

EFRÉN: ¿Te crees que yo no lo echo de menos? ¡Me haces quedar como el malo de la película!

ZAC: Pues no parece que lo eches de menos. Eres su padre. Y según tú, solo tú eres su padre. Así que ocúpate de él.

EFRÉN: Ya lo sé. Pero es mejor así…

ZAC: ¿El qué es mejor así?

De repente se encontró entre la espada y la pared. Sabía que no podía seguir arrastrando a su marido por el mundo para que los terroristas no lo encontrasen. Hacía tiempo que había llegado a la conclusión de que Noé lideraba al grupo de terroristas que buscaban por la tele. Por lo que averiguó, y lo que vio y escuchó aquel día en la casa de las madres de David.

Efrén creía que si estaban lejos de su hijo lo protegería. Pero tampoco era de piedra. Pasó de estar pegado a Bruno a no verlo en mucho tiempo. Y aunque no lo demostrase en el exterior, por dentro el dolor lo estaba ahogando.

EFRÉN: Está bien. Iremos a Londres a ver a Bruno y a que conozcas a mis padres de paso. Asir nos coja confesados. Pero luego seguiremos viajando, ¿vale?

ZAC: ¡Vale! —le dio un abrazo que casi lo parte en dos.

Le alegró ver como por fin sonreía de verdad y ya se imaginaba el caluroso reencuentro con el pequeño. Esperaba que en unos meses no se hubiera olvidado de su papá.

ZAC: Voy a la tienda de regalos a echar un vistazo. A ver si le podemos llevar algo al crío.

EFRÉN: Buena idea. Voy llamando mientras a un taxi.

Efrén salió por la puerta del hotel y Zac se dirigió a la recepción en vez de a la tienda.

ZAC: Por favor, puede enviar esto por correo.

—Sí, claro.

ZAC: Pone la dirección y también lleva el sello.

—Bonita postal del Partenón.

ZAC: ¡Muchas gracias! Y oye, hablas muy bien español.

—Gracias a ti —le guiñó el ojo y Zac se fue corriendo al encuentro de Efrén.

EFRÉN: ¡Qué rápido! ¿Has comprado algo?

ZAC: No, qué va. Era todo muy caro.




Un vuelo, un tren y un taxi fueron necesarios para llegar a la casa de los padres de Efrén, que vivían en una casa de un buen barrio, en una población cercana a Londres. Parecía una mansión como las que salían en las películas: con su cuidado jardín delantero rodeado por una estilosa valla de madera, y el edificio en sí constaba de dos plantas, más la bohardilla.

Ya estaba anocheciendo, a pesar de que era por la tarde, pero las luces decorativas que iluminaban toda la calle indicaban que la Natividad, la celebración del nacimiento de Asir y Ast, estaba a la vuelta de la esquina. Cuando llamaron a la puerta, la abrieron ambos padres y se quedaron mirándolos desde allí sin decir una palabra, con cara de circunstancias.

EFRÉN: Eeeh hola, ¿podemos pasar?

—Sí, claro. Pasad —dijo el más bajito y blanco de piel, pero seguían sin apartarse.

EFRÉN: Bueno, Zac, estos son mis padres: Ximo y Quim —estiró los labios para simular felicidad.

—Joaquim, para ti, querido yerno —espetó el que estaba morenísimo a pesar de vivir en Reino Unido todo el año y de estar en invierno. Zac entendió que de él habría heredado Efrén su bronceado tono de piel y su imponente altura.

—No, hombre, que los dos nos llamamos Joaquim —se dirigió a su marido sin ni siquiera mirar a Zac—. Yo soy Quim y él es Ximo —explicó fríamente sin hacer ademán de saludarlo. A este le vio justamente la misma nariz redondeada e infantiloide que su hijo. Las gafas lo despistaban, pero pensó que sería cosa de la edad. Aunque parecían jóvenes para tener un hijo de 28 años, deberían de rebasar ambos la cincuentena.

Los dos se quedaron de pie bloqueando la entrada y Zac no quiso importunarlos con presentaciones. Pensando también en que la escena si lo rechazaban sería colosal.

ZAC: Encantado —esbozó una pequeña sonrisa para aflojar un poco la tensión.

—Por lo menos tiene modales —le susurró Ximo a su marido.

—Hoy en día hasta los incultos y los pobres gozan de una educación pública de calidad. Aunque no la acaben…

Las palabras despectivas que salían de sus bocas directamente dirigidas para humillar a Zacarías estaban poniendo furioso a Efrén, pero prefería no empezar con mal pie su visita y cambió de tema ante la mirada de asombro de Zac, que era demasiado tímido para contraatacar.

EFRÉN: ¿Dónde está mi hijo?

Tu hijo está durmiendo la siesta —respondió Ximo con retintín—. Lo acabo de acostar, así que no lo despiertes hasta dentro de una hora. Si hubieras venido antes…

EFRÉN: No os quejéis, que si no os lo traigo ni lo hubierais conocido hasta ahora.

—Nos dijiste que lo tendríamos unas semanas —replicó de nuevo Ximo—. Y llevamos desde verano pagando a una au-pair. ¿Tú qué te has creído? ¡Nosotros trabajamos todos los días!

—Menos hoy, que es domingo —le recordó Quim.

EFRÉN: ¿Podemos pasar ya? —preguntó empezando a perder la paciencia, ya que aún estaban fuera de la casa.

—Sí —dijo Quim antes de que volviera a contestarle Ximo, que suspiró para no seguir hablando—. Pasad por aquí y os instaláis en la otra parte de la casa. Así estaréis más tranquilos.

La vivienda ya se veía enorme desde fuera, pero era igual de espaciosa por dentro. Los llevaron a la segunda planta al final del pasillo, justo a la otra punta de su habitación. Pero Zac estaba ansioso por ver al niño y volvió a preguntar.

—Puedes despertarlo, pero no se debe alterar la rutina de los niños deliberadamente. Ellos tienen unos horarios, ¿sabías? —le hablaba como si fuera corto de entendederas.

Pero Zac, que ya se olía como iban a estar los humos durante su estancia allí, hizo caso omiso y entró en el cuarto que le estaba señalando con la mano, seguido muy de cerca por Efrén, que miró a sus padres desaprobando la actitud que estaban teniendo mientras bajaban tranquilamente al comedor.

Cuando entraron en la habitación, vieron al pequeño durmiendo en su cuna, y Efrén notó enseguida cuánto había crecido en su ausencia. Miró a Zac y tenía esa misma expresión en la cara, lo abrazó por la espalda y se acercaron para despertarlo tiernamente. Efrén se quedó de pie y Zac se agachó para hablarle con delicadeza. El niño oyó su voz y se desperezó adormilado, pero en cuanto reconoció a Zac lo abrazó.

