Península Ibérica, hace muchos, muchos años
El numeroso grupo
parecía agotado. Llevaban todo el día caminando y todavía no habían alcanzado
el siguiente pueblo. Según los mapas deberían de haber llegado ya.
—¿Falta mucho?
—preguntó el chico, que tenía ojeras y la cara pálida.
ASIR: Ahí la tienes
—señaló el hombre canoso al conjunto de casas que se vislumbraba en el
horizonte.
El joven sonrió y
se fue al lado de su madre, que lucía un vientre de gestación avanzada. Ella estaba
mirando a Asir disimuladamente y apartó la mirada cuando la vio.
Asir era un hombre
imponente en estatura. Su pelo largo y castaño le caía liso y lacio
por encima de los hombros. Pero las canas le estaban ganando la batalla y más
bien tiraba a blanquecino, lo cual le daba un aspecto más sabio. Su tez morena
cubierta de lunares formaba un peculiar y fácilmente diferenciable rostro.
AST: ¿Ha vuelto a
tener esos sueños?
Él le otorgó la
respuesta callando.
AST: Tampoco puedes
hacer nada por evitarlo. Y sabes que no solo está cansado del viaje —se puso a
su lado una mujer de cabellera ondulada y salpimentada de castaña, con el pelo
tan largo que parecía que no se lo hubiera cortado en su vida. Sin embargo,
ella a diferencia de su hermano, tenía la piel clara como la nieve, y unos ojos
verdes tenues penetrantes destacaban en su faz—. Los has estado forzando mucho
a todos. Y son niños.
ASIR: Sebastián
tiene ya quince años. Y no me reproches tus valores morales otra vez. Tienen
que desarrollar sus habilidades lo antes posible. Y justamente él se va a
quedar en el siguiente pueblo con su madre para seguir con la tradición. Aún no
está preparado para quedarse en este. En este se quedará uno de los tuyos.
Tengo varios en mente.
AST: Además de
otros tantos discípulos. Tenemos que reclutar a más gente aquí.
ASIR: Una madre y
sus hijos no pueden controlar un área tan grande como esta. Siempre dejo a
alguien a cargo para asegurarme de que todo sale bien. El año que viene ellos
renovaran a estas personas. Sabes que el efecto dura menos de dos años. Y
también sabes que siempre adopto nuevos discípulos. No te preocupes —le
acarició la cabeza, apaciguándola, y le dio un beso desde su altura, ya que le
sacaba una cabeza—. Y acuérdate.
—No me llames por
mi nombre —dijeron al unísono y rieron.
AST: Ya lo sé, Cornelio.
No queramos que nadie descubra que después de todos estos años seguimos vivos
—se puso la capucha y agachó la cabeza humildemente.
ASIR: Así es, Serafina
—se puso la capucha también—. Y ahora, vamos. Tenemos a unos pecadores que
sacar de esa vida de perversión y heterosexualidad.
Ast se retiró de su
lado y fue junto a otra mujer, cogiéndola de la mano.
El nutrido grupo
fue bien recibido y alojado en la ciudad, como buena fama tenían los asiristas
entre algunas clases de la sociedad. A la mañana siguiente, Dimas y Erasto se
ocuparían de dar el sermón al que unas horas antes invitarían a acudir a todos
los habitantes posibles.
Bajo los telares de
lino desgastado que habían sido extendidos y guardados mil veces, una enorme
extensión de sillas de madera que cada vecino traía de su casa se concentraba
mirando hacia el escenario. El discurso había comenzado y tenía la atención
plena del abarrotado público, ansioso de conocer aquella nueva fe. Ellos no
podían estar al frente. Si bien era casi imposible que alguien se acordara de
haberlos visto como Asir y Ast antes de que se dieran por muertos en el
incidente de las flechas donde murió su hermano Set, no querían correr el
riesgo. "Una vez muertos en aquella hazaña nos convertimos en leyenda. Y
por eso ahora nos consideran dioses." Le recordaba siempre Asir a Ast
cuando esta le preguntaba por qué fingieron su muerte aquel día.
Durante el acto
donde los discípulos ensalzaban las proezas de los santos hermanos, entre el
público asistente ya había asiristas convencidos. Otros eran discípulos
infiltrados para mostrar un apoyo mayoritario a la creencia emergente. Y los
demás serían convertidos esa misma noche, quisieran o no. Asir y Ast
permanecían al fondo de la sala observándolo todo.
ASIR: ¿A cuántos
vas a sanar esta noche? —le susurró al oído.
AST: No lo sé. He
visto a un par de personas jóvenes que quiero ayudar. Allí delante, mira
—señaló con la cabeza—. Tienen muchos hijos. Me ha dado mucha pena su historia
y lo de su mujer enferma.
