En la tercera temporada de El mundo al revés: Ada le comentó a Osi que
se iría a dar ayuda humanitaria para intentar redimirse por haber dejado morir
a un paciente que ella reconoció como el que los atacó en el cortijo de David y
no quiso atender médicamente. Con ello, pretendía recuperar su empleo como
médico en el hospital La Caridad, de fuertes influencias religiosas. Quizás
también quería acallar la voz de su conciencia por haber dejado morir a aquel
hombre (Israel, el que fuera novio entonces de Noé), pero de momento le estaba
costando su descanso. Llevaba tiempo sin poder dormir bien y estaba tomando
pastillas para ayudarle a conciliar el sueño.
Ella siempre ha sido atea convencida y hasta hace poco no había
aprendido a respetar las creencias asiristas de Osi, pero parece que con la
decisión de irse está dispuesta, no solo a intentar volver a ejercer la
Medicina, sino a tratar de comprender a su novio Osi.
Con su pasado como modelo, Ada siempre va vestida de punta en blanco y
muy a la moda. Que nunca le falten sus tacones…
Con sus gafas de sol puestas, que
le tapaban gran parte de la cara, su pelo rubio recogido y un pañuelo de seda
cubriéndole la cabeza a lo estrella de cine, Ada salió del avión para comprobar
que la humedad en el ambiente de aquel país africano era mucho mayor que en
España.
ADA: Con esta humedad se me va a
quedar el pelo hecho un asco. ¡Qué horror!
Cogió su bolso y bajó por las
escalinatas que habían colocado y que daban a pie de pista. De allí la llevaron
a la pequeña terminal, donde bajo su asombro, le comunicaron que sus maletas se
habían extraviado en el camino y que se las recuperarían en cuanto pudiesen.
ADA: ¿Y qué voy a hacer yo sin mi
ropa el tiempo que esté aquí? ¿Con qué me voy a vestir? ¡Solo tengo lo que
llevo puesto! —le gritó indignada al aborigen que se lo dijo y que lo único que
hacía era poner cara de no entender una palabra—. ¡Y el tinte rubio! ¡Mi raya
del pelo va a parecer una autopista de lo negra y grande que se va a poner! —se
guardó para ella ese comentario, que ya lo veía demasiado superficial.
Sin tener más tiempo para
quejarse, vino el contacto nativo que la tenía que trasladar hasta su aldea y
se montó en su jeep. Unas horas más tarde, habiendo recorrido paisajes de bella
naturaleza a la luz del atardecer, llegaron a una zona más selvática y húmeda. En
una bocanada de aire se le voló el pañuelo e hizo detenerse a su chófer para
recuperarlo, para después continuar su camino. Finalmente arribaron al pequeño
pueblo donde tendría que vivir los próximos meses. Ella bajó muy fina del
coche, con cuidado de no caerse con sus tacones, pero al apoyar mal la mano en
el todoterreno se rompió una uña. Con lo perfectas que las llevaba,
pretendiendo que le aguantasen lo máximo posible.
Y sin ser todo esto suficiente,
al bajar del coche fue a aterrizar en un charco y se manchó de barro, no solo
sus zapatos, que aunque de tacón no eran caros, sabiendo a donde iba, sino
también los vaqueros ceñidos que llevaba. Su única ropa.
Intentó mantenerse positiva.
Inspiró y espiró varias veces para no explotar en un ataque de ira y a
continuación se dirigió a la casa, más bien cabaña, como todas en el pueblo,
del que su transportista le había indicado con señas que era la del médico. Se
quitó el pañuelo y las gafas de sol para parecer más seria.
