Priviuslí, en El mundo al revés: los terroristas, de cuyo grupo forman parte Jaime (el novio de Luis), Noé (el ex cura de la secta de Osi y ex marido de Jaime) e Israel (el novio actual de Noé), planearon atacar unas instalaciones de los Siervos de Suty.
Is se enteró de que Osi es su hermano, pero no ha encontrado el momento adecuado para comentárselo.
Ada está de residente en el hospital La Caridad. Un centro muy religioso donde mantiene una relación a escondidas con Osi y donde discute a menudo con una enfermera sobre la existencia de Asir.
Ulises tuvo una crisis aceptando la medicación que va a tener que tomar de por vida para su trastorno bipolar, pero ya parece que lo ha vuelto a controlar, después de retomar estos medicamentos. Últimamente se echa miradas con un vecino, pero nada más.
Era una mañana fría de febrero y Osi e Is coincidieron en la cocina del piso para desayunar. Ambos habían madrugado para ir al hospital. Desde que Is supo que era su hermano había tratado de comportarse normal delante suyo, pero era muy complicado. También había intentado contárselo a Osi, pero no sabía ni cómo empezar y ni siquiera sabía si sería cierto. Para que no hubiera un silencio incómodo, siempre ponían la tele de fondo durante las comidas. A esas horas de la mañana veían la primera edición de las noticias.
—Esta noche se han registrado varios incendios focales en ese lugar que se creía deshabitado y para cuando llegaron los bomberos ya era pasto de las llamas. No se lamentan daños personales ya que sólo se han producido pérdidas materiales de lo que se cree que era un lugar de reunión de la secta demoníaca de los Siervos de Suty. Sin embargo, nadie parece reclamar pérdidas sobre este edificio. El fuego calcinó las instalaciones hasta los cimientos y se habría propagado por el bosque limitante si no llega a ser por un vecino que divisó la columna de humo que emanaba de lo que creían desierto en medio del monte. Ningún habitante de la zona conocía la existencia de este lugar y ningún testigo observó la presencia de otras personas en los alrededores la tarde anterior. La policía cree que pudiera ser obra de un pirómano…
—Y por último, la lista de desaparecidos del mes con las fotos para su identificación es la siguiente: Anacleta Barril Juanjo, José Tomás…
OSI: ¿Me pasas los cereales?
IS: Eh… claro, Osi. Oye —le titubeaba la voz—. Te quería decir una cosa…
OSI: Dime —dijo él sin parar de desayunar porque siempre iban justos de tiempo.
IS: ¿Vas muy elegante, no? —improvisó al no atreverse a decírselo de nuevo—. Siempre te veo con algún polo y con zapatos o mocasines. ¿Es cosa de médicos?
OSI: Qué va. A mí siempre me ha gustado ir arreglado. Las camisas ya son otra cosa. Me parece demasiado de doctor mayor —rió silenciosamente.
IS: Entiendo… Oye, ¿has pensado alguna vez…?
OSI: ¡Mira qué hora es! —la interrumpió al ver que era tarde—. Venga, acaba de desayunar o no llegamos. Menos mal que hoy me toca urgencias con Ada y ella ya estará allí.
Una vez llegaron a La Caridad, Is se fue a su planta y Osi se quedó con Ada en la planta baja. En un momento que pudieron escaparse, se fueron al cuarto de descanso donde solían dar rienda suelta a su pasión y empezaron a desnudarse con la mala fortuna de no haber puesto el pestillo.
A los pocos minutos, alguien venía corriendo hacia la puerta y la abrió, descubriéndose todo el pastel.
—¡Doctora Valero! ¡¿Cómo se atreve a mancillar el nombre de este hospital de esa forma?!
Ada y Osi no sabían cómo taparse para que no los viera. Ada tenía todo el pelo enmarañado cubriéndole la cara y no sabía ni cómo la habría reconocido. Sería por el tono rubio claro, porque sus tetas no se las había enseñado a nadie más en el hospital. Lo que era obvio era que toda la furia iba dirigida contra Ada, ya que justamente la que abrió la puerta era la enfermera asirista con la que siempre discutía y a veces menospreciaba.
—¡Vístase ahora mismo que acaba de llegar un paciente de urgencia y está muy grave!
OSI: Estooo yoo.