—Papá —pronunció el niño por primera vez esa palabra, aunque ya chapurreaba de todo antes de dejarlo allí, ante la atónita mirada de su padre biológico Efrén.

Los ojos abiertos como platos con los que se giró hacia él Zac lo decían todo. Hasta él se había sorprendido de la reacción del niño.

ZAC: ¿Estás enfadado? —preguntó casi excusándose.

EFRÉN: No. No, qué va —dijo después de pensárselo unos segundos y se sentó abatido en un sofá que había en la estancia.

ZAC: ¿Estás bien? —lo intentó reconfortar, sentándose a su lado.

Él permaneció en silencio mirando a la nada y se tomó su tiempo para contestar.

EFRÉN: Ofelia tenía razón. No he sido un buen padre para Bruno.

ZAC: ¡No digas eso! ¡Ni de coña, hombre! ¡Claro que lo has sido!

EFRÉN: Me lo dices solo para animarme. Pero sabes que tengo razón.

ZAC: Tú siempre le has dado lo mejor. Eso es ser un buen padre. ¿Que no te has ocupado tanto de él como hubieras debido? No te lo voy a negar. Pero eso es algo que puedes cambiar a partir de ahora.

Efrén miró a su esposo y se sintió agradecido de haberse casado con tan buen hombre, que siempre aguantaba sus cosas. Lo tenía viajando de un lado para otro desde la luna de miel y el pobre aún se había quejado poco.

EFRÉN: Es normal que el chiquillo piense que eres su padre. Has cuidado mucho más de él que yo. La culpa es mía. Pero me encanta que tengáis esa relación tan cercana.

ZAC: ¿No te molesta seguro?

EFRÉN: Quiero a mi hijo y te quiero a ti. ¿Qué más puedo pedir? —le dijo con los ojos nublados tratando de sonreír, antes de salir corriendo de la habitación—. Necesito estar un momento a solas.

Un par de horas después Zac entró a la habitación donde Efrén estaba llorando. Estaba tumbado encima de la cama, boca abajo, sorbiendo los mocos y limpiándose la cara de lágrimas cuando oyó el ruido de la puerta.

ZAC: Me estoy empezando a preocupar —se sentó a su lado—. ¿Seguro que es solo por lo de Bruno?

EFRÉN: Sí… y no. No puedo hablar de ello ahora.

ZAC: ¿Ya empezamos con más secretos?

EFRÉN: Que sí, Zac, que es porque te quiere más a ti. Déjame ahora y ya lo hablaremos cuando vea que es el momento—respondió más severo.

Zac salió airado de la habitación y Efrén, que había estado pensando en su situación durante esas horas, se lavó la cara y fue directo a tener una conversación seria con sus padres.

—Está claro que solo quiere nuestro dinero, hijo. Y encima no trabaja y tú manteniéndolo. No sé qué has visto en él. Es de lo más soso.

EFRÉN: Primero, no lo conocéis en absoluto. Segundo, haced el favor de respetar a mi marido. Ya que tuvisteis la poca vergüenza de no venir ni a la boda.

—No pretenderías que asistiéramos a una boda que desaprobamos, ¿verdad?

EFRÉN: Muy bien, pues seguid pensando lo que queráis. Que es lo que siempre habéis hecho. Pero solo os pido un poco de respeto mientras estemos aquí.

—Ah, que os vais a quedar…

EFRÉN: Vamos a pasar aquí la Natividad, mientras pongo en orden algunos aspectos de mi vida y de mi cabeza, y en cuanto podamos volveremos a España. Disfrutad de vuestro nieto, porque no sé en cuanto tiempo volveréis a verlo.

Al oír el parquet crujir, Efrén se giró y vio a Zac en la puerta. Tenía la boca tan abierta que casi le llegaba al suelo y sin decir palabra se fue malhumorado al piso de arriba. Efrén fue detrás de él para explicárselo y antes de que entrara en el cuarto lo cogió por el brazo.

EFRÉN: Espera un momento, por favor. Déjame explicártelo.

ZAC: ¿Me estás diciendo que después de todos estos meses viajando ahora nos tenemos que quedar en casa de unas personas que me odian? ¡Quiero volver a casa!

EFRÉN: Serán solo unos días.

ZAC: Déjame. No sé qué más puedes hacer para compensarme todo esto —se soltó de su mano y dio un portazo.

Efrén fue a ver por fin a su hijo, después de todo el drama, lo cogió en brazos y sintió casi como si estuviera en casa.

EFRÉN: Qué voy a hacer, Bruno. Qué voy a hacer.

Se sacó un trozo de papel del bolsillo, lo abrió y puso cara de amargor al acordarse de la amenaza de Noé: «Si vas a la policía o se lo cuentas a alguien, tu marido y tu hijo están muertos. Sabes a lo que me refiero. Disfruta de la Renovación. Puede ser tu última. Ya sabes quién soy.»




Ulises llegaba al portal y vio cómo un hombre calvo y corpulento metía algo en su buzón. No llevaba ningún uniforme y tampoco era el cartero.

ULISES: ¿Es usted mensajero o algo?

—No, no —respondió carraspeándose la voz—. He visto esto en el suelo y lo he metido en el buzón. Hasta luego —salió raudo del portal.

Abriendo el buzón, Ulises se emocionó al ver una postal de Zac y Efrén. Mandada desde Atenas, nada más y nada menos.

El fortachón salió del portal y e hizo una llamada.

—Nuestras fuentes son de fiar. Han estado en Atenas y ahora estarán en Londres.

—Buen trabajo Eliseo —se oyó la voz de Noé al otro lado del teléfono—. Los muy idiotas están usando sus verdaderos nombres para viajar.


Próximo episodio: lunes, 26 de marzo de 2012 a las 21:00.

lunes, 12 de marzo de 2012

4x02 DAVID


Priviuslí, en El mundo al revés: David, después de pasar por un año de calamidades, coincidió varias veces con el agente de policía Villalba (aunque le dijo que lo llamara Helios) y este acabó salvándole la vida de un ladrón de órganos.

David es fumador empedernido. Trató de dejarlo para que Zac volviera con él, pero acabó volviendo al hábito. Lo que no ha dejado de hacer desde que lo raptó Tirso es asistir a sus clases de artes marciales.