Después de un viaje duro esperaba
encontrarse con alguien con quien poder charlar. Pero tampoco pudo ser. Antes
de que pudiera decir una palabra, aquel joven, que tendría menos edad que ella
pero un ego mucho más henchido, no la dejó de juzgar con la mirada a través de
sus señoriales gafas. Con unos pantalones de pinzas y una camisa le recordó a
lo estirado que parecía Osi cuando lo conoció. No, peor. Parecía Jaime. Osi era
más de polos. Este chico tenía toda la pinta de ser una persona muy clásica que
mejor no se enterase de que ella era heterosexual. Pensándolo mejor, en una
aldea en la que los Discípulos de Asir estaban involucrados y a través de los
que ella venía, mejor sería que no se enterase nadie.
ADA: Hola, buenas tardes. Me
llamo Ada Valero —estiró la mano para saludarlo formalmente—. Soy la
voluntaria…
—Sé quién eres. Yo soy el doctor
Corcoña. Alfonso Corcoña —dijo, altivo, sin ademán de estrechársela, mientras
seguía haciendo sus tareas.
ADA: Encantada —sonreía amable, a
pesar de no estar recibiendo el mismo trato, y bajo el brazo lentamente al ver
que no iba a haber acercamiento para saludarla.
—Ahora te diré dónde está tu habitación
para que lleves tus maletas…
ADA: Por desgracia me han perdido
las maletas durante el viaje. Pero dicen que cuando las recuperen me lo harán saber
—anunció con una optimista sonrisa.
—No esperes que las recuperen.
Nunca lo hacen —replicó, tajante, mirándola por encima de sus gafas—. Ahí
tienes un poco de ropa que llega desde España. Cógete un par de camisetas y
pantalones —le señaló un montón de ropa vieja que había en un montón
desordenado, como si fuera un tenderete del mercadillo.
Ella lo miró asqueada de pensar
que tendría que llevar esas anchas camisetas y esos pantalones de chándal a
saber cuánto tiempo, pero se resignó y escogió lo que vio más decente. Luego el
médico la acompañó hasta lo que iba a ser su hogar. Una sencilla habitación en
un edificio de una solo planta donde había otras muchas habitaciones a las que
les daban otros usos. Se lo había imaginado peor. Le abrió la puerta, le dio
las llaves e hizo el amago de irse, pero ella quiso forzar una conversación que
mucho necesitaba.
ADA: ¿Y cuál va a ser mi tarea
como médico? ¿Hay muchas vidas que salvar? Yo era residente de cirugía
cardiovascular en Valencia.
—Mira, guapa. No sé si piensas
que aquí has venido a pintarte las uñas o a pasar unas vacaciones, pero aquí se
trabaja duro. Y otra cosa quiero que sepas: los DA me han puesto al mando en
este sector y aquí soy el jefe. Harás lo que diga y como mucho tendrás la
oportunidad de poner vacunas.
ADA: Vale, me queda claro —dejó
de sonreír al ver que no iba a conseguir nada con esa táctica—. ¿Me puedes
decir dónde hay internet o un teléfono? Es para llamar a mis padres y decirles
que he llegado bien.
—Aquí no hay nada de eso —la
volvía a mirar por encima de las gafas y se fue hacia su cabaña mientras seguía
diciendo de espaldas—. Si quieres puedes enviarles una carta. Y que tengas
suerte de que llegue.
Ada estaba a punto de ponerse a
llorar por ese nada prometedor primer día. En la puerta de su habitación y sin
atreverse a entrar, estaba plantada con su bolso y la ropa que había cogido
echada sobre el brazo. Estirando la mano para no rozarse con nada su uña rota y
mirando lo sucios que llevaba los pantalones de barro.
—Hola —apareció un hombre a su
lado que la saludó amablemente pero la asustó al mismo tiempo.
ADA: Hola —repitió ella confusa,
esperando a que le dijese quién era.
—Soy el padre Genaro, el cura de
la zona. Vivo en este pueblo —le tendió la mano.
