lunes, 5 de marzo de 2012

4x01 ADA


En la tercera temporada de El mundo al revés: Ada le comentó a Osi que se iría a dar ayuda humanitaria para intentar redimirse por haber dejado morir a un paciente que ella reconoció como el que los atacó en el cortijo de David y no quiso atender médicamente. Con ello, pretendía recuperar su empleo como médico en el hospital La Caridad, de fuertes influencias religiosas. Quizás también quería acallar la voz de su conciencia por haber dejado morir a aquel hombre (Israel, el que fuera novio entonces de Noé), pero de momento le estaba costando su descanso. Llevaba tiempo sin poder dormir bien y estaba tomando pastillas para ayudarle a conciliar el sueño.

Ella siempre ha sido atea convencida y hasta hace poco no había aprendido a respetar las creencias asiristas de Osi, pero parece que con la decisión de irse está dispuesta, no solo a intentar volver a ejercer la Medicina, sino a tratar de comprender a su novio Osi.

Con su pasado como modelo, Ada siempre va vestida de punta en blanco y muy a la moda. Que nunca le falten sus tacones…




Con sus gafas de sol puestas, que le tapaban gran parte de la cara, su pelo rubio recogido y un pañuelo de seda cubriéndole la cabeza a lo estrella de cine, Ada salió del avión para comprobar que la humedad en el ambiente de aquel país africano era mucho mayor que en España.

ADA: Con esta humedad se me va a quedar el pelo hecho un asco. ¡Qué horror!

Cogió su bolso y bajó por las escalinatas que habían colocado y que daban a pie de pista. De allí la llevaron a la pequeña terminal, donde bajo su asombro, le comunicaron que sus maletas se habían extraviado en el camino y que se las recuperarían en cuanto pudiesen.

ADA: ¿Y qué voy a hacer yo sin mi ropa el tiempo que esté aquí? ¿Con qué me voy a vestir? ¡Solo tengo lo que llevo puesto! —le gritó indignada al aborigen que se lo dijo y que lo único que hacía era poner cara de no entender una palabra—. ¡Y el tinte rubio! ¡Mi raya del pelo va a parecer una autopista de lo negra y grande que se va a poner! —se guardó para ella ese comentario, que ya lo veía demasiado superficial.

Sin tener más tiempo para quejarse, vino el contacto nativo que la tenía que trasladar hasta su aldea y se montó en su jeep. Unas horas más tarde, habiendo recorrido paisajes de bella naturaleza a la luz del atardecer, llegaron a una zona más selvática y húmeda. En una bocanada de aire se le voló el pañuelo e hizo detenerse a su chófer para recuperarlo, para después continuar su camino. Finalmente arribaron al pequeño pueblo donde tendría que vivir los próximos meses. Ella bajó muy fina del coche, con cuidado de no caerse con sus tacones, pero al apoyar mal la mano en el todoterreno se rompió una uña. Con lo perfectas que las llevaba, pretendiendo que le aguantasen lo máximo posible.

Y sin ser todo esto suficiente, al bajar del coche fue a aterrizar en un charco y se manchó de barro, no solo sus zapatos, que aunque de tacón no eran caros, sabiendo a donde iba, sino también los vaqueros ceñidos que llevaba. Su única ropa.

Intentó mantenerse positiva. Inspiró y espiró varias veces para no explotar en un ataque de ira y a continuación se dirigió a la casa, más bien cabaña, como todas en el pueblo, del que su transportista le había indicado con señas que era la del médico. Se quitó el pañuelo y las gafas de sol para parecer más seria.

Después de un viaje duro esperaba encontrarse con alguien con quien poder charlar. Pero tampoco pudo ser. Antes de que pudiera decir una palabra, aquel joven, que tendría menos edad que ella pero un ego mucho más henchido, no la dejó de juzgar con la mirada a través de sus señoriales gafas. Con unos pantalones de pinzas y una camisa le recordó a lo estirado que parecía Osi cuando lo conoció. No, peor. Parecía Jaime. Osi era más de polos. Este chico tenía toda la pinta de ser una persona muy clásica que mejor no se enterase de que ella era heterosexual. Pensándolo mejor, en una aldea en la que los Discípulos de Asir estaban involucrados y a través de los que ella venía, mejor sería que no se enterase nadie.

ADA: Hola, buenas tardes. Me llamo Ada Valero —estiró la mano para saludarlo formalmente—. Soy la voluntaria…

—Sé quién eres. Yo soy el doctor Corcoña. Alfonso Corcoña —dijo, altivo, sin ademán de estrechársela, mientras seguía haciendo sus tareas.