David salía de clases de autodefensa y ya era bastante de noche, aunque no demasiado tarde. Pero en noviembre ya se empezaba a notar el recorte otoñal de horas de luz y el día se acababa muy pronto. Giró una esquina para atravesar un espeluznante callejón para llegar hasta su coche. Siempre pasaba por él y no había ocasión en que no le diera mala espina, pero prefería atajar por ese camino a tener que dar toda la vuelta a la manzana. La estrecha calle era oscura y no se veía ni Asir por allí. De repente le pareció oír algo, así que aligeró el paso, pero sin echarse a correr. Miró hacia atrás para asegurarse de que nadie lo seguía y se apresuró para sacar las llaves del coche, que justo no las encontraba en su mochila. Cuando ya las tenía en la mano y justo antes de abrir la puerta, una mano le tocó el hombro. Él reaccionó violentamente y lo agarró por el brazo, lanzándolo por encima suyo gracias a la potencia de la adrenalina, ya que al levantar a aquel hombre le pareció mucho más pesado que él. Una vez lo vio en el suelo con mueca de dolor, supo reconocer ese pelo rubio y ese tupé ladeado inconfundible.

DAVID: ¡Ay, cuánto lo siento! No pretendía…

HELIOS: No pasa na. Ha sido un poco culpa mía —dijo levantándose y sacudiéndose los pantalones de chándal y el plumífero que llevaba puesto. También llevaba unas deportivas y tenía un aspecto sudoroso.

DAVID: ¿Un poco, solo? —empezó a arreglarse el pelo, que recién salido de artes marciales no lo llevaba tan repeinado al milímetro como solía hacer—. ¿Pero tú qué haces aquí?

HELIOS: Vale, perdona por el susto.

DAVID: ¡No te vuelvas a acercar a mí así! Desde una cosa que me pasó con un pirado hace unos años he desarrollado un reflejo de presa que salta en cuanto veo peligro.

HELIOS: Y no veas si salta. Porque me has pillado desprevenido, que si no…

DAVID: Si no, también habría podido contigo —le salió una mueca coqueta a la vez que chulesca.

HELIOS: Bueno, no he venido aquí a discutir —cambió de tema diplomáticamente y se metió las manos en los bolsillos porque hacía un poco de frío—. Quería contarte una cosa. Como no nos veíamos desde el crucero…

DAVID: Sí… Te fuiste un poco raro. No supe qué pensar. Te agradezco de nuevo que vinieras a salvarme —se le puso carita de tonto.

HELIOS: Pues de eso en parte te quería hablar —empezó a contar ilusionado—. Verás, gracias a la detención de aquel individuo pudimos rastrear al resto de la banda de ladrones de órganos, que ya te comenté algo aquel día.

DAVID: ¡Calla! ¡Lo vi en las noticias! ¿No me digas que estaban relacionados?

HELIOS: Sí. Y además, gracias a eso y a unos exámenes que he aprobado, me han ascendido en el cuerpo —anunció tímidamente mirando de lado, mostrando su dentadura perfecta.

DAVID: ¿Qué me dices? —le dio un espontáneo abrazo—. Me alegro de que mis desgracias sirvan a alguien por lo menos.

HELIOS: Na, hombre, será para menos.

Y cuando se separaron se cruzaron las miradas muy de cerca. Ante la tensión sexual del momento, se soltaron del todo y David sacó su tabaco.

DAVID: Bueno, si vamos a estar aquí de charreta, mejor me enciendo un piti.

Al dar las primeras caladas, David tosió varias veces, pero siguió fumando.

DAVID: No sé lo que me pasa últimamente que me pica la garganta.

HELIOS: Bueno —se le notaba incómodo—. Yo mejor me voy que estaba corriendo un poco y me estoy quedando frío.

DAVID: No te puedes ir así otra vez —le cogió del brazo—. No después del cruce de miradas que acabamos de tener. No lo entiendo.

HELIOS: Mejor me voy. Lo siento.

Se soltó de su brazo y se fue casi corriendo. David se quedó confuso mirando cómo se iba, se volvió a guardar el cigarro que había sacado y se metió enseguida dentro del coche para refugiarse del frescor nocturno.



A la mañana siguiente, David se fue de compras improvisadas. Ya que no ejercía como abogado, algo tenía que hacer con todo ese tiempo libre. E ir de compras era su hobby favorito. Después de que su tarjeta de crédito le dijera basta, paró a tomarse un cafetito en una terraza al sol. Y por supuesto a fumarse un cigarro. Al encenderlo volvió a toser un par de veces. Era algo que le llevaba pasando últimamente, pero no le dio importancia porque al poco se iba. Esta vez no fue así. Siguió tosiendo fuertemente y en una de esas que se puso la mano delante, se dio cuenta que había tosido sangre. David se alarmó como este fluido rojo siempre sobresalta a todas las personas. Se limpió con un pañuelo y lo tiró a la basura, mirando hacia ambos lados como temiendo que le hubiera visto alguien. Desde allí se fue directo a urgencias. Estaba muy preocupado.

DAVID: Cáncer —pensó de inmediato—. Llevo ya más de diez años fumando y cada vez más jóvenes tienen cáncer… En las películas cuando sueltan sangre por la boca es siempre cáncer.

Horas más tarde y tras someterse a un par de pruebas, el doctor le dijo el diagnóstico.

—Señor De la Torre, no debe preocuparse. Solo es un pequeño quiste en la faringe que ha tenido la mala suerte de reventarse. ¿Fuma usted o tiene algún otro hábito que pueda provocar irritación de garganta?

DAVID: Sí, soy fumador —respondió todavía asustado.

—Debería de evitar el tabaco hasta por lo menos un tiempo después de la intervención.

DAVID: ¿Qué intervención? ¡¿Es cáncer?! No me engañe eh, doctor. Que sé que los médicos muchas veces suavizan la verdad. ¡Dígame la verdad!

—No, no es cáncer, señor De la Torre. Solo es un bultito de grasa que le vamos a quitar con anestesia local. Vaya al mostrador y dele este volante para que le den la fecha.

Él cogió el papel y al entregarlo le dieron hora en un par de días para que le quitaran el quiste. Lo que no se le quitó fue el susto del cuerpo en todo el día.

DAVID: Podría haber sido cáncer. Pero no lo es —recapacitó.

Cuando salió del hospital sacó el paquete de tabaco por inercia, pero nada más sacarlo lo volvió a guardar. Pensó por un instante en tirarlo a la basura, pero no se atrevió a dar ese paso.

La intervención sucedió con toda normalidad y prefirió no contárselo a nadie para no alarmar a sus amigos. Y tampoco se lo comentó a sus madres en la visita a la cárcel que solía hacerles una vez al mes. Pasado ya el mal trago, se sintió aliviado de haber sorteado aquel problema de salud, pero solo se había atrevido a fumar un par de veces, por muchas ganas que tuviera.