Ada lo miró con desprecio. Era un
hombre de mediana edad, con unas gafas grandes y muy antiguas de un tupido
color ambarino. En su cara destacaban unas cejas canosas muy pobladas, al igual
que su abundante mata de pelo, a pesar de su edad. Tenía cara de buena persona,
pero era lo que era: un cura. Casi no aguantaba la beatería de su novio y
después de una jornada tan exhaustiva no se encontraba con fuerzas para fingir
ser amable con alguien con quien no le apetecía hablar. Y mientras tanto, había
pasado el tiempo y el hombre bajó la mano, pensando que no se la daría.
—Bienvenida a África, querida —dijo
igual de amable que su presentación y sonriendo se fue por donde había venido.
Ada había aprovechado el único
pañuelo de seda que llevó puesto el primer día para taparse la cabeza a diario,
ya que el pelo le había crecido mucho y se le veía la raíz. Además de lo sucio
que lo llevaba porque no se podía duchar todo lo que ella hubiese querido. Pero
cada día que pasaba le importaba menos.
Más que ejercer la Medicina,
ayudaba en cualquier tarea que se la necesitase. O más bien, en lo que Alfonso
quisiera mandarle. Ese mismo día, el dictatorío líder había partido hacia la
capital para abastecerse de algunos materiales, cosa que alegraba tremendamente
a Ada, al saber que por lo menos en un día se iba a librar de su tirana
opresión.
Ataviada con una ancha camiseta
de tejido de calidad cuestionable y unos pantalones de chándal, iba discutiendo
con Genaro, como siempre hacían, mientras andaban hacia sus aposentos después
de una ardua jornada.
ADA: ¡¿Y qué hay de los pobres
niños que violan los curas y se mira hacia otro lado?! ¡¿Cómo dejan que eso
pase?! —inquirió acalorada por la discusión.
—Yo no te puedo contestar por los
demás. Yo te cuento lo que yo hago, que es una muy buena labor para esta
comunidad —respondió con tranquilidad y esa molesta sonrisa en los labios que
siempre llevaba puesta—. Y por supuesto que lo veo deplorable. Pero eso no
quiere decir que todos los curas seamos así.
ADA: ¡Pero lo encubrís!
—Yo no, querida. Si lo supiese de
algún compañero lo denunciaría.
ADA: No me lo creo. Seguro que
los Discípulos de Asir lo encubrirían. Sois todos iguales…
—¿Si tú fueras con gente que toma
drogas, significa que tomas drogas también?
En esa reflexión le vino a la
mente su amigo, el difunto Pascual, y tuvo que admitir que había estado
avispado con ese comentario. Pero prefirió callarse para no darle esa
satisfacción y asestarle otra puñalada por otro lado.
ADA: ¿Y qué me dices de todo el
dinero que recaudáis? ¡Vivís mejor que reyes! Cuando lo que teníais que estar
haciendo es estar ayudando aquí a los más necesitados.
—Yo lo estoy haciendo —volvió la
benevolente sonrisa a su boca—. Aunque en un principio fue una especie de
castigo, en cuyo tema no voy a profundizar, pero ahora se ha convertido en una
bendición. Por los demás curas o miembros de los DA te repito que no puedo
hablar.
Ella se quedó sin preguntas
acusadoras e hizo un gesto de disconformidad, a la vez que llegaban a la
enfermería. No le dio tiempo ni a pensar cuál sería el motivo para enviar a un
hombre de misionero al corazón de África, cuando ya le estaba preguntando otra
cosa el dicharachero padre.
—Bueno, y hoy que ya hace un mes
que llegaste, ¿cómo está yendo tu estancia por aquí?
ADA: Bien. Gracias por preguntar —le
contestó, hosca, ya que nunca quería compartir su vida privada con aquel hombre—.
Hasta mañana, Genaro —le dijo cerrándole la puerta con una falsa sonrisa de
cortesía.
Llevaba semanas sin pegar ojo. Se
dejó las pastillas para dormir en Valencia, pensando que era lo suficientemente
fuerte e independiente y que no las necesitaría, pero algo la estaba
carcomiendo por dentro desde hacía mucho tiempo y no sabía lo que era. Le
estaba empezando a pasar factura en forma de ojeras y cara de cansancio. Todo
ello, sumado a la pérdida de peso acumulada por no comer adecuadamente, hacía
de ella una persona casi irreconocible a como era antes.
