Priviuslí, en El mundo al revés: Las madres de Osi le contaron que de
jóvenes tomaban drogas y que por culpa de eso se incendió su casa. Según ellas
los Discípulos de Asir les dijeron que no sería un buen hogar para los niños y
por eso tuvieron que dar en adopción a Is, porque consiguieron convencerlos
para quedarse con Osi. Además, en una conversación entre ellas dijeron que
nunca debieron de separar a sus tres hijos, mandándole Epifanía (la que tiene
quemaduras por todo el cuerpo) a Soledad (la que siempre lleva un collar con
una mano blanca y se lo toca cuando se preocupa) que al demonio ni lo nombrase.
Los DA vigilan a Osi día y noche para que no lo rapten los Siervos de
Suty. Pero Noé, al recibir financiación completa de los DA para sus terroristas
(en vez de solamente de las madres de Osi como ocurría antes) y estar ganando
cada vez más poder dentro de la secta al entrar a formar parte del Consejo, ha
decidido quitarle la protección, porque además no tiene pruebas de que haya
mostrado sus poderes. Noé y los terroristas llevan buscando las instalaciones
de sus enemigos los SS desde que explosionaron las anteriores, pero no tienen
ninguna pista de dónde estarán.
En este mundo, y como norma general, las personas eligen a una del sexo
opuesto para que les ayude a tener hijos, normalmente sus mejores amigos o
personas más cercanas. El hombre elegido para procrear se llama “simiente” y la
mujer, “matriz”. Los DA tienen un programa de reproducción diferente.
En África, el padre Genaro le contó a Ada que hacer de misionero allí
era su castigo, pero no dijo el motivo.
Pascual estuvo en un sitio un tanto extraño y muy luminoso justo
después de inyectarse heroína, donde una misteriosa mujer de blanco le
interrogó sobre su pasado.
Una mujer joven iba al volante,
cargada de maletas y trastos en el maletero y parte del asiento trasero. Volvía
de veranear cerca de la pinada y la playa del Saler, Valencia, como todos los
años, y había una caravana interminable hasta Madrid. Había decidido levantarse
a una hora a la que ni había salido el sol para evitar todo aquello, pero no
debió de ser la única que se le ocurriera la idea. El calor húmedo mediterráneo
era asfixiante incluso por la noche y llevaba la ventanilla abierta y la radio
puesta, para amenizar lo lenta que era la marcha.
—Echaremos de menos ese olor a
pino todos los días al despertarnos, ¿verdad, cielo? —le preguntó a su hijo, un
niño pelirrojo de unos dos años que iba sentado en el asiento de detrás.
—Siii. Vamos a volver. ¡Y nos
quedamos para siempre!
—No puede ser —suspiró—. La mamá
tiene que trabajar —se atusaba acalorada su melena castaña y larga, que le caía
arremolinada por la espalda.
Después de pasarse la madrugada
conduciendo llegó de buena mañana a su residencia habitual madrileña, en una
adinerada urbanización de casas, cada una con su amplio jardín. Miro a ambos
lados y al no ver a nadie, sacó al niño del coche y rápidamente lo metió en
casa, bajó al sótano y lo encerró allí. El pecotoso pequeño vio cómo su madre
le cerraba la trampilla que accedía al piso de arriba, y como si supiera que
era lo que iba a hacer, no protestó en absoluto.
El ruido que hizo al cerrar la
trampilla coincidió con el sonoro timbre de la casa. Y abrió la puerta sin
preguntar.
—No puedo vivir sin ti —apareció
un hombre de aspecto desesperado—. No quiero a mi marido, ¡te quiero a ti!
—Sssssssh —le mandó callar y miró
hacia fuera para ver si los había visto alguien—. ¡Lo nuestro no puede ser,
Claudio! Bastantes problemas tengo ya y bastante hicimos hace tres años para
que no nos pillaran—le dijo en voz baja, tratando de deshacerse de él y
cerrándole la puerta.