Una semana después, David llegó a su piso compartido con Osi, Ulises e Is. Había ocupado la habitación de Zac, que había quedado libre desde que se fue a vivir a casa de Efrén.

DAVID: A ver si el señor Uliginoso limpia cuando le toca. En mi piso éramos mucho más severos para eso.

Ulises pasó por su lado, le sacó la lengua y se metió en su cuarto.

OSI: ¿Le tienes que cambiar el nombre a todo el mundo?

DAVID: Tú calla, Osezno.

OSI: ¿Sabes? —continuó sin inmutarse— Te podías haber ido a vivir a la casa de tus madres, que es mucho más grande que esta. Yo entiendo que te tuvieras que ir del otro piso. Ada se fue a África y Luis se fue con Jaime a saber dónde. ¿Por qué no te mudaste a tu casa?

DAVID: Porque allí está viviendo Noé y me paga muy bien por ello. Hoy en día es lo que me sustenta. Y además, no sé por qué, pero desde hace meses está de un amable que no me lo creo. Surtiría efecto aquella intimidación de llevaros a ti y a Ef…

David se quedó a mitad de la frase y se fue hacia su cuarto.

OSI: Vamos, David —lo siguió y se apoyó en el marco de su puerta—. Seguirán de viaje.

DAVID: No creas que estoy preocupado —se paró dramáticamente y se giró para contestarle—. Porque no lo estoy.

OSI: Llevan más de cuatro meses de luna de miel y sin dar señales de vida. Yo también estoy preocupado. Es normal.

El teléfono de David empezó a sonar y lo miró confuso. Era un número desconocido. Pensó que podría ser del hospital donde le operaron y se temió lo peor. Ya estaba hasta pensando que le iban a decir que era cáncer, aunque el doctor se lo negara. Le hizo señas a Osi de que se tirase hacia atrás y cerró la puerta para tener más intimidad.

—¿David?

DAVID: Sí, soy yo. ¿Quién llama?

—Soy Helios. Oye, perdona por cómo me marché aquel día.

DAVID: ¿Cómo has conseguido mi número? —se tranquilizó un poco al comprobar que no era el médico.

—Bueno. Soy policía… Tengo mis recursos —se le notó vergonzoso de confesarlo.

DAVID: Pues sí, te fuiste un poco raro —respondió, rencoroso, porque ya en el crucero le hizo la misma.

—Pues eso. Que de verdad lo siento. Me gustaría invitarte a cenar para hablar sobre ello, si te apetece.

A David ya se le había puesto una sonrisa de oreja a oreja, pero no quería ilusionarse demasiado. Sabía que algo pasaba y no estaba al 100% seguro del motivo de esa cena. Le vinieron todo tipo de pensamientos contradictorios en un segundo, pero su corazón habló a través de sus labios.

DAVID: Ahá, por qué no —se hizo el duro—. A las 22:00 me recoges en mi casa. Que como tienes tus fuentes, supongo que estarás informado de dónde está.

—Aaah, ¿un reto, no?

DAVID: Ya lo sabes. Hasta luego —le colgó, orgulloso de llevar la sartén por el mango.

Salió corriendo de su habitación para contárselo a Osi, que desde verano casi se había convertido en su mejor amigo.

DAVID: ¡El policía me ha invitado a cenar!

OSI: ¿Qué policía? ¿El del crucero? ¿El agente Villalba?

DAVID: Sí, bueno. Se llama Helios.

OSI: ¿Pero no habéis hablado desde aquel día que te dijo eso de que lo habían ascendido, no?

DAVID: Ya, pero me acaba de llamar y me ha invitado a cenar —dijo no muy convencido.

OSI: Pues nada, genial. Me alegro mucho —dijo sonriente.

DAVID: Ay, Osezno —se le sentó a su lado en el sofá y apoyó la cabeza sobre su hombro—. No sé, en realidad.

OSI: ¿Qué no sabes?

DAVID: Es que está tan bueno… Es tan perfecto… ¿Has visto su sonrisa? Dientes blancos y bien rectos. Ese flequillo enlacado, ese bonito tono dorado de piel. Esos músculos… Mmmmm

OSI: ¿Y?

DAVID: Que no me creo que alguien así esté por mí. Es demasiado bonito para ser verdad. Seguro que me quiere decir algo de lo del ladrón de órganos.

OSI: Qué dices. Si fuera así te hubiera citado en comisaría —David se sintió aliviado de que pensara lo mismo que había pensado él.

DAVID: Pues no sé qué me querrá decir…

OSI: Pues nada. Quedar contigo. Cenar. ¿Por qué no? Tienes derecho a que te pase algo bueno después de todo lo que has pasado estos años. Créetelo y disfrútalo.

DAVID: Gracias, Os —le dio un abrazo—. No sé qué haría sin ti…

Después de que Osi se fuera a trabajar de turno de noche, David se puso a arreglarse y al oír el timbre supo que Helios había encontrado su casa, como confiaba que haría. Lo recogió en su coche y se lo llevó a cenar. David estaba muy reticente en cuestión de irse con ningún desconocido después de que le intentaran quitar un riñón, pero confiaba en el agente de policía ciegamente.

Llevaba ropa de estreno, como le gustaba hacer cuando tenía alguna cita. Y hacía mucho tiempo que no tenía ninguna. Para la ocasión se puso unos pantalones formales, zapatos y una camisa bien abierta, que dejaba parte de su pecho depilado al descubierto.

Tuvieron una cena agradable y hablaron de muchas cosas. Él tenía miedo de quedarse sin tema de conversación, pero las palabras fluían naturalmente. Lo que no pudo quitarse de la cabeza durante toda la velada fue ese asunto del que quería tratar. Sabía que igual rompía la armonía del momento, pero iba a reventar si no se lo preguntaba.

HELIOS: Ah, sí. Verás —se empezó a poner tenso—. Yo… Mi padre —se arrancó a decir—. Mi padre murió de cáncer de laringe cuando yo tenía 20 años.

DAVID: Vaya, cuánto lo siento —lo consoló tocándole la mano y de paso le invadieron los demonios de los días que había vivido la semana pasada.

HELIOS: No te preocupes. Ya han pasado siete años… El caso es que, era mi único padre. Fue padre soltero. Y lo voy a echar de menos siempre. Ya no tengo más familia.

David escuchaba de forma empática lo que le estaba contando y a la vez reviviendo su historia personal, pero no veía a dónde quería llegar con todo eso.

HELIOS: Total, que el cáncer se lo provocó el tabaco.