Entrada la madrugada, seguía
dando vueltas en la cama cuando oyó ajetreo fuera. Sin pensárselo dos veces se
puso una chaqueta y salió de su habitación justo en el momento que llegaba un
jeep con unos hombres que cargaban a otro inconsciente, que estaba
evidentemente herido. Una enfermera nativa de pelo muy corto los estaba
esperando y lo llevaron corriendo a la enfermería. Ada no dudó un instante en
ir a ayudar.
ADA: ¡¿Qué ha ocurrido?!
—Un tiroteo —le contestó ella en
un perfecto español—. Una bala ha alcanzado a mi hermano en el hombro. Hay que
extraérsela. ¡Toma! —le dio el material quirúrgico, dando por hecho que lo iba
a hacer Ada.
Los hombres dejaron el cuerpo del
otro sobre una camilla y la mujer encendió las luces del improvisado quirófano
que montó en un abrir y cerrar de ojos. Ada se vio en una situación estresante
que desde que dejó morir a aquel hombre no se veía, pero no tenía tiempo para
pensar en aquello ahora. Decidida como estaba, se puso a buscar con las pinzas
la bala y no tardó en encontrarla y extraerla, por suerte.
—Muchas gracias por salvarle la
vida a mi hermano.
ADA: Es mi deber. Pero… ¿Me
puedes decir qué ha sido ese tiroteo? Estoy algo preocupada.
—Oh, no te preocupes. Son los
kuajari. Exigen algunas reivindicaciones supuestamente por el país, pero son
una mafia en realidad. A veces tenemos problemas, pero la cosa no va contigo.
Lo que es una pena es que Alfonso no te deje participar más a ti como médico. Ya
vi el otro día que no era muy amable contigo… Voy a hablar con él, porque estoy
segura que podrías ser de mucha más ayuda.
ADA: Muchísimas gracias —la
sonrisa de felicidad le invadía el rostro—. No sé cómo agradecértelo…
—Khady. Me llamo Khady —le dio la
mano y Ada le devolvió el apretón.
ADA: ¿Eres nueva por aquí? No
recuerdo haberte visto antes.
—Bueno, yo he estado ayudando
muchos años por aquí, pero ya por fin me saqué el título de enfermera en
España. Una familia muy amable me adoptó cuando era pequeña y ahora he vuelto
para ayudar en mi aldea natal.
ADA: Aaah, muy bien. Pero nunca
te he visto por el pueblo.
—Es que en realidad vivo en la
ciudad. Está cerca de aquí. Ahora por la mañana me vuelvo a casa. Hoy me tocaba
turno de noche.
A Ada se le escapó por el retrete
esa esperanza que había tenido desde que llegó de tener a alguien con quien
congeniar. Al menos parecía que en el trabajo podría serle de ayuda con el
tozudo médico a partir de ahora.
Ada salía airada de la enfermería
porque una vez más Alfonso no le dejaba participar en nada. Llevaba en la
misión dos meses y se tenía que ir en unos días con una sensación de vacío y de
haber estado perdiendo el tiempo. Khady ya había hablado con el doctor al día
siguiente de que Ada salvase a su hermano, y si bien al principio fue flexible,
a las pocas semanas había vuelto a ponerse autoritario y a resolver él todos
los asuntos médicos.
—Doctor Corcoña —se dirigió a él
Khady, en tono muy serio—. Sé que usted ha ayudado mucho a esta aldea en un par
de años—le hablaba de usted por respeto, aunque Alfonso parecía un chico de
unos veintitantos—. Yo misma he vuelto después de muchos años a un poblado muy
cambiado a como lo dejé. Pero no puede usted rechazar de esa manera la ayuda
que una persona está ofreciendo. Y que además, tiene mucha habilidad como
médico, como ya le dije después de lo que le pasó a mi hermano.