—Nunca pudimos hablar entonces —evitó
que la cerrara poniendo el pie— y luego desapareciste del mapa otro año. No he
dejado de pensar en ti…
—Vete, por favor —le mandó,
visiblemente afectada—. ¡No quiero saber nada más de ti! Y ahora en misa, haz
el favor de actuar normal —empujándole el pie consiguió cerrar la puerta. Se
apoyó sobre ella y se quitó con las manos las lágrimas que estaban a punto de
caerle por las mejillas, mientras oía cómo sus pisadas se alejaban.
La primera misa de bienvenida
después del verano transcurrió con normalidad. Se alegró de llegar a tiempo. No
quería perderse el discurso del padre Genaro, una joven promesa del Asirismo y
de la congregación de los Discípulos de Asir, a la que asistía rigurosamente.
—Tengo que hablar contigo,
querida —le dijo sonriente el padre, que tenía unas cejas muy pobladas y unas enormes
gafas de pasta de cristales ambarinos. Ella miró de reojo a Claudio, que había
asistido al servicio con su marido y estaba en la salida de la congregación,
como el resto de gente—. Por lo del programa de reproducción. Ya tienes
veinticinco años. Sabes que es muy importante y que —bajó el tono de voz de
repente— casi no nacen niños con poderes ya.
—Lo sé, lo sé —volvió a mirar a
Claudio y se encontró con su mirada, por lo que la apartó de inmediato—. En
cuanto me case…
—Tu primer hijo sabes que es tuyo.
Pero el segundo lo decidiremos nosotros.
—¿Y adónde lo mandarían?
—Pues sería para alguna madre de
la congregación con problemas de fertilidad, de cualquier parte de España o
incluso del mundo. O serías la matriz para un matrimonio masculino, claro.
—Eso de separar a los hijos, ¿no
lo haréis por lo de la supuesta profecía, verdad? —quiso saber, incrédula.
—Toda medida es poca, querida.
Por si acaso. ¡Ah! —se giró cuando vio salir del templo a una mujer rubia con
el pelo largo—, aquí está la chica que te quería presentar —le guiñó un ojo sin
que lo viera la otra—. Se llama Epifanía.
—Mucho gusto —le dio la mano
educadamente—. Yo me llamo Soledad —miró de nuevo a Claudio.
—Vaya, qué ojos más bonitos
tienes —le besó la mano en vez de dársela.
—Gracias. Son marrones como los
de todo el mundo —al ver que Claudio la miraba receloso, coqueteó un poco con
ella.
Osi volvía de trabajar en el
hospital a una hora inmunda. Era el mes de mayo y todavía refrescaba un poco
por la noche. Al pasar por un callejón, un hombre encapuchado de negro salió de
la nada, le puso un trapo en la boca y nariz mientras otro lo sujetaba por
detrás y antes de perder el conocimiento, le pusieron una capucha en la cabeza.
Al despertar todo le parecía borroso, pero era obvio que lo habían llevado a
otra parte. Se encontraba desorientado, pero lo único que sus sentidos
identificaban en ese momento era un agradable aroma a pino natural.
Soledad llegaba con Epifanía de
la mano a su casa y abrió la puerta de entrada, dándole la bienvenida, ya que
en un año que llevaban saliendo todavía no había tenido la ocasión de entrar
nunca.
—¡Vaya casa más grande y bonita
te dejaron tus padres! ¡Y qué preciosidad toda la decoración egipcia del salón!
—¿Te gusta? —preguntó modesta
Soledad—. Es que soy una apasionada de la cultura egipcia.
¡Clacs! Un ruido estrepitoso se oyó procedente de debajo de la casa.
—¿Tienes piso de abajo?
Soledad puso cara de póker y
Epifanía echó una ojeada al suelo. Cuando vio una alfombra la destapó y vio la
trampilla que accedía al sótano. Al abrirla ante la expresión de pánico de su
novia, vio a un niño pelirrojo que la miraba desde abajo.
—¿Y este pequeño demonio quién
es? —inquirió furiosa.
Soledad le contó su historia y
por qué tenía a su hijo escondido de esa manera.
—No puedo decir que me haga ni
pizca de gracia —la miró con desprecio y luego miró al pequeño, que por una vez
lo había sacado del sótano. Luego se apiadó y la besó—. No te preocupes,
cariño. No se lo voy a contar a nadie —aseguró dolida.