—Usted quédese donde está, que la urgencia es de cardiología y ya lo están metiendo a quirófano. ¡Dese prisa! —le ordenó a Ada y cerró la puerta de golpe.
Pero Ada ya se había vestido y salió casi detrás de ella. Todo el renombre que se había ganado entre sus compañeros sentía que se desmoronaba a pedazos, en cuanto la enfermera se encargase de expandir el rumor. Cosa que estaba segura que haría.
ADA: No hace falta que te pongas de esa manera ni que me hables de usted —alcanzó a la enfermera que iba hacia quirófano también, mientras se hacía un moño para ponerse el gorro estéril de cirugía.
—Ahora ya sé por qué odia usted a Asir.
ADA: ¡Lo que yo haga en mi vida privada no tiene nada que ver con mi trabajo aquí! —trataba de justificarse.
—Su adjunto no ha llegado todavía —continuó hablando sin querer escucharla— y ahora mismo no hay nadie más disponible, así que tendrá que realizar una cirugía de urgencia.
ADA: ¡¿Yo?! ¡Pero si no tengo ni idea! ¡Tiene que haber algún adjunto, seguro!
—Han salido a desayunar. Fíjese si confían en usted que la han dejado sola —dijo contundentemente mientras entraba a quirófano.
Ada se ponía cada vez más histérica mientras le ponían la indumentaria para entrar a operar, pero sabía que no tenía alternativa. La confianza y la seguridad en sí misma que se había labrado durante todo ese tiempo la abandonaban por segundos. Se imaginaba que ese momento de tener que realizar una cirugía le pasaría tarde o temprano, pero creía que ocurriría de manera más relajada y con alguien que la instruyese. Una vez dentro de quirófano, le informó su amiga la enfermera del paciente.
—Varón de unos 40 años de edad.
—Se llama Israel. Israel Giménez —dijo otra enfermera que estaba mirando su cartera.
—Hemorragias internas profusas y algunas externas de menor gravedad. Ha venido por su propio pie sin querer declarar la causa, pero evidentemente ha sufrido algún tipo de traumatismo grave, por las heridas externas que presenta. Y no es reciente. Yo diría que ocurrió anoche. No sé cómo ha tardado tanto tiempo en venir…
Ada estaba muy nerviosa. Cuando de pronto vio la cara del paciente, aún cubierto en gran parte de sangre, lo supo reconocer al instante. Se quedó paralizada. Los ojos se le salían de las órbitas y se le estaba empezando a abrir la boca del asombro. El resto de personal de quirófano simplemente pensó que serían los nervios. Pero no, Ada dijo que nunca se olvidaría de ese rostro y cumplió con su palabra. El paciente que tenía sobre la mesa de quirófano era uno de los intransigentes que casi acaba con sus vidas en la casa de la montaña de David, hacía ya más medio año.
—¡Lo estamos perdiendo! ¡Haga algo! —la devolvió a la realidad la enfermera asirista, que no dejaba de juzgarla con la mirada.
Pero ella seguía inmersa en sus pensamientos, porque además de no saber qué hacer, no estaba dispuesta a salvarle la vida a un ser tan despreciable, que casi le arrebata la suya. Osi entró al quirófano con la vestimenta estéril y la enfermera le recriminó enseguida que no debería de estar allí, pero él veía que Ada necesitaba su ayuda. Aunque cuando vio al paciente y lo reconoció también, entendió la expresión de su novia.
OSI: Ada, mírame. ¡Mírame!
Ella estaba respirando profundamente para calmarse, pero no estaba dando resultado. Al insistirle Osi, lo miró.
OSI: Te comprendo. Entiendo por lo que debes de estar pasando, pero tienes que hacerlo. Es un paciente y debes de salvarle la vida.
Los demás que estaban en quirófano atendían a lo que decía el doctor, pero no dejaban de estar preocupados porque no se estaban tomando acciones. Ya habían pasado unos cinco minutos y todavía no habían hecho nada, cuando Ada se empezó a echar para atrás. Su cara cambió del asombro a la negación y al resentimiento.
ADA: No pienso hacer nada. No se lo merece.
Estaba convencida de que esa persona merecía morir y su conciencia le impedía salvarlo. No podía sanar a un individuo para que pudiese seguir haciendo el mal a su antojo. Así que salió por la puerta corriendo y se quitó la ropa desechable. Osi se quedó allí tratando de hacer algo por su vida, pero a los minutos de salir Ada del quirófano, el paciente falleció.