ASIR: Si dejaran de
procrear hombre y mujer no tendrían tantas bocas que alimentar —dijo,
despectivo.
AST: Bueno, eso a
partir de esta noche empezará a cambiar —hizo una pausa—. ¿No crees que nadie
se extrañará de cambiar su atracción por el sexo opuesto? Siempre lo pienso.
Él se burlo de
ella.
ASIR: El poder del
Asirismo —dijo, aunque en voz baja para que no lo oyera nadie—. Les parecerá
raro al principio, como siempre pasa. Pero luego tendrán que hacer lo que les
pida el cuerpo. Y en un par de generaciones todo quedará en el olvido. Pensarán
que siempre fue así.
AST: Hasta ahora ha
funcionado.
ASIR: Así es.
AST: Tú deberías
descansar para lo de esta noche.
ASIR: Lo mismo digo
—le guiñó un ojo. Se levantaron discretamente y se fueron por la puerta trasera
de la carpa antes de que acabara el emotivo sermón que ya tenía ganado a la
gran mayoría.
Al llegar la noche,
Ast se dirigió a las casas que los discípulos le habían dicho que estarían los
enfermos, mientras Asir ya estaba concentrado en la conversión, algo que le
llevaba horas de conseguir y un gran esfuerzo por su parte. A Ast no le costaba
tanto curar a la gente. Solo un poco de sensación fría en las manos, que se le
ponían blancas al sanar. Los beneficiados del milagro ni se despertarían, pero
al día siguiente saldrían a la calle para corroborar que la fe en el Asirismo
gracias a la charla de los discípulos había sido suficiente para curarlos
milagrosamente. Era el momento de vender los pequeños amuletos de manos
talladas en madera blanca que simbolizaban la nueva religión. Las mujeres del
grupo de discípulos solían hacerlos, y de paso ganar algo de dinero para cuando
no tenían la buena suerte de ser tan bien recibidos y alojados en un lugar.
Fuera como fuese, la suerte de cualquier pueblo cambiaría de la noche a la
mañana, gracias al control mental de Asir.
A partir de aquel
día, todas las puertas de la ciudad estaban abiertas a los discípulos. Y ya se
dejaban ver las primeras muestras de amor homosexual, como debía de ser. Pero
ellos tenían que seguir con su cruzada y no podían demorarse más. Esa misma
tarde se pusieron en marcha, despedidos por una marabunta de gente que los
vitoreaba como si hubieran ganado una guerra y dejando atrás a algunos miembros
de su grupo, que continuarían con su labor.
Los hermanos
caminaban liderando al grupo cada vez que migraban, para acabar colocándose los
últimos antes de llegar a la siguiente población. Asir andaba en silencio, y
Ast sabía por qué.
AST: Mañana hará
treinta años de lo de las flechas...
ASIR: Lo sé. El día
28 de junio. Me acuerdo todos los años. Y justamente eliges ese día para la
ceremonia...
AST: También te
acuerdas de él, ¿verdad? —interrumpió.
ASIR: ¿De Set? ¿Ese
desgraciado que casi mata a Dye...? —emotivo, no terminó la frase.
AST: A Dyehuty me
refería... Han pasado ya un par de años, Asir. Me gustaría que rehicieras tu
vida, hace tiempo que te veo un poco obsesionado con esto de
"convertir".
ASIR: Es que es mi
mayor logro y no puedo estar más orgulloso de ello. Pero no podemos parar hasta
que todo el mundo esté convertido, o todos nuestros esfuerzos no servirán para
nada.
AST: Olvídate un
momento de nuestra cruzada y piensa un poco en tu vida personal. Mira yo, he
tenido otros amores, pero ahora soy feliz al lado de Patricia. Sé que sufriste
mucho con...
ASIR: No es lo
mismo. Yo estuve con él toda mi vida. Fue el amor de mi vida. No se puede
reemplazar así como así... Y ese proyecto tuyo de una unión de por vida...
AST: Es un
casamiento, o yo lo llamo así. Es una forma de decir que su casa se une a la
mía y que quiero que sea así hasta que muera. Es un voto sagrado. Y sí, quiero
que tú hagas la ceremonia mañana. Sabes que lo llevo planeando mucho tiempo.
Su hermano la miró
reacio.
ASIR: Bueno, ya
veremos...
Un hombre se acercó
respetuosamente a él y le cedió la palabra.
—Todo va conforme a
lo previsto. Los Escritos serán terminados pronto, contando todos sus
milagrosos logros según usted me los contó.
ASIR: Muy bien, Andrés.
Quiero leerlo antes de que lo acabéis. Si vamos a hacer más de un tomo y
propagarlos me quiero asegurar que todo parece creíble y de manera que nos haga
parecer divinos.
—Sí, señor —se
retiró con una reverencia.