—Bueno, ¿y qué era eso tan
importante que me querías decir cuando llegásemos a mi casa?
—Nada, nada.
Soledad fue a coger a su hijo,
que estaba revoloteando por la casa, un espacio que nunca pisaba. Epifanía se
sacó del bolsillo una cajita que contenía un anillo de compromiso, pero lo
volvió a guardar. Soledad volvió con el revoltoso niño en brazos.
—Te presento a Set.
Lo primero de lo que se percató
Osi al recobrar la conciencia fue notar que estaba atado y sentado en una
silla. Y lo primero que vio cuando le quitaron la capucha fueron unos pies que
llevaban unas chanclas de tiras de velcro. Al levantar la cabeza, el dueño de
aquellos pies más blancos que la nieve era un hombre de unos treinta y pocos
años que estaba de pie enfrente de él. Tenía la cara llena de pecas, y también
las partes de las manos y brazos que llevaba al descubierto. Pero sin duda lo
que llamaba la atención era su intenso color naranja de pelo, que además lo
llevaba largo, por debajo del mentón, y rizado. Tenía una presencia y un aura
de seguridad, que si no fuera por su forma de vestir, le hubiera impuesto más
respeto todavía. Con unos pantalones anchos de tela multicolor y una camisa de
lino que se abrochada solo por arriba con un cordón, lo miraba a través de unos
ojos verdes intensos.
—Soy Set. Y soy tu hermano.
OSI: ¿Perdona? —preguntó aún algo
aturdido.
—Ese lunar tuyo en la nariz te
hace inconfundible, Osiris.
OSI: ¿Cómo me has llamado? ¡Nadie
sabe que me llamo así!
—También sé lo de nuestra hermana
Isis. Somos hermanos los tres.
OSI: ¿Isis? Dirás Is. ¡Santa Ast!
¿De dónde has sacado esta información? No me creo nada. ¡Tú no eres mi hermano!
—Tienes que creértelo, porque es
verdad.
OSI: ¿Y si soy tu hermano por qué
me tienes aquí atado? —giró la cabeza y forcejeó por soltarse.
—Soy el líder de los Seguidores
de Suty —hizo caso omiso a su pregunta.
OSI: ¿Seguidores? ¡Dirás los
SIERVOS de Suty! Por Asir y por Ast —lo miraba aterrorizado como si fuera el
mismísimo Suty en persona.
Set rio burlón.
—¿Es necesario que esté el
demonio correteando por aquí?
—Es un niño de cuatro años, Epi.
No puede estar todo el día encerrado en el sótano. Y desde que te enteraste
hace ya un año… Me viene muy bien poder sacarlo de allí.
—Es que esta noche es la
Renovación y no creo que a nuestro señor Asir le guste que tengamos por aquí a
este crío nacido de una unión heterosexual —dijo, desdeñosa.
—¡No digas tonterías, Epifanía! Has
estado fingiendo que estabas de acuerdo con esta situación, pero ¿por qué no
eres sincera de una vez y admites que odias a mi hijo?
—¡Eso no es tu hijo! —chilló
señalándolo, y el crío se quedó quieto—. ¡¡Es una abominación!!
El grito dejó a Soledad incapaz
de reaccionar por unos segundos.
—Vete de aquí —le mandó a
Epifanía con más pesadumbre que ira.
—Pero…
—¡Lárgate!
Soledad cerró la puerta con fuerza y se echó
las manos a la cabeza, para seguidamente, coger el teléfono fijo y hacer una
llamada.
—¿Claudio? … Sí, soy yo. ¿Estás
solo en casa?... Voy para allá.
Cogió a Set, lo encerró en el
sótano y salió corriendo a la calle.
Al cabo de una hora, Epifanía
había vuelto a la casa y parecía arrepentida.
—¿Sole? —tocaba a la puerta—.
Siento mucho lo de antes. Sabes que esta noche es la Renovación y quiero
pasarla contigo. ¿Soledad? ¡Soledad! ¡Abre! —tocaba al timbre y aporreaba la
puerta.