ADA: Encantada —sonreía amable, a pesar de no estar recibiendo el mismo trato, y bajo el brazo lentamente al ver que no iba a haber acercamiento para saludarla.

—Ahora te diré dónde está tu habitación para que lleves tus maletas…

ADA: Por desgracia me han perdido las maletas durante el viaje. Pero dicen que cuando las recuperen me lo harán saber —anunció con una optimista sonrisa.

—No esperes que las recuperen. Nunca lo hacen —replicó, tajante, mirándola por encima de sus gafas—. Ahí tienes un poco de ropa que llega desde España. Cógete un par de camisetas y pantalones —le señaló un montón de ropa vieja que había en un montón desordenado, como si fuera un tenderete del mercadillo.

Ella lo miró asqueada de pensar que tendría que llevar esas anchas camisetas y esos pantalones de chándal a saber cuánto tiempo, pero se resignó y escogió lo que vio más decente. Luego el médico la acompañó hasta lo que iba a ser su hogar. Una sencilla habitación en un edificio de una solo planta donde había otras muchas habitaciones a las que les daban otros usos. Se lo había imaginado peor. Le abrió la puerta, le dio las llaves e hizo el amago de irse, pero ella quiso forzar una conversación que mucho necesitaba.

ADA: ¿Y cuál va a ser mi tarea como médico? ¿Hay muchas vidas que salvar? Yo era residente de cirugía cardiovascular en Valencia.

—Mira, guapa. No sé si piensas que aquí has venido a pintarte las uñas o a pasar unas vacaciones, pero aquí se trabaja duro. Y otra cosa quiero que sepas: los DA me han puesto al mando en este sector y aquí soy el jefe. Harás lo que diga y como mucho tendrás la oportunidad de poner vacunas.

ADA: Vale, me queda claro —dejó de sonreír al ver que no iba a conseguir nada con esa táctica—. ¿Me puedes decir dónde hay internet o un teléfono? Es para llamar a mis padres y decirles que he llegado bien.

—Aquí no hay nada de eso —la volvía a mirar por encima de las gafas y se fue hacia su cabaña mientras seguía diciendo de espaldas—. Si quieres puedes enviarles una carta. Y que tengas suerte de que llegue.

Ada estaba a punto de ponerse a llorar por ese nada prometedor primer día. En la puerta de su habitación y sin atreverse a entrar, estaba plantada con su bolso y la ropa que había cogido echada sobre el brazo. Estirando la mano para no rozarse con nada su uña rota y mirando lo sucios que llevaba los pantalones de barro.

—Hola —apareció un hombre a su lado que la saludó amablemente pero la asustó al mismo tiempo.

ADA: Hola —repitió ella confusa, esperando a que le dijese quién era.

—Soy el padre Genaro, el cura de la zona. Vivo en este pueblo —le tendió la mano.

Ada lo miró con desprecio. Era un hombre de mediana edad, con unas gafas grandes y muy antiguas de un tupido color ambarino. En su cara destacaban unas cejas canosas muy pobladas, al igual que su abundante mata de pelo, a pesar de su edad. Tenía cara de buena persona, pero era lo que era: un cura. Casi no aguantaba la beatería de su novio y después de una jornada tan exhaustiva no se encontraba con fuerzas para fingir ser amable con alguien con quien no le apetecía hablar. Y mientras tanto, había pasado el tiempo y el hombre bajó la mano, pensando que no se la daría.

—Bienvenida a África, querida —dijo igual de amable que su presentación y sonriendo se fue por donde había venido.




Ada había aprovechado el único pañuelo de seda que llevó puesto el primer día para taparse la cabeza a diario, ya que el pelo le había crecido mucho y se le veía la raíz. Además de lo sucio que lo llevaba porque no se podía duchar todo lo que ella hubiese querido. Pero cada día que pasaba le importaba menos.

Más que ejercer la Medicina, ayudaba en cualquier tarea que se la necesitase. O más bien, en lo que Alfonso quisiera mandarle. Ese mismo día, el dictatorío líder había partido hacia la capital para abastecerse de algunos materiales, cosa que alegraba tremendamente a Ada, al saber que por lo menos en un día se iba a librar de su tirana opresión.

Ataviada con una ancha camiseta de tejido de calidad cuestionable y unos pantalones de chándal, iba discutiendo con Genaro, como siempre hacían, mientras andaban hacia sus aposentos después de una ardua jornada.

ADA: ¡¿Y qué hay de los pobres niños que violan los curas y se mira hacia otro lado?! ¡¿Cómo dejan que eso pase?! —inquirió acalorada por la discusión.