Al anochecer
acamparon bajo unos pinos y cada pequeño grupo dentro del rebaño sacaba sus
telares de los carros, que desplegaban en forma de tienda y aseguraban al suelo.
Sin embargo, el despertar en plena madrugada fue repentino.
Asir irrumpió en la
tienda malhumorado, mientras la madre de Sebastián trataba de protegerlo.
Detrás de Asir llegó Ast, con miedo de pensar lo que su hermano podía llegar a
hacer.
—No volverá a
pasar, lo prometo —suplicaba la madre, asustada ante la cólera de Asir, que
entró lanzando objetos con el poder de su mente y destrozándolo todo. Algunas
vasijas explotaron también.
Sebastián se
hallaba sudoroso en un rincón, más asustado todavía.
ASIR: Tu hijo no
puede controlar los sueños que tiene. Y ese sueño no puede volver a repetirse.
AST: Al principio
parecías contento con el hecho de que vaticinara la llegada de tres hermanos
que cambiarían el destino del mundo —trataba de frenarlo desde detrás.
ASIR: ¡Eso era
cuando pensaba que hablaba de nosotros! ¡Pero dice que habrá más! Nadie puede
enterarse de esto, ¿me oyes? —le amenazaba a la madre, agarrándola de la muñeca
violentamente.
AST: ¡Para! —le
cogía por la espalda y él la soltó.
ASIR: ¿No lo
entiendes? ¡Está sugiriendo que todo lo que hacemos con tanto esfuerzo será
desecho algún día!
AST: ¡Qué más te da
lo que sueñe un niño! Es solo un sueño.
ASIR: Un sueño que
se repite. Y no es la primera vez que uno de nuestros descendientes desarrolla
una habilidad que nosotros no tenemos.
AST: Nadie nunca ha
podido ver el futuro —le cogió de las manos y lo sacó de la tienda—. Así que,
por favor, tranquilízate. Y prométeme que no le vas a hacer daño a ese
chiquillo.
Suspiró y se relajó
un poco.
ASIR: Está bien. Te
prometo que yo no le haré ningún daño —la miró seriamente y le soltó las manos,
enfadado.
La noche no tardó
en retirar su oscuro manto cuando los gritos de una mujer volvieron a despertar
al asentamiento. Ast ya se había vestido con unos ropajes blancos que le habían
cosido las mujeres para el día de su casamiento. Un traje que ella misma había ideado
para la ocasión. Sin cambiarse, acudió a la misma tienda donde había estado
unas horas antes para comprobar horrorizada que el joven Sebastián había sido
asesinado. La sangre que empapaba sus ropas y las manos de la madre eran
suficientes para saberlo, pero Ast se acercó para comprobar su respiración.
—¡Sálvalo! ¡Cúralo
como salvaste a tu hermano hace treinta años!
AST: No puedo. Está
muerto.
—¡Sálvalo, maldita
sea! —la golpeaba, llorando desconsolada—. ¡Tú lo salvaste a él!
AST: Y casi me
cuesta la vida —la cogió por los hombros para que se calmase y la abrazó,
enfurecida con su hermano al mismo tiempo por romper su promesa.
—¿Para qué matarlo?
Todo el mundo conoce ya la profecía.
AST: Sssssh —le
puso la mano en la boca—. Si no figura en los Escritos se perderá con el
tiempo. Y que nadie se entere de lo que acabas de decir o Asir te matará a ti
también.
Ella asintió y se
secó las lágrimas.
—Antes no era así.
Cuando estaba con Dyehuty no era así.
AST: Lo sé.
—Cuando hizo de mi
simiente para tener a Sebastián se portó muy bien conmigo. Incluso en un acto
que le repugnaba.
AST: Lo sé. Ha
cambiado mucho desde entonces...
Enojada como
estaba, se dirigió directamente a hablar con su hermano.
ASIR: Te prometí
que yo no le haría ningún daño
—seguía tirado en su lecho, despreocupadamente—. Así que le encargué el trabajo
a Felipe.
AST: ¿Cómo has
podido? Tu propio hijo...
ASIR: No era mi
hijo —se incorporó, enfurecido—, solo fui su simiente. Mis hijos los hubiera tenido con Dyehuty. Hijos son cuando tú los
crías, no cuando los engendras.
AST: Ya no te
reconozco —lo miró, asqueada—. Te has convertido en alguien que ya no sé quién
es. Solo te importa que todo el mundo sea homosexual por encima de todo lo
demás.
ASIR: Es que es lo
más importante —recalcó cada una de las palabras.
AST: ¿Sabes lo que
me rebana los sesos por las noches? —interrumpió sin escucharlo, pero no lo
dejó contestar tampoco—. Pensar en si Patricia me quiere de verdad o si solo le
atraigo porque ella cree que es lesbiana gracias a tus juegos mentales.
ASIR: Y lo es.