Al ver que no contestaba le
cambió la cara. Vio que una ventana estaba abierta y se coló dentro. Fue
derecha a abrir la trampilla del sótano y bajó. Set estaba durmiendo en su cama
apaciblemente y ella se acercó sin hacer ruido. Cogió una almohada y le tapó la
cara. El niño se despertó y se puso a llorar y a resistirse.
—Vas a morir, demonio. Ve con
Suty.
Epifanía apretaba fuerte para
asfixiarlo y cuando los gritos de Set fueron más altos, partes de la habitación
se prendieron espontáneamente y ardieron con rapidez. Al notar tanto calor se
dio la vuelta y vio que ella misma estaba envuelta en llamas. El niño se libró
de la almohada y respiró hondo. Luego se quedó maravillado de contemplar el
espectáculo.
—¡Fuego! —sonrió al ver la
habitación quemándose.
Al levantarse de la cama la
empujó, tirándola al suelo. Salió corriendo y la dejó en el sótano encerrada.
Epifanía se revolcaba entre gritos de dolor, tratando de sofocar el fuego que
la cubría entera, y se tapó la cara y las manos con la ropa que no estaba en
llamas.
Un coche llegaba en esos momentos
y al alertarse por el humo, Soledad salió corriendo del asiento del copiloto. Claudio
salió de la otra puerta y fue detrás de ella. En cuanto entró Soledad a la
casa, lo primero que hizo fue dirigirse al sótano, pero había demasiado humo y
era complicado de ver. Claudio entró a la casa y vio a Set que corría hacia la
puerta.
—¿Tú quién eres? ¿Qué haces aquí?
—¡Quiero ir con mi mamá! —lo
abrazó y el hombre lo sacó de la casa en brazos.
Soledad subía a Epifanía por las
escaleras y al verla Claudio corrió a ayudarla. Al tumbarla sobre el césped del
jardín vieron que tenía quemaduras muy serias por todo el cuerpo, excepto en la
cara y manos.
—Llama a una ambulancia, aún
respira —le dijo Claudio, tomándole el pulso—. Y a los bomberos.
—¡Mamá! —dijo Set abrazándose a
ella.
—¡Ven aquí cariño! Estaba tan
preocupada por ti —lo cogió y lo besó por todas partes—. ¿Qué ha pasado?
—¿Ha dicho mamá? ¿Desde cuándo
tienes tú un hijo? —al pronunciar estas palabras se calló un momento, y al
suponer que el niño tendría unos cuatro años miró de forma inquisitiva a
Soledad.
Ella corrió dentro de casa con un
pañuelo en la cara, llamó a los bomberos y a la ambulancia desde la cocina,
donde no había tanto humo, y a continuación salió corriendo con un álbum de
fotos en las manos.
—¿Qué? —le dijo a Claudio, que
seguía mirándola esperando una respuesta—. No voy a perder los recuerdos de
toda mi vida y la de mis padres. Ah, que no te referías a eso… Sí, eres el
padre. ¿Contento?
—Vámonos de aquí —se levantó él y
cogió al niño de la mano.
—¿Pero qué dices? —se empezaba a
oír la sirena de los bomberos acercándose y las llamas ya salían hasta del piso
de arriba.
—Escapémonos antes de que venga
nadie y lo vean—le dijo seriamente—. Sabes cómo son los de la congregación. No
te van a perdonar esto. Yo cuidaré de ti. Y de nuestro hijo.
Set se abrazó a su madre, que
miraba llena de dudas a Claudio, mientras Epifanía contemplaba la escena
malherida desde el suelo y escapándosele una lágrima.
OSI: Demuestra que eres mi
hermano —le dijo mirándolo a los ojos, ya que las manos las tenía atadas detrás
de la silla.
—¿Te acuerdas cuando veraneabais
en la playa del Saler? —se sacó una foto del bolsillo y se la enseñó.
Se podía ver claramente una joven
Soledad dentro del apartamento donde solía ir con ella cuando era pequeño. Pero
por la decoración y la juventud de su madre parecía anterior a eso. Y además, en
la foto salía con un niño pelirrojo.
—Si no llega a ser porque Soledad
salvara estas fotos del incendio, no la tendría yo ahora. Se la quité un día,
después de muchos años. Yo también tengo derecho a tener recuerdos, aunque
ahora sepan amargos —se la volvió a guardar, muy agrio.