—Yo no te puedo contestar por los demás. Yo te cuento lo que yo hago, que es una muy buena labor para esta comunidad —respondió con tranquilidad y esa molesta sonrisa en los labios que siempre llevaba puesta—. Y por supuesto que lo veo deplorable. Pero eso no quiere decir que todos los curas seamos así.

ADA: ¡Pero lo encubrís!

—Yo no, querida. Si lo supiese de algún compañero lo denunciaría.

ADA: No me lo creo. Seguro que los Discípulos de Asir lo encubrirían. Sois todos iguales…

—¿Si tú fueras con gente que toma drogas, significa que tomas drogas también?

En esa reflexión le vino a la mente su amigo, el difunto Pascual, y tuvo que admitir que había estado avispado con ese comentario. Pero prefirió callarse para no darle esa satisfacción y asestarle otra puñalada por otro lado.

ADA: ¿Y qué me dices de todo el dinero que recaudáis? ¡Vivís mejor que reyes! Cuando lo que teníais que estar haciendo es estar ayudando aquí a los más necesitados.

—Yo lo estoy haciendo —volvió la benevolente sonrisa a su boca—. Aunque en un principio fue una especie de castigo, en cuyo tema no voy a profundizar, pero ahora se ha convertido en una bendición. Por los demás curas o miembros de los DA te repito que no puedo hablar.

Ella se quedó sin preguntas acusadoras e hizo un gesto de disconformidad, a la vez que llegaban a la enfermería. No le dio tiempo ni a pensar cuál sería el motivo para enviar a un hombre de misionero al corazón de África, cuando ya le estaba preguntando otra cosa el dicharachero padre.

—Bueno, y hoy que ya hace un mes que llegaste, ¿cómo está yendo tu estancia por aquí?

ADA: Bien. Gracias por preguntar —le contestó, hosca, ya que nunca quería compartir su vida privada con aquel hombre—. Hasta mañana, Genaro —le dijo cerrándole la puerta con una falsa sonrisa de cortesía.

Llevaba semanas sin pegar ojo. Se dejó las pastillas para dormir en Valencia, pensando que era lo suficientemente fuerte e independiente y que no las necesitaría, pero algo la estaba carcomiendo por dentro desde hacía mucho tiempo y no sabía lo que era. Le estaba empezando a pasar factura en forma de ojeras y cara de cansancio. Todo ello, sumado a la pérdida de peso acumulada por no comer adecuadamente, hacía de ella una persona casi irreconocible a como era antes.

Entrada la madrugada, seguía dando vueltas en la cama cuando oyó ajetreo fuera. Sin pensárselo dos veces se puso una chaqueta y salió de su habitación justo en el momento que llegaba un jeep con unos hombres que cargaban a otro inconsciente, que estaba evidentemente herido. Una enfermera nativa de pelo muy corto los estaba esperando y lo llevaron corriendo a la enfermería. Ada no dudó un instante en ir a ayudar.

ADA: ¡¿Qué ha ocurrido?!

—Un tiroteo —le contestó ella en un perfecto español—. Una bala ha alcanzado a mi hermano en el hombro. Hay que extraérsela. ¡Toma! —le dio el material quirúrgico, dando por hecho que lo iba a hacer Ada.

Los hombres dejaron el cuerpo del otro sobre una camilla y la mujer encendió las luces del improvisado quirófano que montó en un abrir y cerrar de ojos. Ada se vio en una situación estresante que desde que dejó morir a aquel hombre no se veía, pero no tenía tiempo para pensar en aquello ahora. Decidida como estaba, se puso a buscar con las pinzas la bala y no tardó en encontrarla y extraerla, por suerte.

—Muchas gracias por salvarle la vida a mi hermano.

ADA: Es mi deber. Pero… ¿Me puedes decir qué ha sido ese tiroteo? Estoy algo preocupada.

—Oh, no te preocupes. Son los kuajari. Exigen algunas reivindicaciones supuestamente por el país, pero son una mafia en realidad. A veces tenemos problemas, pero la cosa no va contigo. Lo que es una pena es que Alfonso no te deje participar más a ti como médico. Ya vi el otro día que no era muy amable contigo… Voy a hablar con él, porque estoy segura que podrías ser de mucha más ayuda.

ADA: Muchísimas gracias —la sonrisa de felicidad le invadía el rostro—. No sé cómo agradecértelo…

—Khady. Me llamo Khady —le dio la mano y Ada le devolvió el apretón.

ADA: ¿Eres nueva por aquí? No recuerdo haberte visto antes.