Al día siguiente, Ulises acababa de llegar de la firma de arquitectos donde hacía de becario y se metió directo en su cuarto. Él sabía que no tenía un buen sueldo, pero por lo menos estaba aprendiendo. Conforme estaban la situación con respecto al trabajo, se sentía privilegiado de poder, aunque sea, mantenerse por sí mismo. Volver a su casa con su madre era lo que menos le apetecía. Sobre todo después de probar las mieles de la independencia.
Desde que volvió a tomar la medicación había hecho vida normal, tal y como el doctor siempre le había dicho. Ya se estaba acostumbrando a esa sensación de control que le daban sus pastillas. Su rutina diaria consistía en ir a trabajar, ver series en su cuarto e ir al gimnasio de vez en cuando, ya que la retención de líquidos que le provocaba la medicación era complicada para mantenerse en forma. Ni siquiera en su época más loca se había relacionado casi con chicos, ahora que estaba más controlado, muchísimo menos. Es más, en toda su vida apenas había tenido un par de relaciones sexuales y tampoco estaba por la labor de tener más.
Dejando sus cosas sobre la cama, se dio cuenta de que por su ventana, que daba a un patio de luces, podía ver a su vecino el que le miraba en el ascensor. Se estaba cambiando de ropa y no se había dado cuenta de que Uli lo estaba mirando, pero a la distancia a la que estaban se veía todo. Cuando se hubo puesto el pijama, se percató de que Ulises le observaba, sonrió y desapareció de su vista. Ulises siguió mirando expectante y poco después volvió a la ventana con un folio escrito a modo de cartel, que lo pegó en la ventana para que lo viera. En el cartel se podía leer un saludo insinuante y un número de teléfono. A Uli se le cortó el rollo al ver que se había dado cuenta de que lo estaba mirando. El tema cartelitos le parecía algo muy directo y no se atrevió ni a contestar. Bajó la persiana para que no lo pudiera ver más.
Esa misma tarde se reunió la junta médica para tratar el incidente del día anterior y Osi estaba esperando fuera a que Ada saliese. Sin embargo, sabiendo lo que pasó y aun habiendo dado su versión de los hechos de que los nervios no la dejaron actuar, la enfermera asirista se había encargado de declarar que la doctora se había negado a atender al paciente porque “no se lo merecía”.
Osi tuvo suerte, ya que no era de su competencia salvar a ese paciente, aunque lo intentó. Gracias a una llamada de sus influyentes madres, miembros de la misma secta que los del hospital, le bastó para conservar su puesto sin consecuencias, ya que sólo había cometido el fallo de encubrir a su compañera. Ada no fue tan afortunada.
OSI: ¡¿Qué te despiden?! ¡Santa Ast! ¡Cuánto lo siento!
ADA: ¡Ni la nombres en mi presencia! ¡Te lo he dicho muchas veces! —se refirió a sus menciones constantes al Asirismo.
OSI: Perdona, cariño —se disculpó él, que sabía que no toleraba su fe religiosa—. ¿Habrá juicio o algo?
ADA: No. Han dicho que lo van a encubrir porque se armaría demasiado revuelo. No sería bueno para la reputación del hospital —hablaba con prepotencia por el hecho de haber perdido su puesto de trabajo—. Van a decir simplemente que llegó tarde y no se podía hacer nada por él.
OSI: Bueno, así será más fácil para ti encontrar otro curro.
ADA: No lo sé, Osi —seguía dolida por la decisión del hospital—. Estos rumores se esparcen súper deprisa… Ahora mismo no puedo ni pensar en conseguir otro trabajo.
Él la abrazó, pero ella no tenía ganas de que la consolaran y no le devolvió el abrazo.
ADA: Voy a ir a despedirme de los compañeros y de algunas enfermeras y luego me iré a casa.
OSI: De acuerdo. Ve y descansa —le dijo dándole un beso en la frente.