OSI: Yo no me acuerdo de ti ni mi
madre te ha mencionado nunca.
—Como a Isis, ¿no? Creo saber que
tampoco sabías de su existencia… Y esta foto —la volvió a sacar y la señaló con
el dedo índice— fue antes de que tú y ella nacierais —se la guardó en el
bolsillo otra vez.
OSI: Eso no prueba nada —dijo
incrédulo—. Mi madre podría haber sido amiga de la tuya o cualquier cosa.
—Muy bien —sonrió—. ¿Y qué me
dices de la “Profecía nunca escrita”? ¿Tampoco has oído hablar de ella entre
los amigos de tu secta?
—Enhorabuena por tu embarazo—le
dijo una mujer que iba por el pasillo del hospital La Caridad —. Veo que el
programa de reproducción te ha hecho efecto.
—Sí, sí —sonrió diplomáticamente—,
si tú supieras —la mujer quedó desconcertada y ella la despachó enseguida—. Te
veo el domingo en misa.
—Oye, y una pena lo de Claudio.
Con lo feliz que parecía con su marido, no me imagino por qué se quitaría la
vida. ¡Pobre hombre!
Ella siguió andando y al notarse
emocionada se concentró para no derramar ni una lágrima. Al acercarse a la
habitación de Epifanía vio a través de la puerta entreabierta al cura, Genaro,
que estaba hablando acaloradamente con ella.
—Eso que has mandado a hacer a
otra persona porque yo me negué ya no es solo inmoral, sino un crimen —le
gritaba a Epifanía, que estaba tumbada en la camilla—. Vas a ir derecha al
Infierno cuando mueras y arderás con Suty.
—Yo ya he ardido. Y he
sobrevivido —se incorporó un poco—. Y tú vas a ir a propagar nuestra fe al culo
del mundo. Ya me ocuparé yo de que así sea —le dijo amenazante.
El joven cura asirista salió de
la habitación y se cruzó con Soledad, con la que tenía muy buena relación, pero
no le sonrió como solía hacer, y casi ni la saluda.
—¿De qué iba todo eso, Epi? —preguntó
Soledad en cuanto entró.
Epifanía llevaba una bata de
hospital y se veía como los brazos ya habían cicatrizado, dejando unas visibles
marcas.
—No te voy a mentir. Le dije que
se encargara de Claudio y no quiso —dijo, impasible.
—¿Cómo que encargarse? —cogió
aire consternada—. ¿Me estás diciendo que tú eres la responsable de la muerte
de Claudio?
—De tu vomitiva relación amorosa
con él no dije nada. Puedes estar tranquila y agradecida. Del hijo que estás
preñada por lo que a todo el mundo consta, es resultado del programa de
reproducción, y no de ese fabricaniños.
—¿Cómo has podido?
Epifanía se incorporó muy seria y
no parecía nada arrepentida.
—Sabes —siguió hablando Soledad—,
me dabas pena por lo que te pasó en mi casa, pero ya nunca más. Me siento
traicionada. ¡No pienso volver contigo nunca! ¡Y me voy a llevar a mis hijos de
aquí! A Set y a los mellizos que llevo dentro.
A Epifanía le cambió la expresión
como si le hubieran disparado en el estómago.
—¿Has dicho MELLIZOS?
—Así es, Osi. La Profecía nunca escrita,
que se ha transmitido de generación en generación y dice que un día llegarían
tres hermanos, dos mellizos y un tercero mayor que ellos, que reinstaurarían el
orden.
OSI: ¿Qué orden? ¿De qué hablas?
—Haces muchas preguntas —se cruzó
de brazos—. Quédate con nosotros y te daré todas las respuestas que necesites.
Como esto.
Set estiró el brazo, y como si
tuviera un lanzallamas, de la palma de su mano salió una llamarada que apuntó
hacia el suelo, incendiándose la alfombra que había. Dos hombres que
custodiaban la puerta se fueron corriendo a buscar algo con qué apagarlo y Osi
se tiró al suelo del susto. No daba crédito a lo que estaba viendo.