En ese momento y como un torrente de pensamientos, a David le vinieron a la memoria como flashes todos los encuentros que había tenido con Helios y recordó todas las veces que se había ido de su lado repentinamente. En todos ellos estaba fumando.

HELIOS: Y desde entonces —prosiguió su discurso— no puedo soportarlo. Lo siento. Me recuerda a él y todo lo que pasamos cuando enfermó. He aprendido a convivir con fumadores en mi día a día, pero nunca he estado con nadie que fumara en toda mi vida. Aunque tampoco he tenido relaciones muy largas… Pero luego estás tú. Estás tú y no sé lo que provocas en mí, pero aquí estás —dijo con la mirada baja y sus mejillas enrojecidas.

A David le hacían los ojos chirivías y no se lo podía creer. Por una parte el que podría ser un príncipe de cuento se le estaba declarando. Todavía seguía en las nubes y no sabía qué decir. Pero por otra, parecía una confluencia del universo lo de su quiste y la historia de su padre.

HELIOS: Quiero que sepas, que estoy dispuesto a intentarlo. A superar esa fobia al tabaco para poder conocerte mejor.

A David ya se le cayó el coño al suelo de ver como una persona tan maravillosa encima estaba dispuesta a sacrificar hasta sus principios para estar con él. Y en ese instante lo interrumpió.

DAVID: Tú no tienes que intentar nada. Yo soy el que lo voy a intentar.

HELIOS: ¿El qué?

DAVID: Dejar de fumar. Ya está bien. Ya lo hice una vez y puedo volver a hacerlo.

HELIOS: Pero, David. Esto era lo que yo no quería. No quería cambiar tu vida.

DAVID: La estás cambiando, pero para bien —le dijo volviéndole a tocar la mano y Helios, con todo lo grande que era, se estremeció—. Hace poco le he visto las orejas al lobo y no quiero vivir con ese temor el resto de mi vida. Lo voy a hacer por ti, pero sobre todo por mí.

Al salir del restaurante y caminando hacia el coche, ambos cruzaban miradas que apartaban tímidamente. A Helios parecían intimidarle los grandes y expresivos ojos azules de David. Se acercaban y se alejaban mientras seguían conversando. Cuando se pararon frente al coche se volvieron a mirar a los ojos y esta vez no apartaron la vista. Sin embargo, la emoción del momento la rompió una limusina blanca que pasó, haciendo ruido con latas que llevaba arrastrando. Eran dos recién casadas.

HELIOS: ¿Qué tal les va a tus amigos que se casaron en el barco?

DAVID: Pues a saber. Puede que estén muertos —bromeó macabramente.

HELIOS: Che, no digas eso, que está muy feo —la regañina puso recto a David, que no estaba acostumbrado a que le replicaran sus bordes comentarios—. ¿Por qué piensas eso?

DAVID: Porque desde que se fueron con el crucero no han vuelto y no sabemos nada de ellos —dijo resentido.

HELIOS: Seguro que están bien —abrió el coche y se metieron dentro.

DAVID: Calla y bésame —no esperó ni a que se acomodara en el asiento para darle un beso.

Su puntiaguda nariz fue a tropezarse con la estridente pero estilizada nariz de Helios y al segundo intento le besó sin querer la barbilla. Ambos rieron nerviosos y se apartaron. Pero al volver a intentarlo, por fin sus labios se unieron en armonía y las mariposas le revolotearon a David por el estómago. Los carnosos labios de Helios abarcaban los finos labios de David y sus manos le acariciaban la cara, mientras que las de David le tocaban sus definidos pectorales. Y luego la acción bajó más hacia el sur.


Próximo episodio: lunes, 19 de marzo de 2012 a las 21:00.

lunes, 5 de marzo de 2012

4x01 ADA


En la tercera temporada de El mundo al revés: Ada le comentó a Osi que se iría a dar ayuda humanitaria para intentar redimirse por haber dejado morir a un paciente que ella reconoció como el que los atacó en el cortijo de David y no quiso atender médicamente. Con ello, pretendía recuperar su empleo como médico en el hospital La Caridad, de fuertes influencias religiosas. Quizás también quería acallar la voz de su conciencia por haber dejado morir a aquel hombre (Israel, el que fuera novio entonces de Noé), pero de momento le estaba costando su descanso. Llevaba tiempo sin poder dormir bien y estaba tomando pastillas para ayudarle a conciliar el sueño.

Ella siempre ha sido atea convencida y hasta hace poco no había aprendido a respetar las creencias asiristas de Osi, pero parece que con la decisión de irse está dispuesta, no solo a intentar volver a ejercer la Medicina, sino a tratar de comprender a su novio Osi.

Con su pasado como modelo, Ada siempre va vestida de punta en blanco y muy a la moda. Que nunca le falten sus tacones…




Con sus gafas de sol puestas, que le tapaban gran parte de la cara, su pelo rubio recogido y un pañuelo de seda cubriéndole la cabeza a lo estrella de cine, Ada salió del avión para comprobar que la humedad en el ambiente de aquel país africano era mucho mayor que en España.

ADA: Con esta humedad se me va a quedar el pelo hecho un asco. ¡Qué horror!

Cogió su bolso y bajó por las escalinatas que habían colocado y que daban a pie de pista. De allí la llevaron a la pequeña terminal, donde bajo su asombro, le comunicaron que sus maletas se habían extraviado en el camino y que se las recuperarían en cuanto pudiesen.

ADA: ¿Y qué voy a hacer yo sin mi ropa el tiempo que esté aquí? ¿Con qué me voy a vestir? ¡Solo tengo lo que llevo puesto! —le gritó indignada al aborigen que se lo dijo y que lo único que hacía era poner cara de no entender una palabra—. ¡Y el tinte rubio! ¡Mi raya del pelo va a parecer una autopista de lo negra y grande que se va a poner! —se guardó para ella ese comentario, que ya lo veía demasiado superficial.

Sin tener más tiempo para quejarse, vino el contacto nativo que la tenía que trasladar hasta su aldea y se montó en su jeep. Unas horas más tarde, habiendo recorrido paisajes de bella naturaleza a la luz del atardecer, llegaron a una zona más selvática y húmeda. En una bocanada de aire se le voló el pañuelo e hizo detenerse a su chófer para recuperarlo, para después continuar su camino. Finalmente arribaron al pequeño pueblo donde tendría que vivir los próximos meses. Ella bajó muy fina del coche, con cuidado de no caerse con sus tacones, pero al apoyar mal la mano en el todoterreno se rompió una uña. Con lo perfectas que las llevaba, pretendiendo que le aguantasen lo máximo posible.