—Te agradezco tu punto de vista
al respecto, pero los Discípulos me pusieron aquí al mando y yo tomaré las
decisiones de quién participa y cuándo. Y a ti te advierto que no entrometas —amenazó—.
No me gustaría que te destinasen a otra parte del país. Con lo que a ti te
gusta poder trabajar para tu gente, ¿no?
Khady entrecerró los ojos pero no
estaba dispuesta a callarse.
—¿Sabe usted? No todo en la vida
son méritos que poner en el currículo, como ser el médico jefe de una misión en
África para poder luego acceder a ciertos hospitales sin tener que hacer el MIR,
como todo el mundo. Aquí hay gente que ayudamos altruistamente como el padre
Genaro, Ada o yo. Sería una pena que nos perdiese a los tres, porque sin
nosotros aquí, estaría perdido. Y usted es el que debería de no entrometerse.
Siempre está queriendo arreglarlo todo y un día se va a meter en líos con los
kuajari…
En las afueras de la aldea, y
colindante con la selva, Ada se había escondido detrás de unas rocas para
llorar a moco tendido, pero el padre Genaro la había seguido hasta allí con el
fin de consolarla. En cuanto lo vio, Ada se secó orgullosa las lágrimas.
—Es duro, querida. Yo lo sé —se
inclinó para estar a su altura, que estaba en el suelo—. Pero ya dentro de nada
te vas.
ADA: ¿Y qué he hecho aquí? ¡Nada!
Venía con la intención de ayudar…
—Y has ayudado. Mucho.
ADA: Pero no de la manera que yo
quería. No va a ser suficiente para…
—Hay algo que no me estás
contando —se agachó y se sentó a su lado—. Se nota desde que llegaste. ¿Qué es
lo que te preocupa?
ADA: Verás, yo… hice algo
horrible —se sorprendió a sí misma confesando algo que no había admitido ni en
su cabeza.
—Continúa, querida…
ADA: No sé ni por qué te cuento
esto —seguía limpiándose la cara del continuo chorreteo de fluidos lagrimales—.
No sé ni de dónde ha salido.
—Eso es porque estaba muy dentro
de ti.
ADA: El caso es que… —pensó un
momento en suavizar lo que pasó, con temor a que el cura la reprimiese y con
razón— no ayudé a una persona cuando lo necesitaba y por mi culpa murió.
—Entiendo. Y seguro que has
estado cargando con la culpa todo este tiempo sin decírselo a nadie.
ADA: ¿Por qué me conoces tan
bien?
—No me ha hecho falta demasiado
para conocerte —enseñó los dientes, como de costumbre—. Eres de ese tipo de
personas que se echan todo el peso del mundo a sus espaldas e intentan ir de independientes.
¿Pero sabes qué? Que todo el mundo comete errores y todo el mundo tiene el
derecho a desmoronarse alguna vez. No por eso eres menos digna.
Ada se sintió algo mejor con sus
palabras, pero seguía autoflagelándose.
—Perdónate a ti misma, querida.
Si te arrepientes de tus pecados, Asir te perdonará.
Justo cuando Ada estaba empezando
a gustarle lo que decía, tuvo que fastidiarlo con el sermón religioso. Pero por
otro lado, se sintió aliviada de contarle su oscuro secreto. Y más aún de que
de alguna manera alguien la perdonase.
ADA: Así que Asir me perdona.
Buff —replicó burlona. Pero miró a Genaro y se puso a reír. En el fondo estaba
más que agradecida por esa necesaria confesión.
—Entiendo que también echas de
menos a tus seres queridos. Y todo eso afecta.
ADA: Muchísimo. Más de lo que
pensaba. A mi mejor amigo, Luis, pero sobre todo… a mi novio Osi —se atrevió a
confesarle bajando la mirada. De perdidos al río.