Después de despedirse de sus compañeros, acabó en el cuarto de las enfermeras, donde se despidió de Is también. Aunque la fuera a ver en casa de Osi ya no iba a trabajar más con ella. Allí estaba la enfermera que la había delatado. Ada no sabía si lo había hecho por su negación a tratar a un paciente o por el hecho de que al ser asirista le incomodara el haber descubierto que mantenía una relación heterosexual con Osi. Fuera lo que fuere, la enfermera con la que tanto discutía ni se despidió de ella, porque la rehuyó. Salió de la habitación con una mueca de satisfacción que le llenaba la cara y Ada la fulminó con la mirada llena de odio. Is vio este cruce de miradas y supo que sería ella con la que Ada había tenido esas discusiones, según le contó Osi. Cuando hubo terminado de despedirse se fue de allí al vestuario a cambiarse por última vez e Is que sería conveniente que alguien hablase con ella. La había visto muy soberbia charlando con algunos compañeros y no le parecía la actitud correcta. Lo que sucedía era que los demás no sabían lo que había pasado realmente.
IS: Sé que era uno de los que nos acosó en la casa de David. Me lo ha dicho Osi —reaccionó Ada sorprendida—. No te preocupes que no se lo diré a nadie. Me contó la verdadera versión de los hechos ayer conforme pasó. Estaba muy nervioso, tienes que entenderlo. Y no sabía que luego fueran a dar otra versión oficial…
ADA: No pasa nada. Es lo que pasó —dijo sin remordimientos.
IS: ¿Te arrepientes de lo que ha pasado?
ADA: ¿A qué te refieres?
IS: Ada, has dejado morir a un hombre deliberadamente —la miraba juiciosa con sus profundos ojos verdes—. ¡Has roto tu juramento hipocrático! ¿Eres consciente de eso?
ADA: No me vengas tú también con esas. ¡Sabes quién era ese tipo! ¡Tú estuviste allí! ¡Nos pudo haber matado a todos y Uli casi muere! ¡Esta persona no merecía vivir!
IS: ¡Pero es que eso no te toca decidirlo a ti! ¡Eso lo hubiera decidido un juez si hubiera sobrevivido! A lo mejor hasta hubiera ido a la cárcel…
ADA: Puede ser…
IS: Tu trabajo es salvar vidas, y hoy no lo has hecho. Perdona que sea tan clara contigo y sé que tampoco tengo mucha confianza como para comentártelo, pero por lo que he visto de tu relación con tus amigos, no sé si alguien se atrevería a decírtelo. Yo, personalmente, no he visto correcta tu actuación.
Ada se sintió contrariada por primera vez desde el día anterior. En el momento que ocurrió todo tuvo sus dudas, pero después apechugó con ello y no se sentía arrepentida porque creía que había sido fiel a sus principios. No se había parado a pensar en las consecuencias humanas que habían desatado sus acciones. Pero las sinceras palabras de Is estaban haciendo mella en su muro que separaba lo que creía correcto de lo incorrecto. Ese punto de vista que hasta ahora nadie le había mostrado le había empezado a abrir los ojos, pero era demasiado orgullosa para admitirlo delante de nadie. Ni siquiera para ella misma. Por lo cual, aplastó ese sentimiento de culpa que estaba aflorando y siguió escuchando estoica la regañina de Is.
IS: Con lo que acabas de hacer estás siendo igual de intolerante que lo fue esa persona al venir a por nosotros, sólo por pensar que éramos heteros. No estuvo bien que nos atacara y que tratara de matarnos porque en su mente no hay lugar para nosotros, pero tampoco ha estado bien que perdiese su vida por lo que tú piensas. No puedes imponer tus ideologías a alguien. Tienes que dejar a los demás vivir su vida, porque no todos podemos pensar igual…
A Ada todo este discurso le estaba recordando a todas las veces que había tratado de disuadir a Osi de que expresara su religiosidad. O incluso, el mero hecho de que creyera en la existencia de Asir. ¿Tan equivocada había estado siempre de imponer su forma de pensar? Ella, que creía que poseía la verdad absoluta del universo, pero a la vez era igual de intolerante con las personas que pensaban diferente a ella. Exactamente lo mismo que hacía la gente a la que despreciaba.
Ulises llegaba a casa de hacer prácticas y subió al ascensor, pero al igual que sucede en las películas, el vecino que le había puesto un cartel el otro día entró corriendo al portal, paró la puerta desde fuera y se metió en el ascensor. Uli no se podía sentir más incómodo, ya que después de ponerle su teléfono lo había ignorado. Creía que era hetero y le gustaba evitarle sus miradas curiosas, pensando que no pasaría de eso. Pero el vecino dio un paso más al ponerle su número de teléfono en un folio y pegarlo en su ventana.
