Sólo quedaban dos horas para la Renovación, para que empezara el 28 de junio. La tormenta ya estaba encima de ellos y se puso a llover a cántaros. Apenas se veía a varios metros por delante. Zac sólo quería llegar a la casa. Ulises se comía lo que ya eran muñones ante la perpleja mirada de Is. David conducía concentrado y entre Ada y Osi había cierta tensión por ese beso robado.
DAVID: ¡No os preocupéis! ¡La casa está cerca!
ADA: Eres idiota —le reprochó a Osi—. No sé para qué me has dado un beso. Casi lo has cabreado más.
OSI: Lo siento, Ada. Por una parte quería despistarlo, pero por otra pensé que a lo mejor era nuestra última noche y no quería morir sin besarte de nuevo.
IS: ¡Anda! ¿Que vosotros sois heteros? Yo soy bi —interrumpió inesperadamente la conversación—. Por llamarlo de alguna manera. Yo no me fijo en el sexo de una persona cuando me enamoro. Me enamoro de una persona.
ULISES: No me lo puedo creer. Con lo bien que me caía… —dijo para el cuello de su camisa y siguió comiéndose las uñas.
DAVID: ¡Ya hemos llegado! ¡Al fin! Tiene que ser ésta… Voy a abrir la verja.
Salió del coche e intentó darse prisa para no mojarse con toda el agua que caía, pero había varias llaves y como siempre pasa, era la última que probó. Después de abrirla y empaparse la ropa de agua, entró en el coche y se metieron hasta donde estaba la casa, dejando la verja abierta. Cogieron deprisa sus bártulos del maletero y entraron al recibidor. Cuando Zac fue a darle al interruptor de la luz, no se encendía.
ZAC: No hay luz. ¡No jodas que no hay luz!
DAVID: Ay, calla. Habrá que dar la luz. A saber dónde está el cuadro de luces…
La frase quedó interrumpida por el golpe que dio la puerta de la casa al abrirse de golpe como si alguien le hubiera dado una patada, y en la entrada, a apenas 5 metros de ellos, se vieron las siluetas bajo la intensa lluvia de los que habían intentado robarles el coche.
—¿Os pensabais que ibais a escapar tan fácilmente, fabricaniños? Pagaréis por vuestros pecados, malditos desviados.
Una luz cegadora iluminó la habitación en forma de relámpago y se oyó un trueno ensordecedor que sonó como si hubiera caído justo al lado. Tal fue el estruendo que los dejó petrificados a todos, incluso a los ladrones. Pero al momento reaccionaron y cada uno salió zumbando en una dirección: Zac pegó un salto, cogió a David de la mano y lo arrastró sin saberlo hasta el sótano; Osi e Is, que estaban más cerca corrieron hacia el corral; Uli se fue hacia el otro lado y Ada se quedó un poco parada incrédula de lo que estaba pasando.
ADA: ¡¿Por qué os separáis como en las películas de miedo?! ¡Y eso que yo soy la rubia!
Los hombres se pusieron a andar hacia ella y del corral entró un gato erizado y maullando que asustó a Ada, como no lo había hecho antes el trueno. Pegó un grito agudo de esos que sólo las mujeres saben dar y salió corriendo haciendo ruido con sus tacones allá por donde pisaba. Apenas veía a dónde iba, porque no había luz, pero fue metiéndose por pasillos, subió unas escaleras, vio un cuarto medio abierto, se metió y cerró la puerta.
ADA: Uff, ¡malditos gatos!
ULISES: ¡Pero qué coño haces! —se oyó exclamar en voz baja en alguna parte dentro de la oscura habitación como si estuviera masticando algo— ¡Esa puerta no tenía pomo! ¿Ahora cómo salimos de aquí?
ADA: ¿Ulises? ¿Qué estás comiendo? ¿Una pasti?
ULISES: Son mis uñas. Yo ya no me hago nada de eso. Y haz el favor de hablar más bajo que no nos oigan y quítate esos tacones, que raro será si no te han oído venir hasta aquí.
Ada se quitó los zapatos, se los puso en la mano y se acercó hacia donde oía su voz.
ULISES: Cuidado con la cama que me he chocado antes yo también.
Ella se arrimó a la pared y llegó hasta el rincón donde estaba sentado, poniéndose a su lado.
ADA: No me puedo creer que nos hayan seguido sólo porque piensen que somos heterosexuales. O eso daba la sensación…
ULISES: ¿De verdad piensas que nos han seguido sólo por eso?
ADA: No lo sé, Ulises. Hay gente tan obcecada en sus ideas que piensa que las personas que no hacen lo mismo que ellos, o la mayoría, está mal hecho —dijo con retintineo por los encontronazos que habían tenido anteriormente.