—Bueno, yo he estado ayudando muchos años por aquí, pero ya por fin me saqué el título de enfermera en España. Una familia muy amable me adoptó cuando era pequeña y ahora he vuelto para ayudar en mi aldea natal.

ADA: Aaah, muy bien. Pero nunca te he visto por el pueblo.

—Es que en realidad vivo en la ciudad. Está cerca de aquí. Ahora por la mañana me vuelvo a casa. Hoy me tocaba turno de noche.

A Ada se le escapó por el retrete esa esperanza que había tenido desde que llegó de tener a alguien con quien congeniar. Al menos parecía que en el trabajo podría serle de ayuda con el tozudo médico a partir de ahora.




Ada salía airada de la enfermería porque una vez más Alfonso no le dejaba participar en nada. Llevaba en la misión dos meses y se tenía que ir en unos días con una sensación de vacío y de haber estado perdiendo el tiempo. Khady ya había hablado con el doctor al día siguiente de que Ada salvase a su hermano, y si bien al principio fue flexible, a las pocas semanas había vuelto a ponerse autoritario y a resolver él todos los asuntos médicos.

—Doctor Corcoña —se dirigió a él Khady, en tono muy serio—. Sé que usted ha ayudado mucho a esta aldea en un par de años—le hablaba de usted por respeto, aunque Alfonso parecía un chico de unos veintitantos—. Yo misma he vuelto después de muchos años a un poblado muy cambiado a como lo dejé. Pero no puede usted rechazar de esa manera la ayuda que una persona está ofreciendo. Y que además, tiene mucha habilidad como médico, como ya le dije después de lo que le pasó a mi hermano.

—Te agradezco tu punto de vista al respecto, pero los Discípulos me pusieron aquí al mando y yo tomaré las decisiones de quién participa y cuándo. Y a ti te advierto que no entrometas —amenazó—. No me gustaría que te destinasen a otra parte del país. Con lo que a ti te gusta poder trabajar para tu gente, ¿no?

Khady entrecerró los ojos pero no estaba dispuesta a callarse.

—¿Sabe usted? No todo en la vida son méritos que poner en el currículo, como ser el médico jefe de una misión en África para poder luego acceder a ciertos hospitales sin tener que hacer el MIR, como todo el mundo. Aquí hay gente que ayudamos altruistamente como el padre Genaro, Ada o yo. Sería una pena que nos perdiese a los tres, porque sin nosotros aquí, estaría perdido. Y usted es el que debería de no entrometerse. Siempre está queriendo arreglarlo todo y un día se va a meter en líos con los kuajari…

En las afueras de la aldea, y colindante con la selva, Ada se había escondido detrás de unas rocas para llorar a moco tendido, pero el padre Genaro la había seguido hasta allí con el fin de consolarla. En cuanto lo vio, Ada se secó orgullosa las lágrimas.

—Es duro, querida. Yo lo sé —se inclinó para estar a su altura, que estaba en el suelo—. Pero ya dentro de nada te vas.

ADA: ¿Y qué he hecho aquí? ¡Nada! Venía con la intención de ayudar…

—Y has ayudado. Mucho.

ADA: Pero no de la manera que yo quería. No va a ser suficiente para…

—Hay algo que no me estás contando —se agachó y se sentó a su lado—. Se nota desde que llegaste. ¿Qué es lo que te preocupa?

ADA: Verás, yo… hice algo horrible —se sorprendió a sí misma confesando algo que no había admitido ni en su cabeza.

—Continúa, querida…

ADA: No sé ni por qué te cuento esto —seguía limpiándose la cara del continuo chorreteo de fluidos lagrimales—. No sé ni de dónde ha salido.

—Eso es porque estaba muy dentro de ti.

ADA: El caso es que… —pensó un momento en suavizar lo que pasó, con temor a que el cura la reprimiese y con razón— no ayudé a una persona cuando lo necesitaba y por mi culpa murió.

—Entiendo. Y seguro que has estado cargando con la culpa todo este tiempo sin decírselo a nadie.

ADA: ¿Por qué me conoces tan bien?

—No me ha hecho falta demasiado para conocerte —enseñó los dientes, como de costumbre—. Eres de ese tipo de personas que se echan todo el peso del mundo a sus espaldas e intentan ir de independientes. ¿Pero sabes qué? Que todo el mundo comete errores y todo el mundo tiene el derecho a desmoronarse alguna vez. No por eso eres menos digna.

Ada se sintió algo mejor con sus palabras, pero seguía autoflagelándose.

—Perdónate a ti misma, querida. Si te arrepientes de tus pecados, Asir te perdonará.