AST: ¡Lo es porque
tú la has hecho! ¿Y si no me quiere de verdad? ¿Y si todo es una ilusión que tú
creas en sus cabezas? ¡Nunca lo podré saber! ¡Estoy harta! ¡No quiero seguir
haciendo esto!
ASIR: ¿Qué estás
diciendo? —desapareció la soberbia para dejar paso a la preocupación y se
levantó de la cama para estar a su altura. Tratando de calmarla la cogió de las
manos y la sentó en la cama a su lado.
Ella se emocionó
ligeramente, pero contuvo las lágrimas de opresión que llevaba aguantando mucho
tiempo.
ASIR: ¿Te acuerdas
cuando éramos pequeños? ¿Te acuerdas lo que se reían y burlaban de mí los niños
porque se enteraron de que me gustaban los chicos? Y no solo reírse, seguro que
también te acuerdas de las palizas en los callejones y los moratones durante
semanas. Claro que te acuerdas, pero como a ti te gustaban los niños y las
niñas siempre pudiste ocultar la otra parte para no desentonar.
AST: ¡¿A qué viene
todo esto?! —quiso saber.
ASIR: ¿Te acuerdas
de ese chico que me gustaba? ¿José? —ella asintió sin saber a dónde llevaba esa
conversación—. El día que lo convertí sin querer me di cuenta de lo que podía
hacer. De mis habilidades. Ya no estaba solo, él también era homosexual. ¿Y por
qué parar ahí? Yo no quería ser un bicho raro. Quería que todo el mundo fuera
como yo.
AST: ¡Ya no estás
solo! Tienes a mucha gente que te quiere y que te apoya.
ASIR: Nadie como
él. Y no me refiero a José.
AST: Lo sé. Nunca
conocerás a nadie como Dyehuty, ya me lo has dejado claro. Y desde que murió
has caído en una espiral de conversión y es lo único que te preocupa. Y yo lo
siento mucho, pero no quiero ser partícipe de ello. No a partir de ahora.
Quiero casarme con Patricia y comprobar si me quiere de verdad. Si es
homosexual naturalmente o si ha cambiado por tu manipulación.
ASIR: ¡No te
atreverás! —la cogió de las muñecas—. Sin tus milagros curativos sería
imposible convencer a todo el mundo de la manera en la que lo hacemos.
AST: ¡Suéltame! ¡Me
estás haciendo daño!
ASIR: No te pienso
casar, que lo sepas —la soltó de golpe—. Si tan poco convencida estás de que
Patricia te quiere no te cases con ella.
AST: Eso no va a
conseguir que cambie de opinión. Mañana Patricia y yo nos iremos —se dio la
vuelta y se dirigió a la puerta de la tienda.
ASIR: ¡De eso nada!
¡Tú no vas a ninguna parte!
Asir levantó el
brazo violentamente y las maderas que sujetaban la tienda se partieron por la
fuerza de sus poderes, y una serie de objetos voló con fuerza hacia Ast,
atravesándola una barra de madera partida en el vientre. La tienda se desmoronó
y Asir no se podía creer lo que acababa de hacer. Bajo los escombros buscó el
cuerpo de su hermana, pero ya era tarde.
ASIR: Lo siento
mucho —decía desesperado y cogiéndola en brazos.
Ast lo miró con
pena y vomitó sangre. Pero la última vez que lo miró era decepción lo que le
transmitía. Algo que Asir no podía procesar.
ASIR: ¡No, por favor!
¡No me dejes! Eres lo único que me queda en el mundo —lloraba sin cesar,
cubierto por las lonas caídas.
Pronto la gente se
congregaría para ver qué había causado tal estruendo. Y antes de que nadie
llegase, decidió que ya era momento de acabar con aquella cruzada. Su hermana
muerta que ahora abrazaba ensangrentada y bajo escombros tenía razón. La misión
lo había absorbido y ya no sabía ni por qué lo hacía. Tanta convicción en sí
mismo se había derrumbado con la tienda. Tan sólida, pero tan precaria al mismo
tiempo.
Si se rendía, todo
el trabajo que había hecho sería en vano. Y su leyenda se perdería con el
tiempo. Pero él conocía un modo de que siguiera siendo leyenda, en el caso de
que su verdadera muerte se filtrase. Ya era la hora de ir al Cielo y reunirse
con Dyehuty. Lo que él no sabía es que esa reunión nunca ocurriría, por las
malas elecciones que había hecho en su vida.
Se levantó, puso
los brazos en alto y las telas se elevaron, quedando él por debajo. Los restos
de la tienda yacían en el suelo, y en una barra partida como la que mató a su
hermana vio la solución. Solo hizo falta un gesto con la mano para acabar con
todo, aquel 28 de junio.
Próximo
episodio: lunes, 17 de junio de 2013 a las 21:00.
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