ULISES: A mí no me compares con esa chusma. ¿Yo no soy igual que ellos, verdad? Al lado de éstos mi odio hacia los desviados se queda corto.
La miró a ella, que se sacó el móvil y se alumbró la cara de odio que le estaba dedicando.
ULISES: Ya sé que no hay cobertura y que no podemos llamar a nadie.
La volvió a mirar y seguía con la misma cara.
ULISES: Ah, perdón por lo de desviados… No sé por qué pienso así, pero es como pienso. No te lo tomes como algo personal.
ADA: Deberías de tratar de ponerte en nuestro lugar y no sólo soltar esas perlas sin pensar en cómo te sentaría a ti vivir en un mundo en el que eres minoría. Y encima de costarte el doble de encontrar a alguien decente para compartir tu vida, tienes que soportar menosprecios como los tuyos casi a diario.
Ulises se quedó un poco reflexivo asimilando lo que le acababa de escuchar.
ULISES: No lo había visto nunca así. De verdad que lo siento. No tiene ningún sentido querer pegar a unas personas o asustar o lo que quiera que estén haciendo estos capullos, sólo porque sean reproductores…
Ada volvió a alumbrarse con el móvil su cara de desacuerdo.
ULISES: Perdón, heterosexuales. No es que me lo proponga, Ada, pero lo siento así. No creo que cambie de la noche a la mañana, pero te prometo que trabajaré en ello. No me gustaría ser como esas personas…
ADA: Me alegro que por lo menos lo intentes.
Acabando de decir esto, se oyeron sonidos de pasos sigilosos en el pasillo y ambos se miraron.
ULISES: Ada —dijo en voz muy baja.
ADA: Dime.
ULISES: Me estoy poniendo muy nervioso. Me noto muy acelerado…
La puerta se abrió de golpe y apareció uno de los hombres que le había dado un violento empujón para entrar.
—¿Te piensas que no he oído tu taconeo?
ADA: Aaaaaah —volvió a chillar agudamente de miedo.
El intransigente se adentró en la habitación y se tropezó con la cama, lo cual ellos aprovecharon para salir corriendo. El hombre salió detrás de ellos también y Ada le lanzó los zapatos que llevaba en la mano, dándole en el ojo con un tacón de uno de ellos. El ladrón se detuvo y ellos siguieron corriendo.
Dos pisos más abajo, en el sótano, David y Zac estaban escondidos debajo de una mesa cuando otro relámpago iluminó la habitación.
DAVID: ¿Te has dado cuenta que aquí abajo hay estanterías y estanterías llenas de comida? Y todo es pasta, arroz, conservas, latas… Parece un refugio nuclear.
ZAC: ¡David! —se dio cuenta de que había levantado mucho la voz y bajó el tono—. No estoy para pensar ahora mismo.
David se quedó pensando qué sentido tenía tener toda esa comida allí, pero al cabo del rato se percató de que al estar la casa a nombre de otra persona, la podrían haber usado sus madres si hubieran tenido que refugiarse un tiempo para esconderse de las autoridades. Lo cual ni les dio tiempo a intentar después de su detención, que les pilló por sorpresa.
ZAC: ¡Mierda, mierda y más mierda! ¡Vamos a morir todos! ¡Cojamos tu coche y larguémonos!
DAVID: Tranquilízate, Zacarías. Siempre te pones en lo peor en las malas situaciones. No podemos irnos y dejar al resto aquí tirados. Y estos hombres probablemente sólo quieran asustarnos —dijo frotándose los brazos porque estaba empezando a coger frío con la ropa mojada—. Si no, hubieran sacado las armas que llevaban y nos hubieran metido cuatro tiros…
ZAC: Lo siento, David. No es mi intención ponerme así. Pero entre esto y la tormenta… Anda, quítate eso y ponte mi chaqueta, que estás empapado.
DAVID: Muchas gracias, Zac. Perdóname tú a mí —decía mientras se cambiaba—. Nunca fui un novio ejemplar que digamos. Es normal que me dejases al final.
Zacarías se le quedó mirando y esbozó una media sonrisa al ver que por fin trataban el tema.
ZAC: No hay nada que perdonar. Yo me comporté como un capullo y soy yo el que debería de disculparse. Estaba muy preocupado con que te pasara lo mismo que a Benja o que te secuestrasen o algo.
DAVID: Me imagino que todavía te acuerdas de él.
ZAC: Nunca me voy a olvidar de él… Y lo peor de todo —le entró la risa floja—, es que casi ni hablaba con él en el Centro. Con la de veces que intentó venirse de fiesta con nosotros y yo pasaba de él.
DAVID: Pero al fin y al cabo, era tu única familia —le cogió de la mano.