OSI: ¡Esos son poderes
demoníacos! ¡Por Asir, mi señor! ¡Sálvame! —se acercó al fuego arrastrándose
para tratar de quemar las cuerdas de las manos y soltarse, pero de la caída y
de la fricción ya se estaban soltando.
—Tú también tienes dones.
OSI: ¡Pero no como los tuyos! No
me extraña que adoréis a Suty. ¡Debes de ser su personificación! Tenían razón
los DA de todo lo que decían de vosotros. ¡Sois malos! —se soltó finalmente de
las cuerdas y pasó corriendo por delante de Set, sin que impidiera que
escapase.
—Si algún día cambias de opinión
y quieres encontrarme: sigue los caminos de madera.
Osi se paró al ver que no lo
seguía.
OSI: Si quieres que te encuentre
por qué no te dejas de enigmas y me dices claramente dónde estamos.
—Ellos tienen sus métodos para
sacar información. Ya lo verás.
OSI: ¿Qué ellos?
—Los DA.
Conforme se giró para seguir
corriendo, varias personas lo cogieron por detrás y le pusieron otra vez un
paño sobre la nariz y boca.
—Ya volverá cuando esté preparado
—decía Set a sus lacayos—. Si lo forzamos nos aborrecerá y no querrá estar con
nosotros. Tiene que venir por voluntad propia…
Fueron las últimas palabras que
recuerda Osi antes de que todo se volviera negro.
—Ábreme, Soledad —decía Epifanía,
aporreando la puerta.
—Me gustaría saber quién te ha
dado mi nueva dirección —dijo desde el otro lado de la puerta—. ¡Déjame en paz!
—Pero yo te quiero —parecía
afectada de verdad—. No quiero que te vayas. Quiero casarme contigo, por favor.
—¡Vete de aquí!
A Epifanía le cambió el humor al
ver que sus súplicas no daban resultado y pasó de estar rogando a amenazar
directamente.
—No me gustaría tener que
delatarte…
Soledad abrió la puerta y la
invitó a pasar. Epi llevaba manga larga y pantalones largos para taparse las
quemaduras, a pesar de que hacía un caluroso día de finales de verano en
Madrid. En el interior del piso nuevo de Soledad, estaba todo ya en cajas
porque estaba preparando la mudanza.
—Dime qué quieres —le dijo
Soledad, que tenía una barriga bien abultada para estar de seis meses.
—Tienes que dar al demonio en
adopción para que no se cumpla la Profecía nunca escrita ni se sepa nunca que
has tenido tres hijos. Aún estás a tiempo. Nadie se enteró de lo del niño
incluso después del incendio. Y si se separan los hermanos, no se conocerán
nunca y por lo tanto, nunca se cumplirá la profecía.
—Está bien. Nunca había ocurrido
antes. Lo del fuego que dices que pasó con Set. Y sé que es extremadamente raro
lo del poder del fuego en nuestro linaje. Pero es que esa estúpida profecía no
tiene por qué ser cierta. ¡Es un cuento de abuelas!
—Escúchame —le cogió de las manos
con dureza—. Es lo mejor para todos. Si te vas, tú y tus hijos seréis siempre
unos fugitivos. Porque si te vas, seguro que los DA se enteran de tu historia —le
apretó las manos.
—Déjame —trató de soltarse, pero
ella apretó más fuerte.
—Mírame a la cara —Soledad giró
la cara, pero al final se rindió y la miró—. Si no estás con nosotros, estás
contra nosotros.
Osi despertó en el mismo sitio de
donde se lo habían llevado encapuchado. Libre. Pero aún aturdido. Lo primero
que pensó fue en ir a la congregación de Valencia de los DA para informar de lo
que le había pasado. No estaba lejos, pero al acelerar el paso se notaba débil
y se le iba la cabeza. Llegando al lugar donde solía ir los domingos con sus
madres, que estaba un poco aislado al borde de una pendiente que bajaba una
especie de torrente seco, le pareció oír que alguien lo seguía. Giró la cabeza
y le dio un mareo. Al volver a mirar hacia delante se encontró de cara con Noé
y una niña pequeña.
NOÉ: Has hecho muy bien de cebo, señor.