Justo cuando Ada estaba empezando a gustarle lo que decía, tuvo que fastidiarlo con el sermón religioso. Pero por otro lado, se sintió aliviada de contarle su oscuro secreto. Y más aún de que de alguna manera alguien la perdonase.

ADA: Así que Asir me perdona. Buff —replicó burlona. Pero miró a Genaro y se puso a reír. En el fondo estaba más que agradecida por esa necesaria confesión.

—Entiendo que también echas de menos a tus seres queridos. Y todo eso afecta.

ADA: Muchísimo. Más de lo que pensaba. A mi mejor amigo, Luis, pero sobre todo… a mi novio Osi —se atrevió a confesarle bajando la mirada. De perdidos al río.

—No te preocupes, querida. No te voy a juzgar —levantó la cabeza ella, asombrada—. Eso es algo que otros Discípulos pueden juzgar más severamente, pero yo creo que el amor es el amor. Y si dos personas se quieren… no importa lo que digan los escritos. Me negué a condenarlo una vez y tuve que pagar el precio. Pero en el fondo estoy agradecido de que Asir me haya dado este magnífico plan para mí.

Ada giró los ojos, sarcástica por este último comentario, pero por otra parte no podía haber tenido más suerte con ese misionero hetero-friendly.

ADA: Eres un cura demasiado moderno para pertenecer a los DA —soltó con una risa tonta entre sollozos.

Khady venía de la aldea hacia ellos caminando deprisa y nada más llegar se dirigió al cura.

—Arréglese, padre Genaro. Que nos vamos unos días a mi casa y a que esta chica haga algo de turismo. Que vea algo más de África que esta aldea antes de volverse a España.

—¿Pero cómo vamos a dejar aquí solo a Alfonso?

El padre supo leer en la mirada de la joven lo que había pasado, de lo que ya habían hablado ellos con anterioridad, y sin rechistarle se fue hacia su cabaña.

—Y tú ven conmigo —la cogió de la mano Khady—. ¿No querrás ir a la ciudad con ese pelo y esa ropa vieja no?

ADA: Ais, ya me he acostumbrado. El pañuelo en la cabeza es como mi segunda piel —respondió, perezosa.

—De eso nada. Te voy a dar una especie de tinte vegetal que hacen las mujeres de aquí para que te hagas la raya del pelo y luego te voy a dar un vestido colorido precioso como los que llevan las nativas. Ya verás qué guapa vas a estar.

Ada tenía los ojos brillantes y antes de ponerse a llorar de la emoción le dio un abrazo.

—Ah, allí hay teléfono. Y puede que hasta haya internet en alguna parte.

Ada la apretujó más sin soltarla y luego se fue con ella a que la pusiera guapa.




«Los múltiples atentados de la banda terrorista hace que cada vez se convierta en más peligrosa. Pero se desconoce su motivo, su nombre o sus exigencias. Solo se sabe…»

Ada apagó la tele de casa de Khady. Iba vestida con un traje africano largo hasta los pies que la enfermera le regaló nada más llegar. Era de color naranja y morado y le dejaba un hombro medio moreno y medio blanco al descubierto, ya que en tres meses había cogido color en las partes que llevaba al descubierto cuando se arremangaba las camisetas. Tampoco llevaba ya el pañuelo en la cabeza, ya que la raíz del pelo le había desaparecido tras el tinte y volvía a ser completamente rubia.

ADA: Me encanta poder ver por fin noticias sobre España y es genial que cojas desde aquí canales españoles, pero no me apetece nada oír lo de los terroristas.

—Anda, levanta del sofá que volvemos a la aldea a recoger tus cosas. O perderás tu vuelo de vuelta.

ADA: He dormido tan bien en tu casa estos días… ¡Hacía meses que no dormía tan a gusto!

—Yo ya estoy —dijo Genaro con sus cosas en la mano, que eran más bien escasas.

Nada más llegaron al pueblo los tres, después de unas vacaciones de unos días sin avisar, se encontraron con el desolador panorama de que Alfonso había muerto en un tiroteo con los kuajari. A Khady pareció no sorprenderle demasiado.

—Ada —la miraba ella con cara de desesperación—. No te puedes ir ahora. Pueden tardar meses en enviar a alguien de repuesto y por esta zona no tenemos más médicos que tú.

Ada la miró indecisa porque ya tenía en mente que se iba, pero se le había presentado ante sus narices una oportunidad de ayudar y a la vez de redimirse de sus errores, que no podía rechazar.


Próximo episodio: lunes, 12 de marzo de 2012 a las 21:00.

No hay comentarios:

Publicar un comentario