Y sin ser todo esto suficiente, al bajar del coche fue a aterrizar en un charco y se manchó de barro, no solo sus zapatos, que aunque de tacón no eran caros, sabiendo a donde iba, sino también los vaqueros ceñidos que llevaba. Su única ropa.

Intentó mantenerse positiva. Inspiró y espiró varias veces para no explotar en un ataque de ira y a continuación se dirigió a la casa, más bien cabaña, como todas en el pueblo, del que su transportista le había indicado con señas que era la del médico. Se quitó el pañuelo y las gafas de sol para parecer más seria.

Después de un viaje duro esperaba encontrarse con alguien con quien poder charlar. Pero tampoco pudo ser. Antes de que pudiera decir una palabra, aquel joven, que tendría menos edad que ella pero un ego mucho más henchido, no la dejó de juzgar con la mirada a través de sus señoriales gafas. Con unos pantalones de pinzas y una camisa le recordó a lo estirado que parecía Osi cuando lo conoció. No, peor. Parecía Jaime. Osi era más de polos. Este chico tenía toda la pinta de ser una persona muy clásica que mejor no se enterase de que ella era heterosexual. Pensándolo mejor, en una aldea en la que los Discípulos de Asir estaban involucrados y a través de los que ella venía, mejor sería que no se enterase nadie.

ADA: Hola, buenas tardes. Me llamo Ada Valero —estiró la mano para saludarlo formalmente—. Soy la voluntaria…

—Sé quién eres. Yo soy el doctor Corcoña. Alfonso Corcoña —dijo, altivo, sin ademán de estrechársela, mientras seguía haciendo sus tareas.

ADA: Encantada —sonreía amable, a pesar de no estar recibiendo el mismo trato, y bajo el brazo lentamente al ver que no iba a haber acercamiento para saludarla.

—Ahora te diré dónde está tu habitación para que lleves tus maletas…

ADA: Por desgracia me han perdido las maletas durante el viaje. Pero dicen que cuando las recuperen me lo harán saber —anunció con una optimista sonrisa.

—No esperes que las recuperen. Nunca lo hacen —replicó, tajante, mirándola por encima de sus gafas—. Ahí tienes un poco de ropa que llega desde España. Cógete un par de camisetas y pantalones —le señaló un montón de ropa vieja que había en un montón desordenado, como si fuera un tenderete del mercadillo.

Ella lo miró asqueada de pensar que tendría que llevar esas anchas camisetas y esos pantalones de chándal a saber cuánto tiempo, pero se resignó y escogió lo que vio más decente. Luego el médico la acompañó hasta lo que iba a ser su hogar. Una sencilla habitación en un edificio de una solo planta donde había otras muchas habitaciones a las que les daban otros usos. Se lo había imaginado peor. Le abrió la puerta, le dio las llaves e hizo el amago de irse, pero ella quiso forzar una conversación que mucho necesitaba.

ADA: ¿Y cuál va a ser mi tarea como médico? ¿Hay muchas vidas que salvar? Yo era residente de cirugía cardiovascular en Valencia.

—Mira, guapa. No sé si piensas que aquí has venido a pintarte las uñas o a pasar unas vacaciones, pero aquí se trabaja duro. Y otra cosa quiero que sepas: los DA me han puesto al mando en este sector y aquí soy el jefe. Harás lo que diga y como mucho tendrás la oportunidad de poner vacunas.

ADA: Vale, me queda claro —dejó de sonreír al ver que no iba a conseguir nada con esa táctica—. ¿Me puedes decir dónde hay internet o un teléfono? Es para llamar a mis padres y decirles que he llegado bien.

—Aquí no hay nada de eso —la volvía a mirar por encima de las gafas y se fue hacia su cabaña mientras seguía diciendo de espaldas—. Si quieres puedes enviarles una carta. Y que tengas suerte de que llegue.

Ada estaba a punto de ponerse a llorar por ese nada prometedor primer día. En la puerta de su habitación y sin atreverse a entrar, estaba plantada con su bolso y la ropa que había cogido echada sobre el brazo. Estirando la mano para no rozarse con nada su uña rota y mirando lo sucios que llevaba los pantalones de barro.

—Hola —apareció un hombre a su lado que la saludó amablemente pero la asustó al mismo tiempo.

ADA: Hola —repitió ella confusa, esperando a que le dijese quién era.

—Soy el padre Genaro, el cura de la zona. Vivo en este pueblo —le tendió la mano.

Ada lo miró con desprecio. Era un hombre de mediana edad, con unas gafas grandes y muy antiguas de un tupido color ambarino. En su cara destacaban unas cejas canosas muy pobladas, al igual que su abundante mata de pelo, a pesar de su edad. Tenía cara de buena persona, pero era lo que era: un cura. Casi no aguantaba la beatería de su novio y después de una jornada tan exhaustiva no se encontraba con fuerzas para fingir ser amable con alguien con quien no le apetecía hablar. Y mientras tanto, había pasado el tiempo y el hombre bajó la mano, pensando que no se la daría.

—Bienvenida a África, querida —dijo igual de amable que su presentación y sonriendo se fue por donde había venido.




Ada había aprovechado el único pañuelo de seda que llevó puesto el primer día para taparse la cabeza a diario, ya que el pelo le había crecido mucho y se le veía la raíz. Además de lo sucio que lo llevaba porque no se podía duchar todo lo que ella hubiese querido. Pero cada día que pasaba le importaba menos.

Más que ejercer la Medicina, ayudaba en cualquier tarea que se la necesitase. O más bien, en lo que Alfonso quisiera mandarle. Ese mismo día, el dictatorío líder había partido hacia la capital para abastecerse de algunos materiales, cosa que alegraba tremendamente a Ada, al saber que por lo menos en un día se iba a librar de su tirana opresión.

Ataviada con una ancha camiseta de tejido de calidad cuestionable y unos pantalones de chándal, iba discutiendo con Genaro, como siempre hacían, mientras andaban hacia sus aposentos después de una ardua jornada.

ADA: ¡¿Y qué hay de los pobres niños que violan los curas y se mira hacia otro lado?! ¡¿Cómo dejan que eso pase?! —inquirió acalorada por la discusión.

—Yo no te puedo contestar por los demás. Yo te cuento lo que yo hago, que es una muy buena labor para esta comunidad —respondió con tranquilidad y esa molesta sonrisa en los labios que siempre llevaba puesta—. Y por supuesto que lo veo deplorable. Pero eso no quiere decir que todos los curas seamos así.

ADA: ¡Pero lo encubrís!