ZAC: No hay mucho que podamos hacer, pero cuando desaparece una persona así, te quedas como… que algo no se ha cerrado. Que no se ha acabado del todo. Si lo encontrasen muerto, quizá me daría más paz que pensar que a saber dónde está el pobre y si sigue vivo. Esa sensación es la que me mata.
DAVID: Ay, Zaqui-zac. Esa sensibilidad tuya es una de las cosas que siempre me gustó. Lo sientes todo mucho, pero a veces demasiado. Tú fíjate, que para recuperarte hasta intenté dejar de fumar. Pero mira de lo que me ha servido…
ZAC: Tú no tienes que dejar de fumar si no quieres sólo para gustar a alguien, David. Lo que tienes que hacer es encontrar a alguien que te acepte como eres. Y lo harás, estoy seguro.
DAVID: Muchas gracias, Zacarías. A mí me gusta fumar. Ya no fumo tanto como antes, pero me apetece cuando me apetece y lo hago. Si algún día dejo de hacerlo tiene que ser porque yo quiera y me lo proponga.
ZAC: Y yo que me alegraría si lo hicieses.
DAVID: Ayyy, siempre igual.
Un estremecedor trueno sorprendió a ambos y se arrejuntaron. Sobre todo Zac, que se escondía detrás de David.
—Cucú. ¿Hay alguien ahí? —preguntó uno de los hombres bajando por las escaleras del sótano—. He oído voces. No seáis tímidos…
El ladrón se puso a andar entre las estanterías de comida palpando con las manos y David, que ya tenía la habitación más estudiada, salió de debajo de la mesa, cogió al hombre y le hizo una llave que había aprendido en artes marciales, derrumbando a éste. Después empujó la estantería tirándosela encima, cogió a Zac de la mano y lo intentó sacar de debajo de la mesa pero le dio un tirón porque estaba paralizado del terror. David tiró de él más fuerte y subieron por las escaleras.
Al otro lado de la casa, Osi e Is estaban agazapados en el heno viejo que había en el corral y ya llevaban un buen rato hablando de sus cosas.
IS: Tú insístele. Yo creo que le sigues gustando.
OSI: ¿Tú crees? La he visto un poco molesta por lo del beso.
IS: Hazme caso. Como mujer, esa es mi opinión.
Le animó ella que veía inapropiado coquetear con él, aunque le pareciera guapo, porque lo veía muy colgado de Ada. Pero de todas maneras, seguía notando cierta conexión de complicidad con él que no sabía ni explicar.
—¿Estáis ahí?
Se oyó una voz desde fuera. Ellos dejaron de hablar de inmediato.
ULISES: Somos nosotros, Ulises y Ada.
OSI: Santa Ast, qué susto nos has dado. Pasad.
ULISES: Venid vosotros, que me he encontrado con David y Zac en la entrada. ¡Estoy que me va a dar algo!
IS: Venga, vamos. Si nos juntamos todos podemos irnos en el coche. ¡Sólo queda una hora para la Renovación!
Cuando llegaron a la entrada y se juntaron todos, David estaba buscando las llaves del coche, vio el cuadro de luces en la pared y dio la luz. Justo delante de ellos aparecieron los dos ladrones bloqueando la puerta de salida y causándoles un gran sobresalto. Zac se tiró al suelo muerto de miedo y Ulises empezó a agitarse. Sentía como si fuera invencible y se envalentonó de repente. Cogió una madera y fue a golpearles, pero se apartaron y se chocó contra una mesita que había en el recibidor. Se precipitó contra el suelo y le cayó un pesado candelabro en la cabeza, haciéndole una brecha y saliéndole sangre. Is no se lo pensó dos veces y su instinto de enfermera le hizo ponerle las manos de inmediato para parar la hemorragia.
Los intransigentes reaccionaron pasivamente y siguieron amenazando.
—Un pervertido menos en el mundo. Ahora vais vosotros.
—Y esta vez sin trucos de karateca de por medio —dijo mirando a David sacando ambos las pistolas y apuntándoles.
Zac miró a David desde el suelo desmontando sus argumentos de que no iban a matarles e Is seguía presionando la herida, ahora con trapos.
IS: ¡Déjanos que nos vayamos! ¡No os hemos hecho nada y se va a desangrar!
—Tú cállate, fabricaniños.
OSI: Por qué no nos tranquilizamos todos —dijo Osi levantando las manos en señal de paz y mirándolos a los ojos.
Los ladrones seguían apuntando, pero parecía que querían escucharle.
OSI: Tranquilicémonos, eso es. Podéis bajar las armas —y diciendo esto, los hombres bajaron las armas y le escucharon—. Nosotros no os hemos hecho nada y no creo que haya nada de malo en la preferencia sexual de cada uno para que queráis hacernos daño.
—Sí, es cierto —contestaron a la vez.
OSI: ¿Por qué no os vais por donde habéis venido y nos olvidamos de todo esto?