Y ahora vamos a saber dónde se encuentran nuestros amigos de los Siervos de
Suty.
OSI: ¿Pero cómo…?
NOÉ: No hubiera sido prudente si
te hubiéramos seguido. Parece que los Siervos han incrementado sus medidas de
seguridad desde nuestro último golpe —la niña permanecía completamente inmóvil
a su lado hasta que le dio un empujón hacia delante—. Vamos, pregúntale si sabe
dónde están las instalaciones de los SS.
La niña hizo la pregunta y Osi no
sabía por qué seguía allí de pie, pero con lo indispuesto que se encontraba,
sabía que si echaba a correr lo alcanzaría fácilmente.
OSI: No te tengo por qué decir
nada a ti.
NOÉ: ¡Pero, inútil! —le dio un
golpe en la cabeza a Leocadia—. ¡Esto ya lo tenías ensayado! ¡Vuelve a
preguntar!
Y al formular de nuevo la
pregunta, Osi notó que perdía el control sobre sí mismo cuando se sorprendió
diciendo que no. Pero luego recordó las palabras de Set: “ellos tienen sus
métodos para sacar información”.
NOÉ: ¡Cómo puede ser si acabas de
estar allí! No eres más que una decepción continua y un desecho humano. ¡Reproductor
de mierda! Vas a ir al Infierno cuando mueras en el fondo de ese barranco —diciendo
esto le empujó con todas sus fuerzas hacia la pendiente y Osi cayó rodando.
—Empuja un poco más, que ya está
casi la niña —animaba la matrona en la sala de partos—. Enseguida te traemos al
niño para que lo veas.
—Uuuuuuhhhh —gritaba de dolor
Soledad, agarrando con fuerza la mano de Epifanía, que estaba a su lado—.
Osiris. El niño se llama Osiris.
—¡Empuja un poco más que ya casi
la tenemos!
—Uuuuaaaaaahhh —dio un último
empujón y reflejó el dolor a conciencia en la mano de Epifanía, que nada más salir
del todo la niña se la soltó rápidamente.
Pero al ser la segunda en nacer, no
se la pusieron en el pecho antes de cortar el cordón umbilical. Lo cortaron y
se la llevaron.
—¡Isis! Llamadla Isis, por favor.
A quien sea que se la deis —la enfermera asintió mirándola desde el pasillo y
siguió alejándose.
—Cariño, sabes que el programa de
reproducción manda dar el segundo hijo. No tenemos opción —le recordó Epifanía,
retirándole el pelo de la frente y acariciándoselo—. El niño nació antes y como
creen que es nuestro primer hijo nos lo quedamos, pero del demonio nadie sabe
nada —le murmuró al oído.
—Ya lo sé —respondió secamente y
sudorosa todavía—. Y nadie ha dicho que vaya a ser tu hijo.
—Ssssh, ea ea ea —le besó en la
frente.
Una luz cegadora le impedía ver
con claridad a Osi. Se tapaba con la mano, pero era tan penetrante que parecía
que se la atravesara. Todo se veía blanco a su alrededor, como si estuviera en
una habitación sin paredes. La quietud y el silencio lo envolvían, pero una voz
femenina le sorprendió por detrás.
—Osiris.
Al girarse vio a una mujer mayor,
con una melena larga y castaña, pero ya teñida de canas abundantes. Llevaba un
vestido blanco que hasta parecía ceremonial, y su rostro y su expresión le
recordaban paradójicamente a una versión envejecida de su hermana Is.
—Osiris, querido. No lo dudes. Tú
desciendes de nosotros. Desciendes de Asir.
OSI: ¿Quién eres tú? ¿Dónde
estoy? —preguntó completamente desbordado y desorientado.
—Estás en el Entremundo —contestó
después de sonreírle cálidamente.
OSI: ¿Entrequé?
—Eso del Cielo y el Infierno… De
lo que yo te puedo hablar es del Supramundo y del Inframundo. Y si no cambias
de actitud, cuando mueras vendrás aquí, al Entremundo.
OSI: ¿Estoy muerto? ¡Por Asir!
La mujer hizo un gesto con la mano
y Osi ya no pudo hablar más.