—Yo no, querida. Si lo supiese de algún compañero lo denunciaría.

ADA: No me lo creo. Seguro que los Discípulos de Asir lo encubrirían. Sois todos iguales…

—¿Si tú fueras con gente que toma drogas, significa que tomas drogas también?

En esa reflexión le vino a la mente su amigo, el difunto Pascual, y tuvo que admitir que había estado avispado con ese comentario. Pero prefirió callarse para no darle esa satisfacción y asestarle otra puñalada por otro lado.

ADA: ¿Y qué me dices de todo el dinero que recaudáis? ¡Vivís mejor que reyes! Cuando lo que teníais que estar haciendo es estar ayudando aquí a los más necesitados.

—Yo lo estoy haciendo —volvió la benevolente sonrisa a su boca—. Aunque en un principio fue una especie de castigo, en cuyo tema no voy a profundizar, pero ahora se ha convertido en una bendición. Por los demás curas o miembros de los DA te repito que no puedo hablar.

Ella se quedó sin preguntas acusadoras e hizo un gesto de disconformidad, a la vez que llegaban a la enfermería. No le dio tiempo ni a pensar cuál sería el motivo para enviar a un hombre de misionero al corazón de África, cuando ya le estaba preguntando otra cosa el dicharachero padre.

—Bueno, y hoy que ya hace un mes que llegaste, ¿cómo está yendo tu estancia por aquí?

ADA: Bien. Gracias por preguntar —le contestó, hosca, ya que nunca quería compartir su vida privada con aquel hombre—. Hasta mañana, Genaro —le dijo cerrándole la puerta con una falsa sonrisa de cortesía.

Llevaba semanas sin pegar ojo. Se dejó las pastillas para dormir en Valencia, pensando que era lo suficientemente fuerte e independiente y que no las necesitaría, pero algo la estaba carcomiendo por dentro desde hacía mucho tiempo y no sabía lo que era. Le estaba empezando a pasar factura en forma de ojeras y cara de cansancio. Todo ello, sumado a la pérdida de peso acumulada por no comer adecuadamente, hacía de ella una persona casi irreconocible a como era antes.

Entrada la madrugada, seguía dando vueltas en la cama cuando oyó ajetreo fuera. Sin pensárselo dos veces se puso una chaqueta y salió de su habitación justo en el momento que llegaba un jeep con unos hombres que cargaban a otro inconsciente, que estaba evidentemente herido. Una enfermera nativa de pelo muy corto los estaba esperando y lo llevaron corriendo a la enfermería. Ada no dudó un instante en ir a ayudar.

ADA: ¡¿Qué ha ocurrido?!

—Un tiroteo —le contestó ella en un perfecto español—. Una bala ha alcanzado a mi hermano en el hombro. Hay que extraérsela. ¡Toma! —le dio el material quirúrgico, dando por hecho que lo iba a hacer Ada.

Los hombres dejaron el cuerpo del otro sobre una camilla y la mujer encendió las luces del improvisado quirófano que montó en un abrir y cerrar de ojos. Ada se vio en una situación estresante que desde que dejó morir a aquel hombre no se veía, pero no tenía tiempo para pensar en aquello ahora. Decidida como estaba, se puso a buscar con las pinzas la bala y no tardó en encontrarla y extraerla, por suerte.

—Muchas gracias por salvarle la vida a mi hermano.

ADA: Es mi deber. Pero… ¿Me puedes decir qué ha sido ese tiroteo? Estoy algo preocupada.

—Oh, no te preocupes. Son los kuajari. Exigen algunas reivindicaciones supuestamente por el país, pero son una mafia en realidad. A veces tenemos problemas, pero la cosa no va contigo. Lo que es una pena es que Alfonso no te deje participar más a ti como médico. Ya vi el otro día que no era muy amable contigo… Voy a hablar con él, porque estoy segura que podrías ser de mucha más ayuda.

ADA: Muchísimas gracias —la sonrisa de felicidad le invadía el rostro—. No sé cómo agradecértelo…

—Khady. Me llamo Khady —le dio la mano y Ada le devolvió el apretón.

ADA: ¿Eres nueva por aquí? No recuerdo haberte visto antes.

—Bueno, yo he estado ayudando muchos años por aquí, pero ya por fin me saqué el título de enfermera en España. Una familia muy amable me adoptó cuando era pequeña y ahora he vuelto para ayudar en mi aldea natal.

ADA: Aaah, muy bien. Pero nunca te he visto por el pueblo.

—Es que en realidad vivo en la ciudad. Está cerca de aquí. Ahora por la mañana me vuelvo a casa. Hoy me tocaba turno de noche.

A Ada se le escapó por el retrete esa esperanza que había tenido desde que llegó de tener a alguien con quien congeniar. Al menos parecía que en el trabajo podría serle de ayuda con el tozudo médico a partir de ahora.




Ada salía airada de la enfermería porque una vez más Alfonso no le dejaba participar en nada. Llevaba en la misión dos meses y se tenía que ir en unos días con una sensación de vacío y de haber estado perdiendo el tiempo. Khady ya había hablado con el doctor al día siguiente de que Ada salvase a su hermano, y si bien al principio fue flexible, a las pocas semanas había vuelto a ponerse autoritario y a resolver él todos los asuntos médicos.

—Doctor Corcoña —se dirigió a él Khady, en tono muy serio—. Sé que usted ha ayudado mucho a esta aldea en un par de años—le hablaba de usted por respeto, aunque Alfonso parecía un chico de unos veintitantos—. Yo misma he vuelto después de muchos años a un poblado muy cambiado a como lo dejé. Pero no puede usted rechazar de esa manera la ayuda que una persona está ofreciendo. Y que además, tiene mucha habilidad como médico, como ya le dije después de lo que le pasó a mi hermano.

—Te agradezco tu punto de vista al respecto, pero los Discípulos me pusieron aquí al mando y yo tomaré las decisiones de quién participa y cuándo. Y a ti te advierto que no entrometas —amenazó—. No me gustaría que te destinasen a otra parte del país. Con lo que a ti te gusta poder trabajar para tu gente, ¿no?

Khady entrecerró los ojos pero no estaba dispuesta a callarse.

—¿Sabe usted? No todo en la vida son méritos que poner en el currículo, como ser el médico jefe de una misión en África para poder luego acceder a ciertos hospitales sin tener que hacer el MIR, como todo el mundo. Aquí hay gente que ayudamos altruistamente como el padre Genaro, Ada o yo. Sería una pena que nos perdiese a los tres, porque sin nosotros aquí, estaría perdido. Y usted es el que debería de no entrometerse. Siempre está queriendo arreglarlo todo y un día se va a meter en líos con los kuajari…

En las afueras de la aldea, y colindante con la selva, Ada se había escondido detrás de unas rocas para llorar a moco tendido, pero el padre Genaro la había seguido hasta allí con el fin de consolarla. En cuanto lo vio, Ada se secó orgullosa las lágrimas.