—Hola… vecino. Qué casualidad encontrarnos por aquí —le dijo insinuante.
ULISES: No es casualidad. Somos vecinos. Es normal que coincidamos de vez en cuando —rompió él la atmósfera con su brutal sinceridad y al darse cuenta que había sido muy seco, sonrió educadamente.
—Ya, es verdad… Oye… ¿Viste el cartel que te puse el otro día?
ULISES: Sí, sí lo vi.
—Ah, como cerraste enseguida la persiana no creo que te diera tiempo de apuntar el número. Si quieres te lo doy.
ULISES: No, gracias. No estoy interesado —decía mirando hacia otro lado inquieto.
—¿Cómo que no? Si te vi mirándome desde tu casa. Y también se nota la tensión que hay cuando nos vemos por aquí…
ULISES: Lo siento. Creo que has leído mal las señales. Hasta luego.
El ascensor llegó a su piso y Uli se bajó con esa tajante despedida, dejando al otro chico desconcertado. Aunque ya con las cosas claras en cuanto a sus intenciones de volver a acercarse a su vecino.
Ulises entró en casa y se sintió aliviado de haber salido de aquella embarazosa situación. Por un lado sabía que en realidad sí le atraía esa persona, pero por otro era como si se hubiera quitado un peso de encima al sortearlo. No comprendía cómo alguien que le parecía interesante al principio había perdido su atractivo por el simple hecho de mostrar interés en él.
Ada llegó a su casa al final del día y allí estaba Luis. Ya le había contado por teléfono lo que había pasado, pero aún no la había visto en persona. Lo primero que hizo fue recibirla con un abrazo y ahora ella sí se sentía predispuesta a recibirlo.
ADA: Me acaba de dar una charla Is…
LUIS: ¿Y eso? Qué pedorra la tía esa —se puso farruco sin ni siquiera dejarle acabar—. A ver si tengo que ir y explicarle cuatro cosas.
ADA: Ais, no. Qué va. Tenía razón. Dice que me lo quería decir porque mis amigos no se atreverían a contradecirme. ¿Te lo puedes creer?
LUIS: Vaya, sí que tenía razón, sí…
ADA: ¡Nena! —le gritó dándole un palmada en el hombro y luego se quedó parada—. ¿De verdad soy tan así? Al final va a resultar que la pedorra soy yo…
LUIS: No es eso. Es que tú a veces te pones muy cabezota.
ADA: ¡Puñetera enfermera beata! ¡Todo es por su culpa y la dichosa religión!
Luis la miró incrédulo y ella recapacitó.
ADA: Bueno, ella me delató, pero yo he tenido la culpa… No tenía que haber dicho delante de todo el mundo que no merecía vivir. A la próxima tendré más cuidado. Si es que hay próxima…
LUIS: Bueno, cari, tú ahora a mirar hacia el futuro. Lo primero es encontrar otro trabajo.
ADA: Sí, eso haré… Y hablando de futuro, ¿cómo está la cosa con Jaime?
LUIS: Pues… mejor. Ya parece que no tiene tantas urgencias de esas de salir corriendo. Aunque ayer se fue por la noche y esta mañana ha vuelto muy raro. Estaba un poco triste o como si le estuviera dando vueltas a algo. Me dijo que se le murió un perro en quirófano, así que supongo que sería eso.
ADA: Pobrecito.
LUIS: Sí… Lo que me extrañó un poco era que llevara algunos cortes y moratones en los brazos. Según él fue un gato, pero no parecía un arañazo de gato. Era como si se hubiera dado algún golpe contra algo…
ADA: Tú verás lo que crees de un heterófobo.
Luis parpadeó rápido haciéndole burla y ella se fue hacia su habitación sonriendo.
Ada se acostó en su cama y cerró los ojos, pero pasaban los minutos y las horas y no conciliaba el sueño. Algo no la dejaba dormir. Se excusó a sí misma que sería por el día tan duro que acababa de tener. Pero muy en el fondo de su conciencia, sabía que algo se había despertado y que al final, terminaría por salir. Al igual que un hetero tiene que salir del armario tarde o temprano como lo hizo ella, si no quería explotar dentro de su cabeza. Pero ese día llegaría más tarde que temprano, si ella podía impedirlo.
Próximo episodio: lunes, 5 de diciembre de 2011 a las 21:00.