—Asir está en el Inframundo, Suty
en el Supramundo y yo aquí. Nosotros no juzgamos adónde va cada uno al morir, solo
os recibimos y ayudamos en esa elección, si tenemos que hacerlo. Para eso aquí
somos omnipresentes.
Osi la miraba aterrorizado sin
poder despegar los labios.
—Solo quería que lo supieras,
hijo mío. No vas por el buen camino…
Sin llegar a terminar la frase,
Osi se sintió arrastrado hacia detrás a toda velocidad, como si hubiera salido
volando atraído por la fuerza de un tornado.
—Osi. Osi guapo —le decía
Epifanía jugando con el sonajero.
—Se llama Osiris.
—Ese es un nombre muy ridículo,
Sole. Osi puede ser menos objeto de burla.
—¡Es el dios egipcio de la
resurrección y de veneración al río Nilo!
—Bah —se burló haciendo
pedorretas y cogiendo al bebé.
—Desde luego… Desde que nos
casamos te crees con más poder o algo.
—Vamos, ¿no me digas que aún
estás dándole vueltas a lo del demonio? Han pasado meses ya.
—No sé si teníamos que haberlo
dado en adopción —dijo visiblemente consternada Soledad—. Y encima de
extranjis, para que no se enterara nadie que es mi hijo.
—Ven aquí —puso al niño en la
cuna otra vez y se sacó un paquete de joyería del bolsillo—. Te he comprado una
cosa.
Al sacarlo del paquete vio que
era una cadena de la que colgaba una pequeña mano blanca, símbolo del Asirismo.
—Es para que te acuerdes de tu
promesa de matrimonio —se acercó a ella.
—Para eso ya tengo la alianza. Y
no sé si podré perdonarte todo lo que has hecho algún día —dijo Soledad cruzándose
de brazos mientras Epifanía se le ponía por detrás.
—Tienes toda la vida para hacerlo
—le puso el colgante en el pecho y se lo abrochó por la nuca—. Y aprenderás a
amarme tanto como lo hago yo a ti —le apartó el pelo y le besó el cuello.
Soledad se apartó molesta y
Epifanía se fue de la casa con una sonrisa soberbia, mientras ella se quedaba
tocando su nuevo colgante, dubitativa.
Ada e Is estaban practicándole
los primeros auxilios al cuerpo de Osi, que yacía tumbado en el suelo de aquel
barranco en medio de la montaña. Tenía heridas sangrantes, pero no parecía que
eso fuera lo que le hubiera hecho perder el conocimiento.
ADA: Uno, dos, tres, cuatro.
Ada le daba el masaje cardíaco,
ya con cara de desesperación, al llevar un rato intentándolo. Is le insuflaba
aire en la boca, tapándole la nariz.
IS: Si no llega a ser por esa
llamada de Soledad, ni hubiéramos sabido que estaba aquí.
ADA: A mí me ha sorprendido tanto
como a ti —decía mientras seguía con el masaje—. Lo raro es que estuviera tan
preocupada solo de que unos parroquianos lo hubiesen visto hablar con Noé por
esta zona. ¡Vamos! —le gritaba a Osi, ya derramando las primeras lágrimas.
Is volvió a darle aire y Ada
seguía con la reanimación, pero el cuerpo de Osi parecía en otra parte.
IS: No me dejes así, Osi. Eres mi
única familia —Ada la contagió y se puso a llorar también. Se secó las lágrimas
y volvió a insuflarle.
Ada dejo de hacer el masaje y
gritó de rabia.
ADA: ¡No puedo perder a nadie
más! Primero Efrén y ahora mi novio. No puede ser, no puede ser…
Is se dio por rendida también y
se apoyó sobre el cuerpo de su hermano. Le agarró la ropa y le dio varios
golpes en la zona del corazón, pero seguía sin reaccionar. Ada no paraba de dar
vueltas y de gritar a los cuatro vientos e Is se apoyó de nuevo poniendo las
manos sobre su corazón. En esos momentos, cuando todo parecía perdido, Osi
abrió los ojos y cogió aire profundamente.
Próximo episodio: lunes, 14 de mayo de 2012 a las
21:00.
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