—No te preocupes, querida. No te
voy a juzgar —levantó la cabeza ella, asombrada—. Eso es algo que otros
Discípulos pueden juzgar más severamente, pero yo creo que el amor es el amor.
Y si dos personas se quieren… no importa lo que digan los escritos. Me negué a
condenarlo una vez y tuve que pagar el precio. Pero en el fondo estoy
agradecido de que Asir me haya dado este magnífico plan para mí.
Ada giró los ojos, sarcástica por
este último comentario, pero por otra parte no podía haber tenido más suerte
con ese misionero hetero-friendly.
ADA: Eres un cura demasiado
moderno para pertenecer a los DA —soltó con una risa tonta entre sollozos.
Khady venía de la aldea hacia ellos caminando
deprisa y nada más llegar se dirigió al cura.
—Arréglese, padre Genaro. Que nos
vamos unos días a mi casa y a que esta chica haga algo de turismo. Que vea algo
más de África que esta aldea antes de volverse a España.
—¿Pero cómo vamos a dejar aquí
solo a Alfonso?
El padre supo leer en la mirada
de la joven lo que había pasado, de lo que ya habían hablado ellos con
anterioridad, y sin rechistarle se fue hacia su cabaña.
—Y tú ven conmigo —la cogió de la
mano Khady—. ¿No querrás ir a la ciudad con ese pelo y esa ropa vieja no?
ADA: Ais, ya me he acostumbrado.
El pañuelo en la cabeza es como mi segunda piel —respondió, perezosa.
—De eso nada. Te voy a dar una
especie de tinte vegetal que hacen las mujeres de aquí para que te hagas la
raya del pelo y luego te voy a dar un vestido colorido precioso como los que
llevan las nativas. Ya verás qué guapa vas a estar.
Ada tenía los ojos brillantes y
antes de ponerse a llorar de la emoción le dio un abrazo.
—Ah, allí hay teléfono. Y puede
que hasta haya internet en alguna parte.
Ada la apretujó más sin soltarla
y luego se fue con ella a que la pusiera guapa.
«Los múltiples atentados de la
banda terrorista hace que cada vez se convierta en más peligrosa. Pero se
desconoce su motivo, su nombre o sus exigencias. Solo se sabe…»
Ada apagó la tele de casa de
Khady. Iba vestida con un traje africano largo hasta los pies que la enfermera
le regaló nada más llegar. Era de color naranja y morado y le dejaba un hombro medio
moreno y medio blanco al descubierto, ya que en tres meses había cogido color
en las partes que llevaba al descubierto cuando se arremangaba las camisetas.
Tampoco llevaba ya el pañuelo en la cabeza, ya que la raíz del pelo le había
desaparecido tras el tinte y volvía a ser completamente rubia.
ADA: Me encanta poder ver por fin
noticias sobre España y es genial que cojas desde aquí canales españoles, pero
no me apetece nada oír lo de los terroristas.
—Anda, levanta del sofá que
volvemos a la aldea a recoger tus cosas. O perderás tu vuelo de vuelta.
ADA: He dormido tan bien en tu
casa estos días… ¡Hacía meses que no dormía tan a gusto!
—Yo ya estoy —dijo Genaro con sus
cosas en la mano, que eran más bien escasas.
Nada más llegaron al pueblo los
tres, después de unas vacaciones de unos días sin avisar, se encontraron con el
desolador panorama de que Alfonso había muerto en un tiroteo con los kuajari. A
Khady pareció no sorprenderle demasiado.
—Ada —la miraba ella con cara de
desesperación—. No te puedes ir ahora. Pueden tardar meses en enviar a alguien
de repuesto y por esta zona no tenemos más médicos que tú.
Ada la miró indecisa porque ya
tenía en mente que se iba, pero se le había presentado ante sus narices una
oportunidad de ayudar y a la vez de redimirse de sus errores, que no podía
rechazar.
Próximo episodio: lunes, 12 de marzo de 2012 a
las 21:00.
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