Los intransigentes se guardaron el arma, salieron de la casa, se metieron en su coche y se fueron ante la atónita mirada del grupo de amigos. Sin exceptuar a Osi, que también parecía incrédulo de lo que acababa de ocurrir. Pero al instante reaccionaron al ver a Ulises en el suelo rodeado del charco de sangre.
IS: David, conduce tú y yo mientras contengo la hemorragia en el asiento de atrás. Ayudadme a meterlo en el coche.
Una vez situados Is y Ulises detrás, David se puso al volante para no perder tiempo. Zac no había salido de la casa porque seguía aterrorizado por la tormenta.
OSI: ¿Seguro que no hace falta que vayamos?
IS: No, vosotros pasad la Renovación aquí —dijo mirando a Osi y luego a Ada—. David lleva el mapa y en media hora seguro que llegamos a ese hospital. Llegaremos antes de la Renovación, no os preocupéis.
ZAC: Yo me voy corriendo a un cuarto y no salgo de allí hasta mañana —dijo yéndose deprisa del miedo que tenía.
ADA: Id con cuidado, que está lloviendo mucho.
Y se pusieron de camino para que atendieran en cuanto antes al accidentado Ulises.
DAVID: Lo siento, pero o me enciendo un cigarro después de todo lo que ha pasado, o me fumo encima.
IS: Haz lo que quieras, pero ten cuidado con la carretera.
David miraba por el retrovisor a un inconsciente Ulises y se empezó a preocupar.
DAVID: ¿Está muy grave?
IS: Ha perdido mucha sangre. No sabría qué decir. Pero la cosa no pinta bien…
DAVID: ¿Se va a…?
IS: No adelantemos nada. Tú conduce.
En el interior de la casa, Ada y Osi llevaron sus bártulos a una habitación y luego se sentaron en la cama y se miraron.
OSI: ¿Y ahora qué hacemos hasta la Renovación? Quedan tres cuartos de hora.
ADA: Podemos… simplemente hablar —le sonrió ella en señal de paz.
OSI: Me parece bien —le devolvió la sonrisa.
ADA: Qué pensarían en tu secta si te viesen con una mujer en la misma cama.
OSI: Que piensen lo que quieran. Yo ya no voy a volver más allí.
ADA: ¿Y qué me dices de lo que acaba de pasar? Les dices a unos hombres que nos querían matar que se fuesen y cogen y se van.
OSI: Debe de ser que soy muy persuasivo, pero me he quedado igual de sorprendido que tú. Habrán reflexionado con mis palabras…
Se tumbaron en la cama y antes de seguir hablando se quedaron mirándose unos segundos a los ojos.
A diez minutos de la Renovación, Pascual andaba desorientado por la calle, cuando se cruzó con un coche patrulla que lo identificó y se puso a perseguirlo. Luces azules y sonidos de sirenas se oían por toda la calle y Pascual se puso a correr.
ADA: ¡Entrégate!
Le pareció a ver a Ada en una esquina, pero siguió escapando.
ULISES: Ven, ven. Por aquí.
Le dijo un Ulises que se metiera por un callejón, y lo hizo, pero al momento ya no estaba allí.
EFRÉN: Aquí es un sitio perfecto para que acabes con tu vida.
PASCUAL: ¿Eh? ¿Efrén?
Al girarse desapareció y se sentó en un rincón oscuro, pero seguía oyendo las sirenas de la policía cada vez más cercanas.
LUIS: Eres un egoísta. Todo esto es lo que te mereces.
PASCUAL: ¡Dejadme en paz, por favor! ¡Yo sólo quiero que este dolor acabe! ¡No puedo con este sufrimiento! ¿Dónde estás, Farli? —se puso a llorar.
BENJAMÍN: Nadie te va a echar de menos. Puedes hacerlo —el Luis que acababa de ver se había transformado en el desaparecido Benjamín.
Pascual se sacó de un bolsillo la jeringuilla que había guardado del vagabundo que mató sin pretenderlo y por lo cual la policía le seguía, cogió la heroína que tenía y la preparó como pudo para inyectársela, porque nunca lo había hecho antes.
PASCUAL: Sólo quiero que esto pase. Sólo quiero que esto pase…
Decía inyectándosela y con los coches patrulla aparcados ya en la entrada al callejón. Pascual perdió el conocimiento y se le cayó la cabeza hacia el hombro, quedándosele una cara que expresaba paz interior.
—Ahora no podemos hacer nada —dijo el agente que llegó primero—. Vamos al coche o nos pillará despiertos. ¡Rápido!
De repente se encendieron los altavoces de megafonía de la ciudad, y se oyó el mensaje de todos los años: “Atención, comienzan las 24 horas de sueño, comienza la Renovación. Que descansen y que sueñen con Asir.”
CONTINUARÁ...
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