—Es duro, querida. Yo lo sé —se inclinó para estar a su altura, que estaba en el suelo—. Pero ya dentro de nada te vas.

ADA: ¿Y qué he hecho aquí? ¡Nada! Venía con la intención de ayudar…

—Y has ayudado. Mucho.

ADA: Pero no de la manera que yo quería. No va a ser suficiente para…

—Hay algo que no me estás contando —se agachó y se sentó a su lado—. Se nota desde que llegaste. ¿Qué es lo que te preocupa?

ADA: Verás, yo… hice algo horrible —se sorprendió a sí misma confesando algo que no había admitido ni en su cabeza.

—Continúa, querida…

ADA: No sé ni por qué te cuento esto —seguía limpiándose la cara del continuo chorreteo de fluidos lagrimales—. No sé ni de dónde ha salido.

—Eso es porque estaba muy dentro de ti.

ADA: El caso es que… —pensó un momento en suavizar lo que pasó, con temor a que el cura la reprimiese y con razón— no ayudé a una persona cuando lo necesitaba y por mi culpa murió.

—Entiendo. Y seguro que has estado cargando con la culpa todo este tiempo sin decírselo a nadie.

ADA: ¿Por qué me conoces tan bien?

—No me ha hecho falta demasiado para conocerte —enseñó los dientes, como de costumbre—. Eres de ese tipo de personas que se echan todo el peso del mundo a sus espaldas e intentan ir de independientes. ¿Pero sabes qué? Que todo el mundo comete errores y todo el mundo tiene el derecho a desmoronarse alguna vez. No por eso eres menos digna.

Ada se sintió algo mejor con sus palabras, pero seguía autoflagelándose.

—Perdónate a ti misma, querida. Si te arrepientes de tus pecados, Asir te perdonará.

Justo cuando Ada estaba empezando a gustarle lo que decía, tuvo que fastidiarlo con el sermón religioso. Pero por otro lado, se sintió aliviada de contarle su oscuro secreto. Y más aún de que de alguna manera alguien la perdonase.

ADA: Así que Asir me perdona. Buff —replicó burlona. Pero miró a Genaro y se puso a reír. En el fondo estaba más que agradecida por esa necesaria confesión.

—Entiendo que también echas de menos a tus seres queridos. Y todo eso afecta.

ADA: Muchísimo. Más de lo que pensaba. A mi mejor amigo, Luis, pero sobre todo… a mi novio Osi —se atrevió a confesarle bajando la mirada. De perdidos al río.

—No te preocupes, querida. No te voy a juzgar —levantó la cabeza ella, asombrada—. Eso es algo que otros Discípulos pueden juzgar más severamente, pero yo creo que el amor es el amor. Y si dos personas se quieren… no importa lo que digan los escritos. Me negué a condenarlo una vez y tuve que pagar el precio. Pero en el fondo estoy agradecido de que Asir me haya dado este magnífico plan para mí.

Ada giró los ojos, sarcástica por este último comentario, pero por otra parte no podía haber tenido más suerte con ese misionero hetero-friendly.

ADA: Eres un cura demasiado moderno para pertenecer a los DA —soltó con una risa tonta entre sollozos.

Khady venía de la aldea hacia ellos caminando deprisa y nada más llegar se dirigió al cura.

—Arréglese, padre Genaro. Que nos vamos unos días a mi casa y a que esta chica haga algo de turismo. Que vea algo más de África que esta aldea antes de volverse a España.

—¿Pero cómo vamos a dejar aquí solo a Alfonso?

El padre supo leer en la mirada de la joven lo que había pasado, de lo que ya habían hablado ellos con anterioridad, y sin rechistarle se fue hacia su cabaña.

—Y tú ven conmigo —la cogió de la mano Khady—. ¿No querrás ir a la ciudad con ese pelo y esa ropa vieja no?

ADA: Ais, ya me he acostumbrado. El pañuelo en la cabeza es como mi segunda piel —respondió, perezosa.

—De eso nada. Te voy a dar una especie de tinte vegetal que hacen las mujeres de aquí para que te hagas la raya del pelo y luego te voy a dar un vestido colorido precioso como los que llevan las nativas. Ya verás qué guapa vas a estar.

Ada tenía los ojos brillantes y antes de ponerse a llorar de la emoción le dio un abrazo.

—Ah, allí hay teléfono. Y puede que hasta haya internet en alguna parte.

Ada la apretujó más sin soltarla y luego se fue con ella a que la pusiera guapa.




«Los múltiples atentados de la banda terrorista hace que cada vez se convierta en más peligrosa. Pero se desconoce su motivo, su nombre o sus exigencias. Solo se sabe…»

Ada apagó la tele de casa de Khady. Iba vestida con un traje africano largo hasta los pies que la enfermera le regaló nada más llegar. Era de color naranja y morado y le dejaba un hombro medio moreno y medio blanco al descubierto, ya que en tres meses había cogido color en las partes que llevaba al descubierto cuando se arremangaba las camisetas. Tampoco llevaba ya el pañuelo en la cabeza, ya que la raíz del pelo le había desaparecido tras el tinte y volvía a ser completamente rubia.

ADA: Me encanta poder ver por fin noticias sobre España y es genial que cojas desde aquí canales españoles, pero no me apetece nada oír lo de los terroristas.

—Anda, levanta del sofá que volvemos a la aldea a recoger tus cosas. O perderás tu vuelo de vuelta.

ADA: He dormido tan bien en tu casa estos días… ¡Hacía meses que no dormía tan a gusto!

—Yo ya estoy —dijo Genaro con sus cosas en la mano, que eran más bien escasas.

Nada más llegaron al pueblo los tres, después de unas vacaciones de unos días sin avisar, se encontraron con el desolador panorama de que Alfonso había muerto en un tiroteo con los kuajari. A Khady pareció no sorprenderle demasiado.

—Ada —la miraba ella con cara de desesperación—. No te puedes ir ahora. Pueden tardar meses en enviar a alguien de repuesto y por esta zona no tenemos más médicos que tú.

Ada la miró indecisa porque ya tenía en mente que se iba, pero se le había presentado ante sus narices una oportunidad de ayudar y a la vez de redimirse de sus errores, que no podía rechazar.


Próximo episodio: lunes, 12 de marzo de 2012 a las 21:00.